Alienígenas ancestrales

Publicado en el Diari de Tarragona el 2 de septiembre de 2018


Corría el año 1935 cuando Pablo Neruda y Federico García Lorca fueron invitados a un recital de poesía en un pueblo castellano. Ambos autores viajaron en tren hasta aquella pequeña población, en cuya estación debían encontrarse con los organizadores del evento. Al llegar, sin embargo, nadie se acercó a ellos para darles la bienvenida, así que decidieron ir por su cuenta hasta al modesto teatro donde se celebraría el encuentro. Una vez allí, el Nobel chileno se dirigió a los congregados con gesto malhumorado, reprochándoles que no les hubieran recibido en el andén. Uno de los lugareños dio un paso al frente, intentando explicar lo sucedido: "fuimos pero no les reconocimos, porque creímos que vendrían vestidos de poetas". Ante la estupefacción de Neruda, el escritor granadino intentó rebajar la tensión del momento, susurrando con su acento andaluz una respuesta cargada de sorna: “es que somos de la poesía secreta”. 

En efecto, de modo consciente o inconsciente, el mero envoltorio que recubre la realidad suele determinar frecuentemente el modo en que la percibimos. Nos cuesta identificar el fondo cuando la forma no cuadra con el exterior que presuntamente debería tener. Pero este fenómeno también se produce a la inversa, generando en ocasiones efectos mucho más nocivos: aceptamos encuadrar algo en una determinada categoría simplemente porque tiene la apariencia de ser tal. El caso paradigmático de este equívoco son las noticias falsas que invaden las redes sociales, las conocidas “fake news”, que a veces incluso llegan a colarse en algunos medios presuntamente serios que caen en la trampa y las dan por buenas. Sin embargo, el problema no se reduce al ámbito informativo, sino que se extiende también a otros terrenos. 

Supongo que todos hemos tropezado alguna vez con uno de esos presuntos documentales televisivos que pretenden dar apariencia científica a lo que no son más que mitos, leyendas y supersticiones. De hecho, existen varios canales especializados en divulgar este tipo de pseudoinvestigaciones, cuya forma de argumentar atenta descarnadamente contra el método científico. Los peculiares silogismos de estos “fake documentaries” son siempre similares: primero plantean un misterio (que normalmente no suele ser tal, pero se adorna para crear una atmósfera enigmática), luego se sugiere una solución mágica que resuelva el arcano (siempre como mera posibilidad, para que el desarrollo parezca riguroso), después aparecen una serie de tipos peculiares que apuestan por dicha propuesta (evaporándose progresivamente los verbos condicionales), hasta que finalmente, a base de triples saltos mortales argumentativos, se llega a la fascinante conclusión que todos preveíamos desde el principio. Efectivamente, sufridos televidentes, hemos necesitado que un tipo de la Universidad de Wichita nos abra los ojos para descubrir que los alienígenas ancestrales son la piedra angular que explica la historia de la humanidad. 


He de reconocer que mi pertinaz insomnio nocturno me ha convertido en un auténtico especialista en este tipo de programas, cuya monótona narrativa resulta idónea para volver a conciliar el sueño, aunque últimamente lo estoy dejando porque la indignación me desvela aún más. Al margen del peculiar proceso inductivo que caracteriza a este género televisivo, existen también otros rasgos coincidentes. Por ejemplo, el perfil profesional de los teóricos expertos que ofrecen sus lecciones magistrales: editor de revista sobre ufología o esoterismo, profesor de alguna institución absolutamente desconocida, o trabajador de una prestigiosa universidad sin concretar su rango académico (podría ser perfectamente el vigilante nocturno del campus, dicho sea con todo respeto hacia los agentes de seguridad). Además, los temas objeto de indagación suelen ser recurrentes: la intervención extraterrestre en la construcción de las pirámides que las antiguas civilizaciones dispersaron por todo el planeta, algún culebrón sentimental que cuestiona la versión oficial sobre la vida de Jesucristo, el reciente descubrimiento de sirenas u otros seres que considerábamos mitológicos, el hallazgo de nuevas evidencias sobre un tesoro templario que no termina de aparecer, etc. 

En cierto modo, el proceso intelectual que realizan estos programas se desarrolla en sentido inverso al que propone el método científico: un verdadero investigador detecta un hecho misterioso y lo desenmaraña con argumentos demostrables hasta convertirlo en un fenómeno explicable, mientras que estos tipos detectan un hecho explicable y lo enmarañan con argumentos indemostrables hasta convertirlo en un fenómeno misterioso. Me gustaría saber cuántas veces los directores de estas producciones han tenido que detener la grabación y repetir la toma porque al erudito de turno le ha entrado la risa... Y todo ello se desarrolla además sin el más mínimo rigor (recuerdo un estudio sobre la obsesión ocultista de los nazis que situaba el santuario de Montserrat en pleno Pirineo oscense). 


Sin embargo, retomando la anécdota inicial, el problema de estos programas no es su contenido sino su apariencia. Por ejemplo, nadie se confunde con la verdadera naturaleza del “wrestling”, pues resulta evidente que todo aquello no es más que un mero número circense (por cierto, la pasión popular por esta payasada sí que es un misterio que convendría analizar). Sin embargo, estos disparates galácticos interdimensionales se difunden como si fueran auténticos trabajos de investigación, pudiendo llevar a equívoco a las almas cándidas que conceden cierta presunción de veracidad a cualquier emisión con aspecto documental. Llegados a este punto, resulta inevitable preguntarse dónde perdimos el rumbo para acabar haciendo millonario a un individuo de tez anaranjada, nombre impronunciable y peinado imposible que se dedica a propagar semejantes ocurrencias. Supongo que este lamentable negocio cimenta su éxito en dos tendencias muy extendidas en la sociedad estadounidense, sobre las que se ha escrito largo y tendido durante décadas, y que por motivos de espacio sólo puedo apuntar: la mentalidad antiintelectualista y la paranoia conspirativa. ¿Cómo es posible que esta actitud involutiva, encarnada prototípicamente en el “redneck” de las praderas, haya comenzado a desplegar también sus efectos en el viejo continente? Seguro que es cosa de los alienígenas ancestrales.

Comentarios

  1. Junto al refugio secreto de Hitler en la Antártida, se encontrará la prueba irrefutable de que Leonardo era de Vic

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