Deméritos ajenos

Publicado en el Diari de Tarragona el 21 de abril de 2019

Apenas resta una semana para unas elecciones que pueden marcar el rumbo de nuestro modelo social y territorial durante las próximas décadas. La voladura descontrolada del bipartidismo ha barrido del tablero político las certezas que concedían aparente solidez a nuestro marco de convivencia, dando paso a un nuevo escenario donde todo está en cuestión. Aunque algunos ingenuos imaginábamos que el fin del monopolio de los dos grandes partidos aportaría centralidad y continuidad a las políticas esenciales, probablemente gracias a alguna formación bisagra homologable a las que existen en algunos países de nuestro entorno, lo cierto es que el hundimiento del viejo esquema ha dado paso a un parque temático de siglas multicolores con excesiva tendencia al desbarre y al postureo: comunistas de libro disfrazados de renovadores asamblearios, viejos oportunistas convertidos al independentismo unilateralista, presuntos neoliberales entregados al nacionalismo más rancio, y ultraconservadores testoterónicos con tufo falangista. 

De hecho, los inminentes comicios generales amenazan con otorgar un papel determinante a este batiburrillo de formaciones políticas, cuyos discursos resultan en ocasiones escasamente compatibles con los consensos básicos de las últimas décadas: unos propugnan un modelo estatalista sometido a un constante intervencionismo público, otros persiguen la ruptura descarada e impune de las reglas del juego constitucional, otros pretenden iniciar un proceso de involución recentralizadora que liquide el actual modelo territorial, otros defienden la proliferación de armas de fuego como medio de autodefensa… 

Cuando Pedro Sánchez decidió finiquitar esta efímera legislatura, muchos socialistas no entendieron cómo el gobierno ponía en bandeja el asalto de la derecha a la Moncloa. En efecto, en aquellos días eran mayoritarios los estudios demoscópicos que advertían sobre la posible reedición del pacto de San Telmo en la Carrera de San Jerónimo. Sin embargo, el despegue de VOX a nivel estatal ha provocado un terremoto con réplicas en cascada que ha alterado por completo estas previsiones. 


En primer lugar, el éxito de Abascal en los comicios andaluces provocó una aguda crisis nerviosa en la calle Génova. Los populares tenían ante sí dos posibles caminos en su particular encrucijada: por un lado, podían digerir que sus votantes más radicales habían abandonado el nido definitivamente, entablando combate con Ciudadanos en el terreno de juego del centroderecha; o bien, podían trasladar el campo de batalla hacia estribor, replicando el discurso faltón y mononeuronal de los ultras para pescar en su mismo caladero de votos. Irresponsablemente, Casado optó por esta última opción. 

El siguiente capítulo de este dominó tuvo como protagonista a Albert Rivera, obligado a reaccionar ante la deriva radical del nuevo PP. Los estrategas naranjas, al igual que los populares, se encontraban ante un cruce de caminos que exigía tomar una decisión trascendental: por un lado, podían despreciar la excursión montañera de los populares en busca de Don Pelayo, aprovechando el enorme espacio ideológico vacío que quedaba en el centro político para plantear una alternativa moderada; o bien, podían apuntarse a la cruzada patriótica e involutiva de los reconquistadores azules y verdes, vetando cualquier tipo de colaboración trasversal con los socialistas. Sorprendentemente, Rivera optó por esta última opción. 

En paralelo a estos procesos, las expectativas electorales de Podemos comenzaron hace meses un declive del que no parecen zafarse. Pese al enorme caudal de ilusión generado tras el 15M, la forma en que se trasladó este espíritu al ámbito partidista e institucional ha sufrido una gestión lamentable. Reducir el problema al despampanante chalet de Galapagar limitaría el análisis a la cáscara de una crisis más profunda. Probablemente sea la consagración de un hiperliderazgo absolutista y monopolístico el que difícilmente cuadraba con un movimiento esencialmente plural y diverso. Inevitablemente, antes o después, el intento de encauzar un discurso asambleario a través de una estructura cesarista tenía que acabar volando por los aires. La desbandada está siendo antológica, lo que ha obligado a los líderes morados a escorar y afilar sus mensajes para marcar distancias con el PSOE. 


Como consecuencia de todos estos factores, con un centro político abandonado a su suerte por populares y liberales, y una ensalada de podemitas y confluyentes en franca decadencia, los socialistas se han topado inmerecidamente con un océano electoral donde pescar a sus anchas. En efecto, entre el radicalismo de izquierda y el tripartito sevillano se extiende un inmenso caladero de votos disponibles para quien desee echar la caña. Este fenómeno explica cómo Pedro Sánchez, un dirigente que despierta escaso entusiasmo tras una legislatura plagada de claroscuros, probablemente gane con holgura el próximo domingo. Esta victoria, más que mérito propio, será la consecuencia de una interminable lista de deméritos de sus contrincantes, empeñados en extenderle una alfombra roja con errores de bulto repetidos con una contumacia suicida: Casado calcando el discurso de Abascal, Arrimadas viajando a Waterloo, Suárez Jr. patinando con los neandertales y el infanticidio neoyorquino, Iglesias y Montero turnándose en el trono morado, Cayetana frivolizando sobre la violación, Rivera condenando la transversalidad, Génova plagada de toreros y telepredicadores, etc. 

Pese al previsible éxito de los socialistas, el fragmentado panorama electoral minimiza la importancia del triunfo y centra el foco en la capacidad de pacto. ¿Qué combinación hará posible aglutinar 176 escaños en las Cortes? Sólo se me ocurren tres opciones: o bien se reedita la mayoría que defenestró a Mariano Rajoy (una suma que, dependiendo del número de participantes necesarios, podría abocarnos a una nueva legislatura bronca e inestable), o bien se traslada a nivel estatal el acuerdo de las derechas sellado en Andalucía (una posibilidad que, por primera vez en democracia, alumbraría un gobierno sometido a la tutela de un partido ultra), o bien se construye un puente entre bloques mediante un pacto PSOE-Cs (la combinación más centrada, desde luego, pero aparentemente descartada a priori). La nueva política tiene sus defectos, sin duda, pero nadie podrá decir que sea aburrida.

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