El pérfido cromosoma Y


Publicado en el Diari de Tarragona el 19 de agosto de 2018


Han sido muchos los movimientos de toda índole que han nacido al calor de una reivindicación plenamente justificada pero que han sido desfigurados por sus herederos, convirtiéndolos finalmente en una aberración de su planteamiento inicial o en una parodia de que lo que fueron en su día. El paradigma de la primera deformación podemos encontrarlo en las diferentes ideologías de raíz social que surgieron hace más de un siglo para poner coto a los terribles abusos que el capitalismo industrial comenzaba a perpetrar en la Inglaterra decimonónica, pero que con el paso de los años mutaron en algunas de sus versiones hasta transformarse en brutales tiranías responsables de los mayores genocidios de la historia. Para localizar un ejemplo de la vertiente histriónica de estas metamorfosis basta con abrir un periódico la semana pasada. 

Por si ustedes se perdieron la primicia, hace unos días conocimos la decisión de la CUP de crear un puesto interno remunerado para gestionar la lucha contra las agresiones sexistas en el seno de su organización. Sin duda, se trata de una idea procedente y elogiable, aunque la dirección de la formación añadió que el salario de esta trabajadora será financiado con una cuota especial que sólo se cobrará a los militantes varones del partido. Supongo que, al igual que me sucedió a mí, la primera reacción de muchos de ustedes habrá sido sospechar que se trata de una noticia de El Mundo Today, pero puedo asegurarles que nos encontramos ante una información verídica y plenamente contrastada. 

Según ha trascendido, semejante decisión fue adoptada el pasado mes de junio en una asamblea donde los hombres tenían vetada su participación. Tras aprobarse la propuesta, sus impulsoras defendieron las bondades de la ocurrencia señalando que “no tendría que recaer en las mujeres la asunción de los costes de la contratación de esta persona, ya que la mayor parte de su dedicación estará destinada a gestionar casos de agresiones machistas que no son generados por las mujeres de la organización, sino que somos mayoritariamente nosotras las que las sufrimos". En definitiva, se hacía corresponsable de los abusos al grupo al que pertenecen los agresores apelando a criterios meramente biológicos, extendiendo una sombra de culpa sobre todos los varones por el mero hecho de serlo. 


Parece que yo estaba terriblemente equivocado, porque pensaba que el feminismo defendía que el sexo era un factor que jamás debía ser utilizado para perjudicar a nadie. Pensaba que las mujeres que iniciaron este gran movimiento sostenían que los individuos debían ser valorados por sus propios actos, no por tener el cromosoma XX o XY. Pensaba que uno de los pilares de este pensamiento era la exclusión de cualquier tipo de carga añadida por el mero hecho de ser hombre o mujer. Efectivamente, puede que yo estuviese terriblemente equivocado, pero también cabe la posibilidad de que más de uno haya olvidado los cimientos argumentales del feminismo y los fundamentos intelectuales de cualquier sistema democrático: la igualdad de derechos y obligaciones, el principio de responsabilidad, la presunción de inocencia, etc. 

La tendencia instintiva ante el último disparate cupaire (uno más) es tomárselo a broma. El problema es que este asunto no tiene ninguna gracia, porque denota un pensamiento de fondo sumamente inquietante. Parece que a las militantes que han aprobado semejante dislate no les causa ningún conflicto mental culpar implícitamente a sus compañeros por delitos que no han cometido basándose en motivos estrictamente genéticos. ¿Acaso un militante varón de la CUP es más responsable que una mujer del mismo partido por la agresión que cometa un tercero? ¿Alguien en esa asamblea se paró a pensar un segundo sobre la trascendencia ética y antropológica que se deriva de este delirio argumental? 

Cabe la posibilidad de que este desvarío sea sólo un síntoma de una afección que se extiende progresivamente en el panorama político global: la irreflexión. Precisamente esta semana un grupo de amigos comentábamos cómo el debate riguroso sobre los grandes temas que afectan a las generaciones futuras estaba desapareciendo progresivamente de la vida pública. Los asuntos verdaderamente serios se dejan al margen del debate político, y los que se afrontan a nivel parlamentario o mediático son tratados con una mezcla de superficialidad, maniqueísmo y demagogia: fenómenos migratorios, fiscalidad internacional, nuevas energías, globalización económica, cambio climático, dumping social, etc. Puede que la preocupante tendencia a utilizar razonamientos que caben en un post explique parcialmente la última genialidad cupaire, aunque considero que cuando se traspasan determinadas líneas rojas hay que hacérselo mirar. 


Un conocido convergente pata negra de Tarragona me reconocía hace unos meses (obviamente en privado) su enojo y estupefacción ante la decisión de su partido de convertir a los anticapitalistas en sus socios estratégicos de facto desde hace años. Entiendo perfectamente su inquietud, y sorprende que esta sensata reflexión no tenga más recorrido puertas afuera. Siempre he defendido desde estas páginas que la CUP es la formación más coherente del panorama político catalán, pero al mismo tiempo resulta evidente que defiende unas tesis situadas en las antípodas de los principios que se presuponen en un partido de centro liberal. ¿Cuánto tiempo aguantará la militancia convergente viendo a sus dirigentes arrodillarse ante las exigencias cupaires? Algunos sostienen que esta sorprendente confluencia se explica por la profunda revisión ideológica que han iniciado los herederos de Pujol, una travesía intelectual que les aproxima progresivamente a los anticapitalistas. Podría ser, aunque personalmente sospecho que se trata de un problema mucho más simple: no saber cómo bajarse del burro.

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