Ahora toca salvar a las empresas

Publicado en el Diari de Tarragona el 3 de mayo de 2020


Esta semana comenzaremos una nueva etapa, caracterizada por un progresivo desconfinamiento de las personas y una paulatina deshibernación de la economía, tras mes y medio de enclaustramiento en nuestros hogares, con dificultades para relacionarnos y trabajar con normalidad. Afortunadamente, parece que este esfuerzo colectivo ha comenzado a generar sus frutos en forma de drástica reducción de contagios y fallecimientos diarios, al margen de la opinión que cada uno pueda tener sobre la gestión llevada a cabo por las autoridades estatales, autonómicas y municipales. No debemos bajar la guardia durante las inminentes fases de desescalada, pues nos arriesgamos a provocar un rebrote que echaría por tierra los sacrificios de todo este tiempo, aunque parece claro que ya hemos dejado atrás lo peor de esta crisis sanitaria. Y ahora nos enfrentamos a otra, la económica, cuyos efectos pueden resultar igualmente dramáticos sobre la población si no se gestiona correctamente. Porque la pobreza también mata, tanto de forma directa (malnutrición, depresión, etc.) como indirecta (el sistema de salud se sostiene con nuestros impuestos, que dependen de la marcha de la economía).

Las previsiones que están publicando diferentes organizaciones públicas y privadas son desoladoras. Dependiendo del sector de actividad, entre uno y dos tercios de los pequeños negocios corren serio riesgo de desaparecer durante los próximos meses. La magnitud de este proceso provocará un impacto brutal en las cifras de ocupación, con evidentes e inevitables efectos sobre el consumo, introduciéndonos en una espiral negativa de consecuencias sociales devastadoras. Algunas variables macroeconómicas no sufrían un descalabro tan contundente desde la Guerra Civil. Por si fuera poco, afrontamos este reto con unas tasas de deuda y déficit públicos que tampoco permiten hacer milagros. Semejante panorama obliga a centrar el objetivo en preservar nuestro frágil tejido productivo del que depende, en última instancia, el bienestar de todos.

Por un lado, resulta necesario asegurar la liquidez de los pequeños negocios, tanto durante la etapa en que no podrán funcionar a pleno rendimiento por las restricciones sanitarias, como en la fase lastrada por la bajada en los niveles de consumo. Deben aprobarse medidas rápidas y eficaces para garantizar la financiación empresarial, una meta que parece compartir el Banco Central Europeo, atendiendo a las declaraciones ofrecidas esta semana por Christine Lagarde: vamos a asistir a "una contracción de una magnitud y velocidad sin precedentes en tiempos de paz", cuya evolución “dependerá de la duración de las medidas de contención y del éxito de las políticas para mitigar las consecuencias para los negocios y los trabajadores", por lo que vamos a “asegurarnos de que los créditos fluyan a la economía, y lo haremos en cualquier país que lo necesite".

Además de esta labor, las administraciones deben diseñar una ofensiva pública adaptada a los tiempos críticos que nos ha tocado vivir. Necesitamos una versión postpandémica del ‘New Deal’, desarrollado por Franklin D. Roosevelt para remontar la Gran Depresión, basada en una estrategia de inversiones en infraestructuras que generen un retorno objetivo y cuantificable (no perpetremos otro Plan E, por favor), en la implementación de medidas que impulsen y agilicen la actividad productiva (la administración como colaboradora, no como estorbo), y en una reforma profunda del aparato público (penalizando internamente la ineficacia, fulminando su red de abrevaderos inútiles, y reforzando aquellos segmentos que mejoran aspectos esenciales en la calidad de vida de la ciudadanía). Sin duda, también deben diseñarse programas extraordinarios de ayuda para los colectivos más vulnerables de la sociedad, pero teniendo claro que el verdadero objetivo debe ser que no los necesiten porque puedan trabajar.

En paralelo, el sector privado debe realizar un esfuerzo por mantener el volumen de puestos de trabajo, en la medida de sus posibilidades, aunque esta decisión suponga reducir beneficios o sufrir pérdidas asumibles durante un tiempo. Es el momento de apelar a la tan cacareada responsabilidad social corporativa, que cada empresa debería comenzar predicándola respecto de su propia plantilla, e incluso de hacer un llamamiento a la simple visión egoísta a largo plazo: si cada uno pensamos exclusivamente en nuestros propios intereses inmediatos, es probable que acabemos sumergidos en una dinámica de caída imparable, que finalmente tendrá repercusiones negativas para todos.

Por último, los ciudadanos particulares también podemos aportar nuestro granito de arena para acelerar la recuperación, intentando consumir en los pequeños negocios de nuestros barrios: librerías, panaderías, estancos, fruterías, droguerías, carnicerías, floristerías, ópticas, papelerías, comercios de ropa, electrónica, mobiliario, fotografía… Todos sabemos que la mayoría de estos productos podemos adquirirlos por internet o en una gran cadena de distribución, a precios posiblemente más bajos, pero nos estamos jugando la supervivencia de infinidad de comercios, el sustento de miles de familias, la preservación de la actividad en nuestros centros urbanos, y el mantenimiento de un estilo de vida que es envidiado en la mayor parte del planeta. Amazon, Carrefour o Ikea no van a cerrar por el coronavirus, pero la modesta tienda de alimentación a la vuelta de la esquina probablemente sí.

El reto que tenemos por delante es colosal e inédito. El crash de 2008 fue terrible, pero afectó fundamentalmente al ámbito financiero y a la construcción. Ahora serán todos los sectores los que se verán arrastrados por la nueva crisis económica, que deberá ser afrontada con una gestión responsable, profesional, resolutiva y solidaria. El compromiso de todos, cada uno desde su posición, resultará esencial para dejar en herencia a nuestros hijos y nietos un mundo razonablemente próspero y habitable. Es posible.

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