El falso ultimátum



Publicado en el Diari de Tarragona el 7 de octubre de 2018


Desde hace unas semanas comenzaba a percibirse un cierto cambio de clima político. El relevo en la Moncloa parecía haber facilitado un tono medianamente distendido entre los ejecutivos español y catalán, al margen de algún que otro exabrupto mitinero específicamente destinado a las bases más extremistas del independentismo. Desde Madrid llegaban mensajes bienintencionados de apertura a un diálogo flexible y el “sotogobierno” de la Generalitat empezaba a utilizar cauces estatutarios para desbloquear diversos temas pendientes. Seguíamos a una distancia sideral del viejo oasis catalán, pero la voladura definitiva de los puentes parecía un poco más lejos que a finales de mayo. 

Sin embargo, Quim Torra comenzó a dar muestras de incomodidad tras la actuación de los Mossos frente a los contramanifestantes que intentaron impedir la concentración de Jusapol. El conseller Buch era blanco de las iras de los radicales, abriendo grietas indeseadas en el aparentemente monolítico bloque secesionista. El President intentó embridar a los descontentos en Sant Julià de Ramis con un giño a sus seguidores más agresivos: “amigos de los CDR, apretáis y hacéis bien en apretar”. Pocas horas después el Parlament era sitiado por los violentos, que pedían airadamente la dimisión del propio Torra, hartos de los juegos malabares procesistas que han demostrado no conducir a ningún sitio. 

Al igual que sucediera hace un año con su mentor, Carles Puigdemont, quien no se atrevió a convocar las elecciones autonómicas a las que se había comprometido por las presiones de los hiperventilados, el actual Molt Honorable parecía volver a derrapar por la presión ambiental. Fue el propio Parlament el lugar elegido el martes para desplegar un discurso bronco e incendiario, echando por tierra el trabajo de distensión de los últimos meses: si Pedro Sánchez no aceptaba un referéndum de autodeterminación antes de acabar octubre, el independentismo dejaría caer al Presidente del Gobierno. 


Este órdago no había sido previamente pactado con los partidos que dan soporte al Govern, algo que escoció a muchos republicanos y bastantes exconvergentes, como pudo comprobarse en la réplica de Sergi Sabrià, portavoz parlamentario de ERC. Paradójicamente, una amenaza a la Moncloa destinada a favorecer la compactación del independentismo podía acabar precisamente aumentando la brecha en su propio seno. Ante semejante tesitura, Torra decidió envainarse el ultimátum de forma casi inmediata, enviando el miércoles una carta a Pedro Sánchez en la que se omitía clamorosamente cualquier tipo de plazo. Este gesto volvió a encender los ánimos entre quienes lo consideraron una bajada de pantalones, de modo que el President reactivó de nuevo el desafío vía twitter apenas unas horas después: “el independentismo dejará de dar al presidente Sánchez cualquier tipo de estabilidad en el Congreso a partir de noviembre”. Sin embargo, un nuevo desencuentro entre PDeCAT, ERC y CUP en el Parlament propició el viernes un pacto que incluía la concesión de una tregua temporal a Sánchez en las Cortes. 

A simple vista puede parecer que Quim Torra es un dirigente que chirría al girar como una veleta empujada por el viento del equilibrismo partidista y una agitación callejera que él mismo alienta y teme simultáneamente. En efecto, es probable que nos encontremos ante el peor President de la Generalitat del último medio siglo, un admirador confeso de siniestros personajes parafascistas como los hermanos Badía, convertido en un auténtico pirómano institucional que actúa como si media Catalunya no existiese, obcecado por un sectarismo delirante. Sin embargo, no debe descartarse que el arrebato que ha poseído esta semana al President no sea en realidad una ocurrencia improvisada, sino una estrategia perfectamente diseñada. 

Efectivamente, los mandamases del procesismo confiesan ya -la mayoría de ellos sólo en la intimidad- que al independentismo le falta masa crítica para salir adelante, sin fórmulas legales viables ni el menor respaldo internacional. El eufemismo estándar para reconocer este fracaso suele ser “debemos ampliar la base soberanista”. Paralelamente, la experiencia demuestra que los puntuales incrementos en el respaldo al rupturismo han tenido habitualmente carácter reactivo (por ejemplo, a mediados de septiembre del año pasado las encuestas auguraban una caída considerable de los partidos secesionistas, pero los porrazos del 1-O y el encarcelamiento de los líderes independentistas les permitieron revalidar su mayoría absoluta en diciembre). Por tanto, es lógico concluir que un clima dialogante como el que pretende instaurar el gobierno socialista choca con la necesidad soberanista de tensionar el ambiente político para alcanzar una mayoría social reforzada. En este sentido, la supervivencia del proyecto independentista requeriría cortar de raíz los gestos de distensión que llegan desde Madrid, un objetivo factible si el tándem PP-Cs recuperase la Moncloa. Y es ahí donde el ultimátum de Torra quizás no fuera un simple calentón. 


La amenaza del President se sometía a una exigencia manifiestamente incumplible, por lo que deberíamos concluir que no se trataba de un verdadero ultimátum sino de una simple cuenta atrás. Desde esta perspectiva, puede que la verdadera estrategia del círculo que rodea a Torra fuese hacer caer a Sánchez (trasladándole tramposamente a él la responsabilidad de lo sucedido), provocar así unas elecciones anticipadas que quizás devolviesen el poder a la derecha (la última encuesta del CIS tiene más cocina que la guía Michelin), generar de este modo una espiral incendiaria de extremismo retroalimentado y un nuevo 155 (la única baza para romper el techo electoral secesionista) y así poder proclamar finalmente la independencia unilateral en un ambiente balcanizado. Aunque el reciente sainete parlamentario a cuenta de los diputados suspendidos ha frenado esta posibilidad, debemos estar alerta porque la tentación del “cuanto peor, mejor” puede regresar en cualquier momento. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

El beso

Una moto difícil de comprar

Bancarrota