El horror en perspectiva

Publicado en el Diari de Tarragona el 6 de mayo de 2018


El telón ha bajado definitivamente. Y como sucede en muchas escenificaciones, asistimos a un relato creado por el autor para transmitirnos su particular forma de interpretar la realidad, aunque de hecho se apoye en una trama completamente falsa. Para aquellos que vivimos de cerca los años del plomo resulta difícil distanciarse emocionalmente de estos hechos. En mi caso particular, tuve un primo directo asesinado a tiros por ETA -Juan Luis Aguirreurreta Arzamendi- y otro que se pudrió en la cárcel por pertenecer a la banda y matar en su nombre -Ramón Arzamendi Madinabeitia-. Un deprimente resumen de lo que se vivió en Euskadi durante aquella época terrible. Sin embargo, aun sabiendo que sólo el paso del tiempo permitirá estudiar este fenómeno adecuadamente, conviene hacer un esfuerzo de objetivación para analizar lo sucedido estos días. 

Efectivamente, esta semana concluye oficialmente el recorrido de una organización que nació en los años sesenta como grupo de resistencia armada a la dictadura (con un respaldo popular muy significativo en sus inicios) pero que en pocos años quedó convertido en una tétrica banda de criminales, responsables de algunos de los episodios más abominables de nuestra historia reciente. Su proceso de putrefacción moral demuestra lo peligroso que resulta asumir la justificación ética de la violencia política, por muy leve que sea inicialmente: se comienza derribando repetidores de televisión y amenazando a la policía franquista, y se termina matando a familias que compraban en un supermercado y desmembrando a niños que vivían en una casa cuartel. 

De hecho, la biografía de ETA es la historia de un enloquecimiento progresivo. En plena Trasición los “polimilis” ya percibieron esta deriva y decidieron abandonar la lucha armada para ingresar en Euskadiko Ezkerra, un partido posteriormente fusionado con el PSE-PSOE. La estructura posterior a la VII Asamblea fue atestándose de mercenarios desalmados que sembraron el terror con masacres nauseabundas (la lista sería interminable) interiorizando dinámicas dignas de la Cosa Nostra (recordemos el asesinato de Yoyes cuando renegó de la violencia). Como declaró la madre de Pertur, un antiguo líder de la organización presuntamente liquidado por sus propios camaradas, “ETA es hoy una banda de fanáticos, mafiosos y nazis que siguen creyendo que en este país no puede haber democracia”. La posterior colaboración policial francesa (que acabó con el santuario transfronterizo) y la irrupción del yihadismo (que dinamitó el discurso romántico del terrorismo local) convirtieron la otrora poderosa estructura armada en un triste y decadente grupo de trescientos presos abandonados en el estercolero de la historia. 


Durante los últimos años, ETA ha pretendido difuminar la humillante derrota de una lucha estéril con el velo de una falsa inmolación autoinfligida por quien ha cumplido con su deber patriótico. Así, los estrategas que están escribiendo su epitafio han ideado una interminable secuencia de capítulos propagandísticos orientados a ganar la batalla por imponer su relato de forma póstuma: alto el fuego (2010), cese definitivo de la violencia (2011), desarme unilateral (2017), petición –parcial- de perdón (abril), anuncio de disolución (miércoles), vídeo de Josu Urrutikoetxea y Marixol Iparragirre (jueves)… Por fin, anteayer se celebró en el País Vasco francés el acto final de esta tragedia, un momento esperado por millones de personas durante más de medio siglo, pero que muchos hemos recibido con cierto regusto agridulce. 

La pesadilla ha terminado, es cierto, tras seis décadas de coches bomba, familias destrozadas, población desesperanzada, economía asfixiada, silencio generalizado y vergüenza infinita. Y también tras muchos años de torturas policiales, crímenes de estado y guerra sucia. Esta letanía de dolor e impotencia concluye con ETA haciendo lo único que sabe hacer: matar. En este caso, la víctima de los terroristas ha sido la verdad sobre sí mismos, al fingir una retirada voluntaria para poder desaparecer entre la niebla con la cabeza medianamente alta ante los suyos. Como cuenta el viejo chiste del bilbaíno que viajaba de pie en un autobús urbano sin agarrarse a ninguna barandilla, Patxi no se cae, se tira. Afortunadamente, el tramposo relato diseñado por los embalsamadores de la banda tiene pocos visos de prosperar: la historia la escriben siempre los vencedores y ETA ha fracasado con estrépito. 

Aun así, es lógico que las asociaciones de víctimas se indignen ante el espectáculo de estas últimas semanas. Esperaban una escenificación explícita de la derrota de ETA, no un cóctel de sonrientes personajes trajeados en un palacete de Cambo-les Bains. Sin duda, sería fantástico que los terroristas se arrodillasen ante todas las víctimas para suplicar su perdón, confesasen los delitos pendientes de resolución, y reconociesen que la banda jamás debió haber existido. Pero eso nunca va a suceder. Incluso es posible que un final aplastante provocara el colapso del proceso que se pretende culminar. Recordemos la fundación del IRA Auténtico en 1997 por los contrarios al Acuerdo de Viernes Santo, responsables de la posterior masacre de Omagh. Lo óptimo es frecuentemente enemigo de lo bueno. 


Efectivamente, la posibilidad de que ETA sufra una escisión póstuma de quienes desean seguir matando es perfectamente real. Dentro de la organización coexisten colectivos disconformes con la disolución, como IBIL (que en 2014 intentó reconstruir autónomamente un comando) o ATA (que actualmente se niega a entregar las armas que conserva). Y conviene ser consciente de que el terrorismo se caracteriza por un enorme poder destructivo con medios humanos y económicos muy modestos. 

Vivimos un momento crítico y algunos están jugando con fuego. Aun así, sospecho que las altisonantes declaraciones de algunos políticos y periodistas, criticando vehementemente el formato del funeral etarra, son sólo parte de la escenografía. Hay que rasgarse las vestiduras ante las cámaras, pero todo está perfectamente atado: ETA desaparecerá desplegando su habitual parafernalia para evitar escisiones involutivas, y las medidas de reinserción no llegarán hasta que la temperatura ambiental baje varios grados. Pero llegarán. Toda perspectiva necesita distancia.

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