Semana demoscópica

Publicado en el Diari de Tarragona el 6 de enero de 2019


Con un retraso que ya empieza a ser habitual, el Centro de Investigaciones Sociológicas publicó hace un par de días su barómetro de diciembre sobre intención de voto a nivel estatal. Según este estudio, si hoy se celebrasen elecciones al Congreso de los Diputados, el PSOE ganaría los comicios con el 28,9% de los sufragios, seguido por el PP (19,1%), Ciudadanos (17,9%) y Podemos (14,9%). A larga distancia, VOX ni siquiera llegaría al 4% de los votos, muy lejos de las previsiones planteadas por otras empresas demoscópicas. Como era de prever, el tema más comentado en las tertulias periodísticas del viernes fue el empeño de José Félix Tezanos en regalar a los socialistas la parte del pastel que el resto de encuestas viene adjudicando a Abascal, una reiteración especialmente llamativa tras el bochorno que protagonizó el CIS durante las recientes elecciones andaluzas, fallando estrepitosamente en este mismo sentido. 

Sin ir más lejos, Sigma Dos presentó el pasado miércoles su propio estudio sobre el particular y las comparaciones han sido inevitables. Efectivamente, ambas encuestas arrojan resultados similares en lo referente a azules, naranjas y morados, pero la firma privada prevé que los socialistas ni siquiera alcanzarían el centenar de diputados, mientras VOX sumaría aún más escaños de los que hoy ostenta Ciudadanos en la Carrera de San Jerónimo. Si se cumplieran estos pronósticos el panorama sería completamente diferente, pues el trío Casado-Rivera-Abascal desbancaría holgadamente al bloque formado por los partidos de izquierda más las formaciones menores, resultando un cuadro final similar al derivado de los comicios andaluces. 

Teniendo en cuenta que al actual gobierno le quedan en teoría casi dos años de legislatura, algún analista podría pensar que todo esto es simple política ficción. Para contrarrestar esta ingenua tentación, esta misma semana también se ha publicado un tercer estudio de NC Report según el cual más del 70% de los españoles exige elecciones anticipadas inmediatas. Incluso la mitad de los votantes socialistas quiere acudir ya a las urnas para acabar con esta interminable agonía, en gran medida derivada de la política contemporizadora de Pedro Sánchez con el independentismo (sólo uno de cada cinco españoles respalda su estrategia en Catalunya). El gobierno se desangra y la hipótesis de un tripartito ultraconservador va cogiendo cuerpo, mientras los líderes neoconvergentes siguen jugando con fuego en una farsa sobreactuada para parecer más radicales que los republicanos. 


Al margen de estas encuestas pero conectado con ellas, el sainete más comentado de la semana ha sido el supuesto desencuentro entre PP, Cs y VOX en sus negociaciones para conquistar la Junta. Aunque puede tratarse de un encontronazo sincero, resulta perfectamente plausible que estos escarceos sólo representen un baile de apareamiento que responda al interés particular de los tres actores principales: al de Pablo Casado, que intenta distinguirse de la extrema derecha para preservar cierto espacio electoral (aunque últimamente sus discursos resulten casi idénticos); al del Albert Rivera, que procura simular no enterarse de que el pacto no es a dos bandas sino a tres (atención al monumental enfado de Manuel Valls por el “trifachito” sevillano); y al de Santiago Abascal, que sin duda apoyará el cambio en Andalucía, pero necesita ponerse farruco para no defraudar a sus huestes. Todos contentos y el pescado vendido. 

Ampliando el foco podemos comprobar que la inquietud ciudadana ante el terremoto electoral de los últimos años es enorme, y son cada vez más las personas que preguntan con gesto angustiado cómo va a acabar todo esto. No tengo ninguna bola de cristal, pero apostaría a que antes de un año tendremos en la Moncloa un presidente conservador, obligado a rendir pleitesía al líder de VOX por imperativo matemático. En efecto, todas las variables empujan actualmente en el mismo sentido: las concesiones escénicas de Sánchez a Torra están minando el caudal electoral que los socialistas conquistaron en verano; la cuestionable gestión de Pablo Iglesias al frente de Podemos ha socavado el tirón popular de sus inicios; Casado y Rivera han iniciado una peligrosa carrera por arrebatarle el argumentario a la extrema derecha en su propio terreno de juego; el pianista de Waterloo abandonó hace meses el mundo de la realidad, sumergiendo a las instituciones catalanas en una lamentable espiral de decadencia y desprestigio; y Abascal aumenta sus expectativas de forma imparable, consolidando un sorprendente protagonismo político gracias a la irresponsabilidad procesista. 

Resulta complicado interpretar si la ayuda evidente que el independentismo más hiperventilado está regalando a la ultraderecha española es un mero efecto indeseado de la fiebre montañera, o más bien una estrategia perfectamente estudiada para hacer saltar todo por los aires. En cualquier caso, si los dirigentes que manejan los hilos de procés no abandonan su maximalismo (hipótesis harto improbable), a Pedro Sánchez le quedan dos telediarios viajando en Falcon, y el nuevo gobierno inaugurará los fastos de la próxima legislatura decretando un 155 tan brutal e indefinido como previsible y evitable. Entonces llegarán los lamentos y algún tuitero con escaño tendrá la desfachatez de preguntarse cómo es posible que esto suceda en la Unión Europea del siglo XXI. 


Que nadie finja sorpresa, por favor, cuando Catalunya vea su autogobierno reducido a cenizas por culpa de unos insensatos que, hace algo más de un año, respondieron a la corresponsable sordera madrileña pisando el acelerador en dirección al barranco. Como dijo Robert Green Ingersoll, “en la vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias”. Ojalá Melchor, Gaspar y Baltasar hayan traído esta noche a la plaza de Sant Jaume un cofre de prudencia, una vasija de sensatez y un frasco de pragmatismo, aunque me temo que ya sea demasiado tarde para revertir las tendencias. 

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