Un buen dato preocupante

Publicado en el Diari de Tarragona el 17 de mayo de 2020


Acaban de hacerse públicos los primeros resultados del estudio de seroprevalencia ENE-COVID19, impulsado por el Ministerio de Sanidad. El objetivo de este trabajo es analizar la evolución en el tiempo de la pandemia mediante el seguimiento a una muestra representativa de la población española, y así disponer de datos fiables acerca del terreno que pisamos en esta crisis sanitaria. El estudio combina pruebas serológicas de diferente velocidad, desarrolladas en varias tandas, que inicialmente se iban a realizar a noventa mil voluntarios, aunque finalmente este número se ha reducido a sesenta mil (según parece, porque el análisis exigía la toma de muestras de sangre y no todos estaban por la labor). Desde esta semana contamos con las primeras cifras, cuya valoración merece una reflexión.

La conclusión fundamental de este primer informe del ENE-COVID19 es que el número de personas infectadas en España es mucho menor del previsto. Sólo el 5% de los ciudadanos presenta anticuerpos contra el SARS-CoV-2, una cifra muy inferior al 15% que auguraba el Imperial College de Londres, por ejemplo. La primera reacción ante este dato ha sido de alegría contenida, pues evidencia que la disciplina personal que hemos demostrado estos meses ha servido para frenar la propagación de la pandemia. Diecinueve de cada veinte personas han logrado esquivar al virus, una cifra que alcanza cotas asombrosas en algunos territorios. Por ejemplo, en la provincia de Tarragona sólo ha dado positivo el 1,6% de la población estudiada.

Sin embargo, este dato, que aparentemente debía ser celebrado, no es bueno en absoluto. Efectivamente, los dos objetivos sanitarios durante esta primera oleada de la pandemia eran reducir todo lo posible el número de fallecidos y lograr la inmunización de la mayor proporción de ciudadanos, y el resultado provisional refleja treinta mil muertos y más de cuarenta millones de españoles sin anticuerpos. Teniendo en cuenta que la ‘inmunidad de rebaño’ no se consigue hasta alcanzar al 60-70% de la población, parece evidente que estamos a años luz de la meta. Como dijo esta semana un experto en la materia, si esta pandemia fuera un juego de cuarenta casillas, no hemos pasado de la tercera. ¿Qué consecuencias prácticas tiene esta información?

Para empezar, estas cifras parecen demostrar que la mortalidad del virus en relación con el número de personas infectadas es mayor de la que se esperaba. Con los nuevos datos en la mano, un contagio generalizado antes de contar con un remedio efectivo podría provocar varios cientos de miles de muertos. Sin duda, esta regla de tres no es del todo fiable porque los tratamientos de la enfermedad mejoran cada día, pero también es cierto que una alta proporción de infectados multiplicaría el colapso hospitalario que hemos vivido estas semanas. En este sentido, adoptar un planteamiento de puertas abiertas, como el defendido por Suecia, probablemente nos conduciría a un auténtico cataclismo. Cada país tiene un modelo de salud con diferente capacidad y también su propia idiosincrasia (para algunos nórdicos, nuestras actuales normas de distanciamiento social no exigirían alejarse sino acercarse).

Por otro lado, hallarnos tan lejos de la inmunización colectiva exige pararnos y repensar la estrategia. Como acertadamente ha señalado esta semana el antiguo ministro Miguel Sebastián, “el potencial de contagio es muy alto y la inmunidad de rebaño no funciona. Casi 30.000 muertos para conseguir un 5% de inmunizados es un coste brutal”. ¿Cuáles son las alternativas sobre la mesa? ¿Qué ocurrirá cuando se infecte el 20 o el 25% de la población tras el desconfinamiento general? ¿Alguien cree que nuestros hospitales podrán resistir una avalancha de enfermos mayor que la sufrida en marzo o abril? ¿Serán reversibles los graves daños psicológicos que están padeciendo nuestros mayores si eternizamos su encierro? ¿Cómo podrán impartirse las clases en los colegios y las universidades? ¿Es razonable mantener nuestra economía hibernada, si sólo unas semanas de parón nos han sumergido en una recesión sin precedentes? ¿Cuánto tiempo soportarán los hoteles y restaurantes las limitaciones al turismo? ¿Qué precio económico y social deberemos abonar para proteger nuestra salud? ¿Lo podremos pagar? El complejo tablero de necesidades sobre el que se desarrolla esta partida nos plantea numerosas preguntas que apenas pueden contestarse de forma categórica. Casi todas las respuestas que se están aportando son defendibles porque ponen honestamente el foco sobre problemas reales, pero no pueden validarse aisladamente porque nos enfrentamos a una crisis poliédrica. En cierto modo, estamos jugando con un caleidoscopio, y cada vez que realizamos un movimiento, los factores cambian de posición y se reflejan en diferentes ámbitos, ofreciendo una nueva imagen que será mejor o peor que la anterior dependiendo del gusto del observador.

El choque de intereses y prioridades resulta cada vez más evidente. Y como es lógico, cada colectivo examina la situación desde su propia posición: grupos de riesgo sanitario, pequeños comerciantes, personal médico, docentes, demandantes de empleo, psicólogos, profesionales del turismo y la restauración, expertos en cuidado geriátrico, familias con niños pequeños, trabajadores especialmente expuestos, etc. Como sucede en el popular cuento indio de los seis ciegos y el elefante, uno percibe una serpiente, otro un árbol, otro una lanza, otro una cuerda, otro un abanico… Precisamente por ello, vivimos una época que requiere liderazgos con perspectiva, autoridad moral y capacidad para observar el panorama desde una altura que permita ofrecer respuestas globales al problema. Dudo que nuestros actuales dirigentes atesoren estas virtudes, aunque los prefiero al ejercito de charlatanes que enarbolan soluciones simples para resolver esta enmarañada crisis por arte de magia. Me temo que no las hay.

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