El rodillo de la Realpolitik

Publicado en el Diari de Tarragona el 28 de octubre de 2018


El macabro plan comenzó a idearse hace exactamente un mes, cuando Jamal Khashoggi acudió confiadamente al consulado saudí en Estambul para realizar unos trámites burocráticos. Iba a casarse con su novia turca, Hatice Cengiz, pero la documentación todavía no estaba lista y los funcionarios le citaron cuatro días después. El columnista de opinión de The Washington Post se había convertido en un enemigo molesto para régimen de Riad, y los oscuros engranajes de esta feroz dictadura teocrática se pusieron en movimiento para hacer desaparecer al influyente opositor. El periodista regresó puntualmente el 2 de octubre a la legación diplomática de la que ya nunca saldría con vida. 

Según se desprende de las primeras investigaciones, la siniestra conspiración urdida durante ese intervalo de cuatro jornadas contó con el impulso o la complicidad del joven príncipe heredero, Mohamed bin Salmán. La propia mañana del crimen, un grupo de quince personas procedentes de Arabia Saudí se unieron a otros tres agentes llegados el día anterior para perpetrar el espeluznante asesinato que ha hecho temblar los cimientos de diversas cancillerías en todo el planeta. Por lo visto, el periodista de 59 años fue brutalmente torturado en las dependencias diplomáticas, posteriormente fue desmembrado cuando seguía aún con vida, y finalmente fue enterrado bajo el jardín de la residencia oficial del cónsul saudí. Al margen de la sobrecogedora secuencia de los hechos, son varias las sorprendentes circunstancias que rodean este aterrador episodio. 

En primer lugar, llama la atención la despreocupada prepotencia con la que actuaron los verdugos, pese a encontrarse en territorio extranjero e inamistoso. Aunque tomaron ciertas preocupaciones, como sustraer el disco duro del sistema interno de videovigilancia o disfrazarse con la ropa de Khashoggi para intentar fingir que la víctima salió del consulado por su propio pie, lo cierto es que el grupo de sicarios dejó a su paso un abrumador reguero de pruebas incriminatorias. Parece obvio que el cerebro que orquestó este crimen lo hizo absolutamente convencido de su propia impunidad. 

También provoca extrañeza (y vergüenza ajena, la verdad) ver a Recep Tayyip Erdoğan convertido en un paladín de la lucha por los derechos humanos. El empeño del todopoderoso líder turco por investigar este sórdido asesinato probablemente tenga su origen en el frustrado golpe de Estado de 2016, cuando Mohamed Bin Salmán respaldó abiertamente a los sublevados. Entre los numerosos países que desean ver a Riad arrastrándose por las cumbres internacionales también se incluye la monarquía catarí, tras sufrir en junio 2017 un fallido bloqueo de Arabia Saudí y sus aliados (Emiratos, Bahréin y Egipto), quienes reclamaban a Doha su alejamiento de Irán y el cierre de la cadena Al Jazeera, entre otras exigencias. 


Algo menos sorprendentes son las bochornosas declaraciones de Donald Trump, criticando con una media sonrisa la carnicería de Estambul: “su concepto original fue muy malo, lo pusieron en práctica muy mal, y el encubrimiento fue el peor en la historia de los encubrimientos”. En cierto modo, el paródico presidente norteamericano sugería que lo condenable de estos hechos no fue la decisión de matar a Khashoggi, sino su chapucera ejecución. Ante la estupefacción de los medios, el inquilino de la Casa Blanca matizó después sus afirmaciones, aunque para entonces resultaba ya evidente la catadura moral de este peligroso y ridículo personaje que ocupa el Despacho Oval. Obviamente, Washington ni siquiera se plantea matizar su política comercial de armas respecto al régimen de Riad (recordemos que Estados Unidos capitaliza el 61% de la descomunal factura militar de Arabia Saudí). 

También resulta chocante la repentina conversión paulina de algunos países occidentales tras estos sucesos. ¿Acaso no sabíamos todos desde siempre que la tiranía wahabí cometía sistemáticas aberraciones dentro y fuera de sus fronteras? En cualquier caso, el debate sobre un posible boicot militar a la familia Saud ha vuelto a poner en evidencia la penosa estrategia diplomática de la UE. Cada uno hace la guerra por su cuenta –nunca mejor dicho- sin que parezca posible unificar criterios a corto ni medio plazo. Alemania ha anunciado que suspende unilateralmente sus envíos de armas hasta nuevo aviso y la Eurocámara ha solicitado a los países miembros que sigan sus pasos. Todavía se escuchan las carcajadas en las sedes de algunos gobiernos… Recordemos que Gran Bretaña y Francia son su segundo y tercer suministrador bélico respectivamente, y no están dispuestos a perder su trozo del pastel. Primum vivere, deinde philosophari. Aunque resulta evidente que la seguridad jurídica es un valor esencial en el tráfico mercantil, avergüenza comprobar que los principios morales parecen estar en venta en la excesivamente autoestimada Europa del siglo XXI. Me pregunto qué pasaría si viviéramos en los años treinta y hubiésemos firmado con Berlín un contrato de suministro de Zyklon B. ¿Deberíamos seguir enviándoselo? 


En nuestro país PP y PSOE también han vetado el embargo armamentístico para no perder 2.000 MEUR anuales de facturación y 6.000 puestos de trabajo vinculados a Navantia. Efectivamente, la vulnerable posición que ocupa hoy la ética frente al mercado ha superado la dialéctica izquierda/derecha, como lo demuestran las esperpénticas palabras de David Navarro, concejal de Podemos en Cádiz: “para Alemania es muy fácil pronunciarse sobre este aspecto, pero si estuviésemos hablando de coches Volkswagen a lo mejor la postura de la señora Merkel sería completamente distinta”. Ante semejante comparación, un periodista le recordó que, a diferencia de las corbetas, un coche no mata. Atrapado en un embarazoso atolladero, al edil no se le ocurrió nada mejor que responder: “póngalo usted en manos de un temerario, a ver si no mata”. Como dijo Groucho Marx, es mejor permanecer callado y parecer imbécil que abrir la boca y despejar todas las dudas.

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