Los pasos atrás

Publicado en el Diari de Tarragona el 16 de septiembre de 2018


La mayor parte de las conquistas humanas se han alcanzado aplicando pacientemente el método de prueba y error. Efectivamente, el sentido común suele aconsejarnos analizar primero cuál es el camino idóneo para avanzar, llevar esta decisión a la práctica, y si este sendero demuestra no conducir al destino deseado, retroceder un paso y volver a intentarlo por otra vía, aprendiendo de los errores cometidos. Lamentablemente, nuestra vida política no suele sujetarse a este sencillo y eficaz procedimiento, pues la tendencia hispánica a convertir las divergencias en duelos transforma el argumento en sentimiento, la convicción en cabezonería y la opinión en identidad.

El conflicto territorial que vivimos actualmente constituye el paradigma de este fenómeno. Por un lado, el unionismo militante sigue sin admitir sus equivocaciones en la gestión del descontento catalán, que son detonante o al menos combustible en la voladura descontrolada de los lazos internos que cohesionaban nuestra sociedad. Este empeño en sostenella y no enmendalla provoca una incapacidad manifiesta para moldear un discurso atractivo, que se materializa en una patética ineptitud para movilizar y visibilizar el importante rechazo que el rupturismo despierta en media Catalunya. Pese a los incontables errores y disparates protagonizados por el procesismo, el bloque españolista no ha logrado reducir un ápice el respaldo a la secesión.

Por su parte, el independentismo más monomaníaco (cuya obcecación resulta tan prototípicamente española como la de sus antagonistas) parece no haber extraído ninguna conclusión de los acontecimientos vividos durante el último año. En efecto, la estrategia esencialista y unilateralista no ha alcanzado ninguno de los objetivos prometidos (todas las Diadas son siempre la última bajo el régimen autonómico), ha desencadenado una brutal involución en el autogobierno (no es sólo la aplicación del artículo 155, sino el establecimiento de un precedente que facilitará su reedición), ha provocado el encarcelamiento o estampida de gran parte de sus líderes (quienes, a pesar de la propaganda interesada, afrontan un sombrío horizonte penal), ha quebrado la cohesión social (tardaremos muchos años, incluso décadas, en recuperarla), no ha conseguido ampliar lo más mínimo la base soberanista (incluso teniendo el pulso ambiental a favor, jamás han logrado la mitad de los votos en ninguna convocatoria electoral), etc. Lo más grave es que, a pesar de esta calamitosa hoja de servicios, la respuesta de sus principales dirigentes ni siquiera contempla un período de reflexión autocrítica, sino sólo continuar empujando con más fuerza en una dirección que se ha demostrado estéril y suicida.


Pero no está todo perdido. En ambos bloques encontramos voces con un rescoldo de sentido común, que podría convertirse en la argamasa para iniciar la construcción de los puentes que eviten el descalabro total. Pensemos por ejemplo en Oriol Junqueras, que dedicó un sorpresivo rapapolvo a algunos de sus correligionarios al señalar que "cuando mi equipo me comenta insultos (a Serrat, Évole...) por parte de algunos independentistas, simplemente no salgo de mi asombro". También Meritxell Batet intentó rebajar la temperatura apuntando a las raíces del conflicto, al mostrarse partidaria de compensar presupuestariamente a Catalunya por haber sido una de las comunidades “campeonas en austeridad” durante la crisis. El propio Joan Tardà manifestó en el Congreso que "si hay algún independentista ingenuo o estúpido que cree que puede imponer la independencia al 50% de catalanes que no lo son, es evidente que está equivocado". Incluso el mismísimo Josep Borrell, enemigo público número uno del soberanismo, declaraba en la BBC, a propósito de los políticos encarcelados, que “yo personalmente preferiría que estas personas estuvieran en libertad condicional”.

Sin embargo, el aire fresco que de vez en cuando oxigena este ambiente irrespirable tiene que vérselas habitualmente con los ayatolás de uno y otro bando, quienes no permiten la menor concesión a la razonabilidad. Junqueras, Batet, Tardà y Borrell han sido blanco de las iras de los suyos por estas sensatas declaraciones, demostrando que son todavía muchos los que consideran que cualquier gesto de distensión o rectificación constituye un imperdonable delito de alta traición. Incluso un antiguo guardián de las esencias como Gabriel Rufián (recordemos su tuit sobre las 155 monedas de plata) ha planteado la necesidad de “pinchar la burbuja del independentismo mágico”, y ha terminado sufriendo el mismo proceso sumarísimo que él aplicaba a otros en el pasado, emulando la desventurada travesía de Robespierre.

Lamentablemente, la experiencia demuestra que los agentes del Santo Oficio procesista, en el actual contexto de macartismo patriótico, logran habitualmente silenciar cualquier matiz que se aparte de la ortodoxia. Que se lo digan a Carles Campuzano, quien osó pactar una moción con los socialistas donde se propugnaba un diálogo político para Cataluña "sin imposiciones ni impedimentos" en el marco del "ordenamiento jurídico vigente". Semejante herejía soberanista obligó al portavoz del PDeCAT en las Cortes a retirar su apoyo al texto, llegando incluso a poner su cargo a disposición del partido. En cualquier caso, a nadie se le oculta que detrás de estas brigadas digitales de la pureza ideológica se ocultan las luchas fratricidas entre republicanos, exconvergentes, waterloonianos, etc. Algo parecido sucede con la Inquisición unionista, acaudillada por Albert Rivera y Pablo Casado, decididos a utilizar demagógicamente el conflicto catalán para asaltar la Moncloa.


Parece indudable que los partidarios de tensionar al máximo a la ciudadanía catalana están ganando la partida, una evidencia palpable en la guerra de los lazos amarillos. En este contexto, nuestra sociedad se enfrenta al reto democrático de avanzar hacia un horizonte en el que sea posible discrepar, matizar o rectificar sin miedo a ser quemado en la hoguera mediática. Si conseguimos llegar hasta este punto, sin duda podremos afirmar que nos encontramos muy cerca de la salida del laberinto.

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