Incívicos no, delincuentes

Publicado en el Diari de Tarragona el 23 de septiembre de 2018


El conjunto escultórico que rodea la Font del Centenari amaneció el pasado lunes gravemente dañado como consecuencia de una agresión perpetrada de madrugada por un grupo de descerebrados. Según se desprende de las primeras actuaciones policiales, esta piara de energúmenos colocó varios petardos de gran potencia en varios puntos de la obra, que al explotar amputaron la mano de una de las figuras y provocaron la completa decapitación de otra. 

La fuente atacada fue esculpida en los años cincuenta por Josep Viladomat i Massanas, autor realista nacido a finales del siglo XIX, por encargo del entonces alcalde de Tarragona, Enric Olivé. Fue inaugurada en 1954 para conmemorar el centenario del inicio del ensanche que rodea la Rambla Nova, tras el derribo de la muralla de Sant Joan que partía la ciudad en dos. La obra consta de cuatro figuras orientadas a los puntos cardinales, representando cada una a un continente: al norte encontramos un europeo con un oso, al sur un africano con un hipopótamo, al este un asiático con un elefante, y al oeste un americano con un cocodrilo. ¿Qué tiene que ver esta temática con el aniversario de nuestra querida Rambla? Como se pueden imaginar, absolutamente nada. De hecho, en su época se desató una gran polémica al saberse que la fuente no era un diseño específicamente concebido para Tarragona, sino una creación previa que Viladomat presentó sin éxito en un concurso convocado por el ayuntamiento de Barcelona (y que, por cierto, recuerda sospechosamente –en versión modestísima- a la romana Fontana dei Quattro Fiumi, esculpida por Bernini en 1651, que se eleva majestuosa en el centro de Piazza Navona). 


En cualquier caso, al margen del mayor o menor valor artístico de la obra, parece indudable que comenzamos a tener un problema muy serio con el vandalismo de ciertos sujetos que campan a sus anchas en diferentes poblaciones de nuestro territorio. Sin ir más lejos, esta misma semana unos desconocidos han destrozado la iluminación del Pont de l’Estat en Tortosa, y cada poco tiempo amanecemos con nuevos ataques gratuitos e indiscriminados contra vehículos estacionados en nuestras calles. Estos incidentes resultan aún más indignantes cuando la víctima de la agresión es nuestro legado monumental (pensemos en las recurrentes pintadas en la muralla romana), provocando unos daños que en ocasiones resultan prácticamente irreversibles. 

Ante la alarma social generada por los últimos acontecimientos, parece que el ayuntamiento ha decidido diseñar un plan global para atajar de raíz un gran espectro de actitudes incívicas. Sin duda se trata de una iniciativa bienintencionada, pero plantearla en términos tan amplios puede convertirla en un gesto prácticamente estéril (entre los actos que intenta combatir se incluye desde atacar un monumento hasta aparcar en doble fila). Quien mucho abarca, poco aprieta. En efecto, aunque sea implícitamente, meter en el mismo saco a quien destroza dolosamente una lápida romana y a quien baja la basura a deshora constituye un despropósito que trivializa la trascendencia delictiva de los comportamientos más graves. Todo tipo de infracciones deben ser perseguidas, obviamente, pero el creciente salvajismo que viene padeciendo últimamente nuestro patrimonio histórico requiere ser combatido de forma específica y contundente, mediante la implementación de una serie de medidas diversas y complementarias que deberían pivotar sobre los siguientes ejes. 


1.- Sensibilización: el respeto suele ser el corolario del conocimiento. No existe un recurso más eficaz para lograr la salvaguarda de nuestro legado colectivo que inculcar el aprecio por estas joyas compartidas, una labor de concienciación que debe dirigirse tanto a niños como a jóvenes y mayores. Aunque hace décadas que viene realizándose una labor encomiable en este sentido, especialmente a nivel escolar, nunca está de más acentuar la importancia de la divulgación de nuestra cultura local con vistas a lograr la complicidad de toda la ciudadanía en el cuidado y conservación de nuestros tesoros monumentales. 

2.- Vigilancia: decía Al Capone que “se puede conseguir más con una palabra amable y una pistola que sólo con una palabra amable”. No se trata de convertir al famoso gánster en el guía espiritual de nuestro ayuntamiento, pero conviene recordar que existe siempre una porción de la ciudadanía que se muestra pertinazmente refractaria a cualquier argumento racional. En estos casos resulta ineludible recurrir a los cuerpos de seguridad, que ejercen el legítimo monopolio de la fuerza para la salvaguarda de los intereses colectivos. En el apartado de la prevención policial podríamos incluir tanto la conveniencia de reforzar las patrullas en los puntos más sensibles de la ciudad, así como la necesidad de instalar cámaras de seguridad como elemento disuasorio de eficacia comprobada. Quienes no cometemos actos indebidos en la calle no tenemos ningún miedo a crear una red pública de vigilancia, un recurso que sociedades avanzadas como la londinense llevan décadas utilizando con excelentes resultados. 

3.- Castigo: hace unos años leí una entrevista a un político nórdico donde se le preguntaba por los bajísimos niveles de corrupción en su país: “no es que seamos mejores personas, simplemente tenemos la certeza de que si metemos la mano en la caja iremos a prisión”. Lamentablemente vivimos inmersos en un pensamiento buenista que suele despreciar demagógicamente este tercer eje, pues lo considera discordante con el modelo preventivo que todos deseamos. Frente a esta biensonante filosofía barata, resulta imprescindible destacar que uno de los alicientes más poderosos para no cometer un acto ilegal es siempre el miedo a sus consecuencias económicas y penales. ¿Ustedes creen que los trogloditas que destrozaron la Font del Centenari habrían perpetrado esta barbaridad si estuviesen convencidos de que les acarrearía multa, cárcel y pago de la restauración? La sensación de impunidad es la levadura de la delincuencia.

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