El intolerable Sr. Nahasapeemapetilon

Publicado en el Diari de Tarragona el 4 de noviembre de 2018


Para aquellos que no conozcan a nuestro simpático y abnegado protagonista, les diré que se trata de un modesto comerciante bengalí afincado en Estados Unidos. Aunque se doctoró brillantemente en ingeniería informática (su director de tesis fue el prestigioso Dr. Frink), decidió abrir un sencillo supermercado en una población prácticamente desconocida. Sin duda se trata de un buen tipo, justificadamente apreciado por sus conciudadanos: es un padre de familia laborioso y servicial (trabaja duro durante jornadas interminables para sacar adelante a sus ocho hijos); es un marido atento, romántico y cariñoso (al margen de un puntual patinazo con una reponedora de helados); es un inmigrante modélicamente integrado, que además procura conservar la cultura y tradiciones de la India (su devoción por Ganesha es antológica); es un ciudadano pacífico y conciliador (a pesar de haber sido herido en innumerables atracos a su establecimiento); es uno de los vecinos más respetuosos con la ley (aunque se tome ciertas licencias en el etiquetaje de algunos productos perecederos); es un vecino solidario que no duda en echar una mano cuando la comunidad lo necesita (por ejemplo, colaboró desinteresadamente en la reconstrucción de una vivienda familiar arrasada por un huracán), etc. 

Como pueden imaginar, nuestro protagonista no es una persona real sino un personaje de los Simpsons, cuya continuidad en la serie se ha visto comprometida por resultar políticamente incorrecto. Por lo visto, Apu Nahasapeemapetilon constituye un estereotipo denigrante para el colectivo inmigrante en Estados Unidos, que además atenta contra la dignidad del pueblo indio. Así al menos lo considera Hari Kondabolu, autor del documental “El problema con Apu” que desató la polémica hace unos meses. Según relata Adi Shankar, productor ejecutivo y director de la serie “Castlevania” de Netflix, tres profesionales que trabajan en los Simpsons le filtraron que los productores de la saga se habían hartado de la controversia, y decidieron cortar por lo sano fulminando para siempre al personaje. La idea era no levantar demasiado revuelo, pero la noticia ha saltado ya a los medios y a las redes sociales, con gran escándalo para muchos de sus seguidores, y en estos momentos los responsables de esta joya de la animación intentan contemporizar sin demasiado éxito. 


Para empezar, resulta absurdo reprochar a los guionistas de los Simpsons que Apu muestre en la pantalla un ridículo estereotipo de un colectivo concreto, cuando precisamente la herramienta argumental que utiliza la serie para construir su feroz crítica social consiste en ofrecer un retrato grotesco y paródico de todos los grupos humanos que uno puede encontrar en la sociedad norteamericana. Si aceptásemos una dinámica en la que cada colectivo pudiese vetar al personaje que les resultase ofensivo, los hombres blancos de clase media podrían exigir la eliminación del propio Homer, protagonista vago, maleducado e irresponsable de la saga; los devotos protestantes vetarían a Ned Flanders, ridículamente amanerado y meapilas; los italoamericanos vetarían a Tony D'Amico, capo mafioso y feroz asesino; las asociaciones de alcohólicos vetarían a Barnie Gumble, un borracho maloliente y fracasado; la clase política vetaría al alcalde Joe Quimby, putero compulsivo y corrupto sin escrúpulos; los clérigos vetarían al reverendo Lovejoy, el hipócrita y abúlico párroco de Springfield; los latinos vetarían a Nick Riviera, médico de saldo y cirujano peligrosamente infraformado; los empresarios vetarían a Montgomery Burns, un plutócrata desalmado y avaricioso; los judíos vetarían a Krusty Krustofsky, un farandulero drogadicto y adicto a la pornografía; los policías vetarían a Clancy Wiggum, el torpe y estúpido sheriff que dirige la comisaría local; los escoceses vetarían a Willie McDougal, el asilvestrado e irascible responsable de mantenimiento del colegio; los rednecks vetarían a Cletus y Brandine, un matrimonio incestuoso de fértiles paletos… Y así hasta el infinito. De hecho, el colectivo de inmigrantes indios probablemente sea uno de los perfiles mejor tratados de la serie. 

Llevamos varios años dejándonos contagiar por un neovictorianismo que convierte cualquier cosa en tabú de la noche a la mañana. Se supone que deberíamos fomentar una actitud tolerante y desenfadada que permitiese asumir con naturalidad los efectos consustanciales a la libertad de expresión (no confundamos a quien bromea sobre algo y a quien busca ofender premeditadamente), y sin embargo el pensamiento en boga apuesta por todo lo contrario, animando a los ciudadanos a ser inflexibles cada vez que se sientan mínimamente molestos con cualquier gansada. Vamos hacia atrás, invadidos por una mentalidad involutiva que algunos no terminamos de comprender (de hecho, mis amigos saben que tengo la costumbre de compartir los memes sobre vascos que recibo en el móvil, muchos de ellos verdaderamente graciosos, donde los euskaldunes aparecemos como tipos brutos y simiescos que vamos levantando piedras y cortando troncos por las esquinas). Aceptar las parodias con deportividad no debería ser ningún mérito sino lo mínimo esperable en una persona medianamente cuerda. Sin embargo, nos encaminamos hacia una sociedad tiranizada por una caza de brujas eficazmente construida sobre una ultrasensibilidad esperpéntica, que incluso cuenta con el aliento de determinados círculos pseudointelectuales con gran capacidad de influencia. 


Ya va siendo hora de plantarse ante quienes pretenden instaurar algo parecido a una Thinkpol, la policía del pensamiento orwelliana. No es sólo que organicen autos de fe mediáticos contra quienes bromean sobre determinados asuntos, sino que incluso pretenden hacer sentir culpables a quienes les divierten determinados contenidos humorísticos, so pena de excomunión social por hispanófobo, catalonófobo, xenófobo, islamófobo, homófobo, aporófobo, teratófobo, hagiófobo, ginéfobo, o cualquier otro “fobo” que se les ocurra. Esperemos que este derrape postmoderno sea el simple fruto de una moda pasajera, aunque sospecho que la cosa va para largo.

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