El ocaso de Rivera

Publicado en el Diari de Tarragona el 23 de junio de 2019


Uno de los presidentes más brillantes de Estados Unidos, Abraham Lincoln, afirmaba acertadamente que “se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Puede que esta reflexión permita explicar el fracaso personal de Albert Rivera al frente de Ciudadanos, una formación que nació socialdemócrata, creció neoliberal, y envejece coqueteando con la ultraderecha. Ciertamente, la carencia de una posición perfectamente definida suele ser una laguna frecuente y comprensible en cualquier movimiento que da sus primeros pasos, pero que resulta desconcertante después de varias legislaturas de continuo travestismo político. En efecto, sólo puede calificarse como engaño el intento de mostrarse como un líder de principios, cuando la única brújula que define el camino es la ambición individual. 

Si nos olvidamos de las formaciones dogmáticas, rara avis en el actual panorama occidental, hay que reconocer que la mayoría de partidos circulan por una carretera ideológica suficientemente ancha para gestionar su posición relativa con cierta elasticidad. Sin embargo, el máximo dirigente naranja pilota su organización por una autovía de diez carriles con asombroso desparpajo, dando volantazos de izquierda a derecha como un conductor beodo. Adaptando la tesis del malogrado presidente norteamericano, resultaba razonable aspirar a conservar la fidelidad de la mayoría de seguidores durante un corto viaje iniciático en busca de un nicho electoral donde asentarse, e incluso podía ser viable eternizar un ideario de Schrödinger asumiendo que sólo sería aceptado ovinamente por un pequeño núcleo de incondicionales. Sin embargo, sólo la ingenuidad o el endiosamiento permitían suponer que esta interminable expedición demoscópica mantendría cohesionada una organización de cierto volumen. 

Las primeras disensiones internas se produjeron hace ya unos años. Los estatutos naranjas, de acuerdo con la definición redactada en su día por Francesc de Carreras, consideraban el socialismo democrático una fuente esencial de su ideario político. En consecuencia, a nadie extrañaba que Ciudadanos apoyara a los socialistas en Andalucía, o que el propio Albert Rivera firmara en febrero de 2016 un acuerdo de gobierno con Pedro Sánchez. Sin embargo, un año después el partido se redefinió a sí mismo, adoptando una ideología claramente neoliberal (junto con un modelo orgánico que se acercaba peligrosamente al cesarismo que José María Aznar había instaurado en la estructura popular). Este primer bandazo provocó una lógica estupefacción en un importante sector fundacional de la organización, defraudado tras haber creído encontrar en la nueva formación el equivalente local a la socialdemocracia europea de nuevo cuño. 


La segunda conversión paulina de Albert Rivera se produjo a lo largo del pasado año. Pablo Casado había respondido a la irrupción de Vox imprimiendo un giro desacomplejadamente conservador al mensaje del PP, mientras los socialistas elegían a Podemos como socio estratégico. El carácter centrípeto de ambos movimientos dejaba el centro político completamente despejado para ser ocupado monopolísticamente por Ciudadanos. Sin embargo, de forma incomprensible, el líder naranja decidió competir directamente con verdes y azules en su propio terreno, adoptando un derechismo patriotero que desconcertó a muchos de sus seguidores. El ala más liberal del partido, encarnada por Luis Garicano, comenzó a mostrar signos de inquietud ante esta deriva ideológica. El mimetismo naranja con los postulados populares fue tan evidente que sus responsables de comunicación intentaron poner el énfasis en los escasísimos puntos de discrepancia (por ejemplo, la gestación subrogada) en una estrategia fallida de diferenciación que apenas tuvo consecuencias. La foto de Colón pesó como el plomo, y el voto moderado terminó en las alforjas socialistas, más por necesidad que por convicción. 

La tercera grieta comenzó a abrirse al conocerse la actual estrategia de pactos postelectorales. A nivel estatal, la posición de Rivera constituye un verdadero insulto a la inteligencia: reconoce que Sánchez es el único candidato viable, se niega a abstenerse en su investidura, critica a los socialistas por negociar con el bloque de la moción de censura, y afirma que una repetición electoral sería un desastre. ¿Qué se supone, entonces, que debería hacer Pedro Sánchez? El político barcelonés tampoco está mostrando su mejor perfil en la vertiente autonómica. ¿Cómo se entiende que una formación presuntamente centrada prefiera caminar de la mano de Santiago Abascal, antes que gobernar la comunidad madrileña con el respetado, moderado y sensato Ángel Gabilondo? A nivel local, el despotismo maximalista de Rivera ha hecho saltar todas las costuras del partido en la Ciudad Condal esta misma semana, tras el motín de Manuel Valls para hacer alcaldesa a Ada Colau en perjuicio de ERC. Incluso la prensa cercana a los postulados naranjas comienza a reprochar a la actual dirección de Ciudadanos su renuncia a la presunta misión histórica que justificó su nacimiento: convertirse en un partido bisagra que facilitase la conformación de los sucesivos gobiernos socialistas y conservadores, sin necesidad de someterse constantemente a los tradicionales pactos de zoco con formaciones territoriales. 


El factor que ha bloqueado el ejercicio de esta función estructural y vocacional de Ciudadanos no es otro que la ambición personal de su líder, quien renunció a conformarse con encabezar un tercer partido cuando intuyó la posibilidad de convertirse en el máximo dirigente de la derecha española. Sin embargo, aunque los miembros del cuerpo electoral no solemos destacar por nuestra aguda inteligencia, tampoco somos tan estúpidos como a veces aparentamos. Un tipo que en dos años pasa de querer gobernar con la izquierda a manifestarse con la ultraderecha demuestra nítidamente en qué consisten sus principios: simplemente, en alcanzar el poder. No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. En este sentido, nadie debería extrañarse de que Ciudadanos vea repetidamente frustrados sus intentos de aumentar su base electoral. Por si fuera poco, desde esta semana toda Europa conoce un poco mejor a Rivera, tras ser bochornosamente desmentido por el Elíseo a propósito de una inexistente felicitación de Macron por sus pactos postelectorales. Si los naranjas desean recuperar cierta utilidad histórica, respetabilidad política y credibilidad social, probablemente tengan que plantearse la jubilación del principal factor que se lo impide.

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