That’s all folks!

Publicado en el Diari de Tarragona el 3 de junio de 2018


Hace apenas una semana, cuando el PP negoció con éxito los apoyos suficientes para aprobar los presupuestos, todos dimos por descontado que Rajoy agotaría la legislatura. Pero en estos tiempos volátiles, que impiden hacer predicciones fiables a medio plazo, todo parece posible. Incluso que un presidente, a quien todos reconocen una habilidad sobrehumana para resistir cualquier tormenta (encerronas congresuales, sumarios por corrupción, conspiraciones internas, filtraciones periodísticas o encuestas adversas), acabe naufragando frente a un rival aparentemente inofensivo. En efecto, Pedro Sánchez no se caracteriza por su brillante oratoria, carece de la menor experiencia de gobierno, sufre el acoso de importantes sectores de su propio partido, y sólo cuenta con un modestísimo grupo parlamentario en las Cortes. Y sin embargo ha triunfado. Obviamente, los motivos que han permitido el éxito de la moción de censura no hay que buscarlos en el entusiasmo que provocaba el candidato, sino en los deméritos del presidente depuesto, que afectan a los ámbitos social, institucional, territorial y ético. 

En el terreno económico, el gobierno de Mariano Rajoy echó a andar inmerso en una coyuntura global desastrosa. Heredó un país devastado por una crisis brutal, que tuvo su momento crítico durante el verano de 2012, cuando las agonizantes finanzas estatales estuvieron a punto de ser formalmente intervenidas por las autoridades europeas. Aunque la supervisión fáctica de Bruselas se produjo igualmente, es de justicia reconocer que Rajoy superó un difícil match point, logrando así que las terribles secuelas del crash de 2007 fuesen algo menos dolorosas. Sin embargo, los aspectos positivos de su gestión económica fueron ensombrecidos por un reverso menos dulce, como la desigual intensidad con que los ciudadanos tuvieron que soportar el peso de la crisis. Pensemos en las sustanciales diferencias sociales que hemos visto consolidarse durante los últimos años, o el reciente informe de Eurostat donde se certifica que España es el país con mayor temporalidad laboral de toda la UE. 

Por otro lado, la negativa a abordar la prometida reforma estructural del aparato público ha sido un punto especialmente sensible para el sector liberal del PP. Recordemos el compromiso popular de adelgazar los engranajes institucionales y reducir sus estratos, plagados de organismos duplicados y sueldos injustificados. Para colmo, el momento económicamente crítico en que el partido conservador accedió al poder facilitaba la justificación de las duras medidas que exigía esta asignatura pendiente, afrontada con éxito en algunos países de nuestro entorno. Sin embargo, en cuanto Rajoy llegó a la Moncloa sufrió una amnesia selectiva con esta cuestión, probablemente presionado por la legión de cargos de su partido que vivían del dinero público en nuestra alambicada red institucional, tan desmesurada como ineficaz y ruinosa. 


En tercer lugar, el conflicto territorial en Catalunya se ha convertido en un magnífico ejemplo de justicia poética. Una insensata estrategia, basada en remover los recelos territoriales, fue el peligroso golem que los populares crearon y alimentaron para asaltar el poder, y paradójicamente ha sido este mismo monstruo el que ha utilizado Albert Rivera para devorar el caladero electoral del PP. Efectivamente, la campaña contra del Estatut fue clave en el primer triunfo popular, pero Ciudadanos ha aprovechado este discurso (y la inestimable ayuda de un independentismo echado al monte) para hundir la imagen de Rajoy, convirtiéndolo en un gobernante medroso y vacilante, escondido entre las togas durante el mayor incendio institucional de la democracia. Esta espiral de radicalismo bilateral ha convertido a Catalunya en un auténtico polvorín, poniendo en jaque el modelo constitucional de forma irresponsable. 

Por último, la sentencia sobre el caso Gürtel ha sido la puntilla que ha acabado con el aparentemente indestructible Mariano Rajoy. Personalmente desconozco si el expresidente ha sido un dirigente corrupto a nivel individual (hasta ahora no ha podido probarse judicialmente) pero existen pocas dudas sobre su actitud obstruccionista cuando el PP ha tenido que dar cuenta de sus finanzas. Sedes construidas con dinero negro, varios ministros implicados en turbias tramas económicas, discos duros destrozados, gerentes populares condenados, financiación ilegal demostrada… La asunción de responsabilidades políticas por este estercolero ha sido prácticamente nula, un gravísimo error que marcará la memoria de esta legislatura. Al igual que Valle-Inclán afirmaba que Alfonso XIII no tuvo que exiliarse por rey sino por ladrón, sospecho que la historia concluirá que Rajoy no fue depuesto por su labor de gobierno sino por haber encubierto la corrupción de su partido. 

Con semejante hoja de servicios, la continuidad de Rajoy en las actuales circunstancias resultaba indefendible. Como decía Porky, that’s all folks. Sin embargo, el panorama que se abre ante nosotros tampoco resulta muy halagüeño, con un presidente inquietantemente primerizo, respaldado por menos de una cuarta parte de la cámara, y vigilado de cerca por unos presuntos socios de lealtad condicionada. De hecho, los únicos objetivos compartidos por esta heterogénea coalición eran jubilar a Rajoy y retrasar las elecciones generales para enfriar el efecto Ciudadanos. Más allá de estos dos puntos, la posibilidad de concitar acuerdos mayoritarios en el Congreso se antoja complicada, lo que nos aboca a dos años de probable ingobernabilidad. 


Donde sí puede abrirse una ventana a la esperanza es en el complejo tablero político y social catalán. Todo apunta a que el nuevo ejecutivo intentará favorecer un proceso de distensión, especialmente tras el inminente levantamiento del artículo 155. Se vislumbra en el horizonte una negociación para resolver el conflicto, dentro del marco constitucional, pero con una actitud políticamente dialogante y constructiva. Esperemos que el camión de la mudanza deje en la Moncloa un deseo sincero de construir un puente para superar esta etapa convulsa e irrespirable. Lo necesitamos con urgencia.

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