Peatonalización y recuperación comercial

Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de agosto de 2020


Las cifras macroeconómicas que vamos conociendo demuestran que el impacto provocado por la pandemia va a alcanzar cotas escalofriantes. Sin duda, los devastadores efectos de esta crisis resultan especialmente acusados en entornos como el nuestro, muy dependientes de sectores prioritariamente vinculados a los consumidores venidos de fuera durante el verano: la hostelería, la restauración, el ocio… Sin embargo, el frenazo que ya hemos percibido (y, sobre todo, el que percibiremos en pocos meses) no se circunscribirá exclusivamente a estos ámbitos, puesto que el aumento exponencial del paro, así como la inquietud económica y el descenso en el nivel de consumo que se derivarán de él, terminará golpeando con la misma dureza a los negocios orientados al cliente local.

Este sombrío panorama para los pequeños establecimientos resulta especialmente preocupante en una ciudad como la nuestra, que ya percibía un alarmante declive de la actividad comercial mucho antes de la pandemia. La decadencia era ya evidente desde hace años en áreas tradicionalmente boyantes como el carrer Unió, el carrer Comte de Rius, o incluso la propia Rambla Nova. En este sentido, la crisis asociada al coronavirus no sólo se presenta ante nosotros como una amenaza de debilitamiento para este sector, sino como la puntilla que podría terminar por condenar al tejido comercial de nuestro núcleo urbano.

Llegados a este punto, conviene recordar que Tarragona cuenta con varios proyectos solventes para revertir esta situación, basados en una estrategia que viene imponiéndose desde hace años en las principales ciudades europeas: la creación de áreas urbanas comerciales de formato peatonal. Por un lado, existe un plan para eliminar el tráfico en la coca inicial de la Rambla Nova, y también otra ambiciosa propuesta planteada por el tristemente desaparecido Albert Abelló: la Illa Corsini. Este empresario y político conocía de primera mano las serias dificultades que atravesaban los pequeños negocios locales, y propuso diseñar un gran núcleo de actividad en el centro de nuestra ciudad. Este tipo de áreas suelen desarrollarse en torno a grandes captadores de posibles clientes, como El Corte Inglés, pero la alejada ubicación de esta firma impedía utilizar este recurso como motor del proyecto en nuestro caso. Por ello, el plan visualiza esta zona alrededor del recientemente renovado Mercat Central, abarcando aproximadamente el área situada entre las calles Unió y Ramon i Cajal, por un lado, y la Rambla Nova y el Foro de la Colonia, por otro.

Es cierto que la peatonalización no es una herramienta milagrosa y libre de desventajas. En primer lugar, los habitantes de estas zonas suelen estar acostumbrados a utilizar el coche en su vida diaria como el resto de ciudadanos, y este cambio puede suponer una alteración de sus hábitos que limite la aceptación social del proyecto. Por este motivo, estos procesos deben gestionarse de forma flexible para los residentes, sin caer en el permisivismo (que restaría eficacia a la iniciativa), pero tampoco en el rigorismo (que podría llegar a provocar el efecto contrario al perseguido, vaciando de vida el área redefinida). Por otro lado, cuando se cierra un espacio al tráfico rodado, estos vehículos no desaparecen por arte de magia, sino que se concentran en otras vías cercanas, con el riesgo de generar problemas de atascos, contaminación ambiental y acústica, congestión en los estacionamientos, etc. Por ello, resulta necesario analizar exhaustivamente los flujos de movilidad para planificar una remodelación que no sature el entorno. Por ejemplo, la ciudad de San Sebastián ha peatonalizado últimamente 10 kilómetros de calles en su núcleo urbano, lo que ha exigido la creación de 18 elementos de paso y 14 aparcamientos para mantener la fluidez en el tráfico.

Pese a estos posibles inconvenientes, que pueden mitigarse si el proyecto se desarrolla con el debido rigor técnico, la peatonalización es una tendencia urbana imparable a nivel internacional. Son muchas las ventajas que suelen esgrimirse para su implementación: mejora la seguridad vial (según el departamento de Transporte de Estados Unidos, el 73% de las muertes de viandantes y el 69% de las de ciclistas tienen lugar en los núcleos urbanos), aumenta la movilidad peatonal (con significativos efectos positivos en la salud de los ciudadanos), reduce la contaminación (un avance que en algunos casos comparativos ha alcanzado el 30%, al reducir el uso del vehículo para realizar las compras habituales en grandes superficies de extrarradio), mejora la calidad de vida de los residentes y de los transeúntes (más espacio para la vida social, menos ruido ambiental, mejor calidad del aire, más espacio para zonas verdes, mayor acceso comercial), etc.

Pero, al margen de estos numerosos y relevantes motivos, han sido muchas las ciudades que han apostado por la peatonalización para reforzar específicamente su red de pequeños comercios urbanos, que es nuestra prioridad inmediata. Por poner sólo algunos ejemplos, un análisis realizado por la OCDE certificó que la creación de áreas comerciales al aire libre en los centros de las poblaciones aumentó las ventas de estos negocios un 20% en Colonia, un 25% en Copenhague, un 40% en Múnich, un 20% en Viena y un 70% en Hamburgo. Es lógico que estos precedentes hayan animado a otras capitales europeas a seguir la misma senda, como en el caso de Gotemburgo (Suecia).

El tejido comercial de Tarragona necesita un impulso decidido y urgente, también desde las instituciones públicas, para evitar la pérdida definitiva de áreas tradicionalmente rebosantes de vida ciudadana y económica. Las espirales negativas, en todos los ámbitos, sólo se detienen con una reacción proactiva que revierta la tendencia antes de que sea demasiado tarde. Los proyectos están sobre la mesa, a la espera de que los responsables municipales cojan las riendas para combatir una amenaza que ya no es hipotética. El tiempo corre.

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