Iconos sociales

Publicado en el Diari de Tarragona el 9 de junio de 2019

Imaginémoslo. Media mañana en la autovía que une Sevilla con Utrera. En el horizonte aparece un vehículo circulando a una velocidad que casi duplica el límite permitido. Algunas mediciones hablan de 237 km/h, una auténtica locura. De pronto, el conductor pierde el control e impacta contra la barrera izquierda de la calzada, provocando un reventón. El coche sale despedido y aterriza boca abajo, envuelto en llamas. El temerario piloto y un acompañante pierden la vida, atrapados en una jaula de acero incandescente, pese a los infructuosos intentos de rescate del tercer ocupante, quien sufre graves quemaduras en el 65% de su cuerpo.

Sin la menor duda, si el responsable de este trágico suceso (un homicidio imprudente, no lo olvidemos) hubiese sido un joven cualquiera con una profesión corriente, es evidente que la opinión pública y publicada, además de lamentar los fallecimientos, hubiese condenado sin contemplaciones semejante insensatez. Porque no sólo estaba en juego la integridad física de los ocupantes del automóvil siniestrado, sino también la vida de cualquier familia que hubiese circulado por allí a una velocidad respetuosa con la normativa y el sentido común. 

Sin embargo, resulta que el conductor no era un ciudadano de a pie, sino un famoso y millonario jugador de fútbol a los mandos de un Mercedes S550 Brabus, una costosísima versión del buque insignia alemán que supera los 500 caballos de potencia. Como era previsible en este país mitómano y desnortado, estas circunstancias peculiares –e irrelevantes en lo fundamental- han convertido el lógico reproche social en una marea de homenajes en estadios, instituciones y medios de comunicación. Es cierto que el sentimiento de luto dilata las virtudes y difumina los defectos del fallecido, máxime tratándose de la tristísima pérdida de un joven deportista, pero resulta desconcertante que incluso una pareja de la Guardia Civil (principal herramienta del Estado para combatir comportamientos imprudentes como éste) se cuadrara solemnemente ante el féretro cuando fue trasladado en un coche fúnebre. ¿Alguien se imagina a dos agentes de la Benemérita rindiendo honores a un kamikaze anónimo de la M30?


El primer visitante que se adentró en este peliagudo jardín fue el portero Santiago Cañizares, quien se atrevió a publicar el siguiente mensaje en twitter: “Circular con exceso de velocidad es una actitud reprochable. En el accidente ha habido víctimas además del conductor. Reyes no merece un homenaje como si fuera un héroe. Pero eso no quita que lamente lo ocurrido y que rece por sus almas. Lo intolerable lo encuentro en quien se alegra”. Esta sensata reflexión provocó un auténtico alud de reproches hacia el actual comentarista deportivo. Algo parecido le sucedió a Beatriz Talegón, quien recibió mensajes deseándole la muerte tras destacar que una conducción de estas características constituye un ilícito penal, un comentario que simplemente reproduce la normativa al respecto.

Parece evidente que sufrimos un grave trastorno de hooliganismo descerebrante que nos permite pasar por alto determinados comportamientos de nuestros ídolos, que sin duda serían objeto de reproche si los realizara un ciudadano corriente. Por poner un ejemplo liviano de esta incongruencia, llama la atención que quienes critican ferozmente la falta de integración lingüística de determinados colectivos no tuvieran el menor reparo en otorgar recientemente la Creu de Sant Jordi a un deportista absolutamente genial, pero que vive en Catalunya desde los trece años y a quien jamás he oído pronunciar una frase en el idioma de Pompeu Fabra. Esta incoherencia, que en este caso no deja de ser anecdótica, se convierte en un fenómeno inquietante cuando somos capaces de mirar hacia otro lado ante verdaderos comportamientos delictivos, como queda en evidencia con las desorbitadas cifras de venta de camisetas de jugadores acusados de extorsión y proxenetismo, e incluso condenados por delitos fiscales y contra la seguridad en el tráfico. Todo se les perdona por su habilidad con el balón.

A la vista de esta realidad, resulta más que discutible nuestra capacidad para seleccionar los perfiles humanos que merecen ser propuestos a las nuevas generaciones como iconos sociales. Todas nuestras decisiones tienen efectos pedagógicos en nuestro entorno, y no hace falta ser un experto en psicología para atisbar qué tipo de valores estamos transmitiendo subliminalmente a nuestros hijos cuando colocamos en un altar pagano a defraudadores, homicidas y macarras. Algo parecido podríamos decir sobre determinadas figuras televisivas, cuyas vidas constituyen un auténtico canto a la ignorancia, el arribismo, la holgazanería, la ordinariez y el nepotismo. 


Probablemente todos seamos corresponsables de aceptar como un hecho insoslayable -o incluso de favorecer proactivamente- la construcción colectiva de un santoral civil infestado de personajes que distan mucho de representar unos valores recomendables. Sin duda tendría efectos socialmente positivos el progresivo relevo de estos tipos en el panteón de ilustres, sustituyéndolos por otros iconos que tienen mucho más que aportar al progreso y mejora colectivos. Mucho me temo que nos asustaríamos si solicitásemos a cualquier estudiante de primaria que nos contase todo lo que sabe sobre Benzema, ReSet o Belén Esteban, y después hiciéramos el mismo ejercicio preguntando por el cirujano Pedro Cavadas, la científica Rosa Menéndez, el empresario Amancio Ortega, o el recientemente desaparecido Eduard Punset.

Una sociedad se define, entre otros factores, por los referentes que coloca en su salón de la fama. Y parece evidente que entre todos hemos decidido decorar nuestro particular iconostasio con una variopinta colección de personajes, entre los que destacan algunos ejemplos cuyas virtudes cívicas brillan por su ausencia. En gran medida, la sociedad del futuro será un reflejo de los modelos de vida que traslademos hoy a la siguiente generación, y sorprende la distancia sideral que en ocasiones separa nuestro olimpo social y los valores que decimos defender. Quizás vaya siendo hora de solucionar esta discrepancia.

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