El fracaso del tensionamiento

Publicado en el Diari de Tarragona el 2 de junio de 2019


Son muchas las lecturas que cabe realizar sobre las dos jornadas electorales que hemos vivido durante el último mes: consolidación de la resurrección socialista, victoria popular en la competición derechista, sorpasso republicano sobre los rescoldos postconvergentes, imparable decadencia de Podemos... Dentro de esas microbatallas que se ocultan bajo las grandes guerras, me gustaría destacar los paupérrimos resultados obtenidos por el Partido Popular y Ciudadanos en las comunidades catalana y vasca.

En el primer caso, las elecciones generales supusieron un auténtico mazazo para el PPC, tras obtener un único escaño en el Congreso. Parece que la actitud altanera y desafiante de Cayetana Álvarez de Toledo no terminó de convencer al respetable, dejando a su paso un partido reducido a escombros. Tampoco le fue mucho mejor a Ciudadanos, que obtuvo unos resultados ridículos en comparación con el 21D. Los comicios locales fueron el remate del naufragio popular, destrozando todos los records negativos en las cuatro capitales: dos concejales en Barcelona, Tarragona y Lleida, y desaparición total en Girona. Para que nos hagamos una idea del destrozo, el PP tarraconense perdió casi el 70% de sus votos, pasando de 47 a 15 concejales en la provincia. Por su parte, el 26M vino a confirmar que el éxito de Inés Arrimadas en las últimas autonómicas fue sólo un espejismo.

Aun peor le han ido las cosas a la derecha española en Euskadi. Los populares fracasaron sin paliativos en las generales, y el mismísimo Javier Maroto, jefe de campaña a nivel estatal, terminó perdiendo su escaño. No hay palabras para definir los resultado del partido de Albert Rivera. De hecho, PP, Ciudadanos y Vox apenas superaron conjuntamente el 10% de los votos, y ninguna de las tres formaciones logró un solo diputado en el Congreso. El ridículo superó todas las expectativas en las elecciones locales. El PP se hundió a niveles abisales en las tres provincias, y ni siquiera el joven y telegénico alcaldable donostiarra, Borja Sémper, consiguió remontar. Los resultados de Ciudadanos fueron ya apocalípticos: de los casi tres mil concejales que se eligieron en Euskadi, el partido naranja logró... cero.


Después de glosar los grandes éxitos de conservadores y liberales en los escenarios catalán y vasco, quizás convendría reflexionar sobre su estrategia de oposición frontal a la obvia realidad plurinacional de España (recordemos que le propia Constitución reconoce la existencia de “nacionalidades y regiones”). Populares y liberales han intentado medrar gracias a la pulsión homogeneizadora que siempre ha existido en un gran sector de la sociedad española, pero sus coqueteos con la ultraderecha y su apuesta por jugar la baza populista de un patriotismo mal entendido les ha desplazado hacia la marginalidad en los territorios con un sentido de identidad más marcado. A la vista de los sucesivos pactos de los populares con los nacionalistas durante las últimas décadas, y la reciente coalición navarra de Ciudadanos con UPN (una formación monomaníacamente foralista), resulta inevitable concluir que la actual sobreactuación centralista de Casado y Rivera se debe al simple cálculo electoral. Al margen de los magros resultados de esta estrategia (la derecha ha perdido gran parte de su poder en todos los niveles institucionales), su agresivo discurso recentralizador está teniendo dos graves efectos perniciosos.

Por un lado, desde que el PP iniciara su campaña contra el Estatut de 2006 (por cierto, criticando algunos artículos equivalentes a los incluidos en otros textos refrendados por los populares) y Ciudadanos arreciara en su cruzada contra el régimen foral (un sistema de autogestión financiera de tradición secular, expresamente recogido en la Constitución, que no sólo no debería restringirse sino que habría de ampliarse a otras autonomías), el tensionamiento territorial ha sido una constante en la política estatal, provocando una creciente animadversión entre los diferentes territorios, la radicalización de buena parte de la sociedad catalana y la práctica extinción de la derecha no nacionalista en Euskadi. ¿Qué sentido del patriotismo tiene quien enfrenta a las comunidades para conseguir un puñado de votos?

Por otro lado, en el caso concreto catalán, la apuesta de PP y Ciudadanos por un discurso involutivo y extremista ha condenado a la orfandad a cientos de miles de votantes catalanistas del centro derecha no independentista, tras la marcha al monte de la exconvergencia puigdemoniana. Paradójicamente, cuando el desquiciamiento del postpujolismo propició una oportunidad histórica para seducir a esta gran bolsa electoral que hoy carece de un referente viable, el españolismo decidió apostar por un centralismo militante hasta extremos repulsivos para ese caladero de votantes potenciales (por cierto, el día que se articule una necesaria alternativa catalanista moderada de centro liberal, el PPC ya puede ir bajando la persiana si no rectifica el rumbo).


Ha llegado la hora de que la derecha española pierda el miedo a la diversidad. En Gran Bretaña, por ejemplo, Gales se reconoce como nación con una naturalidad envidiable, y gozar de esa condición no hace que los galeses se sientan menos británicos (más bien, todo lo contrario). Lo mismo podría decirse de Estados Unidos en el plano legislativo. No es ya que el sistema normativo norteamericano sea diverso, sino que incluso el propio código penal difiere de unos Estados a otros. Sin embargo, nos encontramos ante uno de los países con un sentido patriótico más acusado del mundo, que sólo ha sufrido disensiones internas precisamente ante los intentos de homogeneización.

España será plurinacional o no será. En ese sentido, habrá que impulsar un ejercicio colectivo de responsabilidad y perspectiva si queremos seguir viviendo juntos. Unos tendrán que recuperar la cordura y la lealtad hacia el modelo constitucional, otros tendrán que abandonar el malicioso discurso de identificación entre diferencia y privilegio, y todos tendrán que renunciar a azuzar los bajos instintos de la ciudadanía en beneficio electoral propio. Las encuestas demuestran que el pueblo es mucho más sensato que la clase política que lo representa, y que la inmensa mayoría de los ciudadanos apuesta por el entendimiento. Hagámoslo posible.

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