Veto a la transversalidad

Publicado en el Diari de Tarragona el 24 de febrero de 2019


Dicen que las comparaciones son odiosas, pero en ocasiones los paralelismos son tan evidentes que resulta imposible obviarlos. Las clases pudientes catalanas, tradicionalmente representadas en las instituciones por Convergència, han estado varias veces a punto de perder el liderazgo del bloque soberanista en favor de ERC (en gran medida, por sus recurrentes casos de corrupción) pero, en el último momento, los herederos del pujolismo han conseguido envolverse en la senyera (o la estelada) para realizar una jugada maestra de estrategia política que les ha permitido recuperar su ventaja electoral. Recordemos, por ejemplo, las encuestas que un mes antes del 21D concedían a los republicanos casi medio centenar de escaños y poco más de una docena a los neoconvergentes. Finalmente, Junts per Catalunya obtuvo dos diputados más que ERC, tras acusar a Junqueras de querer dinamitar la unidad catalanista. Del mismo modo, las clases pudientes españolas, tradicionalmente representadas en las instituciones por el PP, han corrido el riesgo de perder recientemente el liderazgo del centro-derecha en favor de Ciudadanos (en gran medida, por sus recurrentes casos de corrupción) pero en el último momento los populares han conseguido envolverse en la rojigualda para lanzar un sorpresivo jaque mate que ha evitado el sorpasso. 

El último conejo que Pablo Casado ha sacado de su chistera ha consistido en sembrar una duda maliciosa sobre la estrategia postelectoral de la formación naranja. Teniendo en cuenta que la derecha sociológica considera actualmente a Pedro Sánchez el mayor traidor del hemisferio norte, culpable de vender la patria al pérfido independentismo, al líder popular le ha bastado recordar el intento de gobierno PSOE-Cs de hace tres años para destrozar a su clon barcelonés. Lógicamente, al dirigente liberal le ha faltado tiempo para manifestar solemnemente su pública contrición por aquella foto con el peligroso felón: “lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Pero ya era demasiado tarde. Aunque Ciudadanos obtenga un buen resultado, su verdadero objetivo era convertirse en la primera fuerza del centro-derecha español, y eso no parece que vaya a ocurrir (menos, aún, tras el nauseabundo papelón televisivo protagonizado por uno de sus más significados fundadores, Arcadi Espada). Ni siquiera lograrán remontar el vuelo con el tándem Rivera-Arrimadas que acaba de anunciarse para las generales. En efecto, el postgraduado de Aravaca ha conseguido sembrar la duda sobre la fiabilidad del buque naranja, y el votante conservador detesta la incertidumbre. El agujero en el casco tiene tal envergadura que ya nada se puede hacer para evitar el naufragio. La orquesta de Josep Oliu toca los últimos compases con los tobillos húmedos: Nearer, my God, to Thee, nearer to Thee… 


Desde el punto de vista de la estrategia partidista, el torpedo de los populares en la línea de flotación de la formación liberal es impecable: tocado y hundido. Sin embargo, desde la óptica de la salud de nuestro modelo democrático, la estocada de Casado finiquita cualquier posibilidad de cohesionar el país en torno a un gobierno centrado. El intento de encontrar espacios comunes entre diferentes ideologías se ha convertido en delito de alta traición, un planteamiento autodestructivo que en Catalunya escuchamos con deprimente reiteración. En efecto, el cortoplacismo y la falta absoluta de escrúpulos de la actual cúpula popular va a conseguir trasladar la peligrosa fractura social catalana a nivel estatal, con la mitad de la sociedad queriendo imponerse a la otra media y viceversa. Viviremos una campaña a cara de perro, con ambos bloques centrados en aplastar al contrario. 

El veto explícito a cualquier acercamiento postelectoral entre la izquierda y la derecha es una declaración de guerra al diálogo y a la transversalidad. Este tipo de planteamientos, además de un veneno social de lenta neutralización, constituyen un suicidio colectivo por una sencilla razón: impiden el desarrollo de políticas duraderas que resistan los efectos consustanciales a la alternancia. Efectivamente, cuando la derecha española gobierna en solitario, tiende a aprobar iniciativas totalmente inasumibles para los partidos de izquierda, quienes proceden a derogarlas en cuanto reconquistan el poder. Exactamente lo mismo sucede con los ejecutivos socialistas, cuyas medidas más ideologizadas nacen siempre con fecha de caducidad por no haber sido previamente consensuadas. Este fenómeno puede resultar más o menos sobrellevable en algunos temas puntuales, pero existen otros ámbitos donde estas dinámicas terminan siendo letales para la ciudadanía. Pensemos, por ejemplo, en la normativa educativa: cada gobierno fulmina la ley anterior y crea la suya propia, con una esperanza de vida que ni siquiera alcanza un ciclo escolar. Lo mismo podríamos decir de la planificación sanitaria o la política de infraestructuras (uno de los muchos defectos de nuestra clase política consiste, precisamente, en no saber distinguir lo ideológico de lo técnico). 


Como decíamos, teniendo en cuenta que todas las encuestas reflejan un panorama básicamente similar de cara al próximo abril, la enorme variedad de papeletas que encontraremos en los colegios electorales esconderán en realidad un horizonte mucho más simple. Al igual que los diez mandamientos se resumen en dos, las variadas ofertas electorales disponibles en el actual mercado partidista nos conducirán indefectiblemente a uno de los dos siguientes escenarios: o un “gobierno Frankenstein” (utilizando la terminología creada paradójicamente por Pérez Rubalcaba) o un “gobierno Francostein” (una expresión del siempre ocurrente Miquel Iceta). Parafraseando la célebre intervención de Arias Navarro, “españoles, la transversalidad ha muerto”. Votemos lo que votemos, sólo estaremos eligiendo entre renovar un ejecutivo sometido a un batiburrillo caótico, o cambiarlo por un presidente rendido al discurso de la ultraderecha. No hay más. 

Supongo que debemos agradecer precisamente a Pablo Casado haber sumergido al país en un pozo maniqueo de blanconegrismo con regusto guerracivilista: o ganan los rojos (socialistas, comunistas y soberanistas) o ganan los azules (conservadores, liberales y ultraderechistas). Algunos tienen un curioso sentido del patriotismo.

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