Nostalgia de la comuna

Publicado en el Diari de Tarragona el 15 de mayo de 2016


Atentos a sus pantallas. De los creadores de los empates inverosímiles y las copas menstruales, llega ahora la procreación tribal, el último descubrimiento pedagógico que arrasa en las llanuras del Serengueti. La patronal que agrupa al sector periodístico debería plantearse seriamente colaborar en la financiación de la CUP, pues no existe otro grupo político que logre llenar más páginas de periódico y minutos de informativo con todo tipo de ocurrencias que no interesan a nadie, salvo que se trate de echar unas risas. Entonces sí, arrasan.

Creo que somos muchos los catalanes que, pese a no compartir los postulados anticapitalistas, reconocemos el papel positivo que esta formación ha jugado en la lucha contra la corrupción instalada en algunas de nuestras instituciones. Sus dirigentes suelen ejercer la oposición con una contundencia y tenacidad envidiables, una actitud que les granjea grandes adhesiones de forma merecidísima. Sin embargo, cuando la CUP trasciende esa posición reactiva para asumir un papel más propositivo, no es extraño que muestre una cara completamente diferente, entre cómica y grotesca, vertiendo todo ese caudal de simpatía por el sumidero en cuanto se les ocurre abrir la boca.

El pasado martes la emisora Catalunya Ràdio colgó en twitter un avance de la entrevista realizada por el programa El Suplement a la portavoz cupaire en el Parlament. La conversación con Anna Gabriel, como era de esperar, nos dejó varias perlas que se viralizaron en apenas unos minutos. “Me gustaría formar parte de un grupo de personas que decidiera tener hijos e hijas en común, en colectivo, como sucede en otras muchas culturas del mundo”. Para la dirigente anticapitalista, “el modelo de familia nuclear es muy pobre y enriquece muy poco”, frente a la paternidad o maternidad colectivas donde “quien educa es la tribu”. Lo peor de todo es que nuestro sistema “convierte a las personas que tienen niños y niñas en conservadores: como quieres lo mejor para los tuyos, y los tuyos son muy pocos, entras en una lógica perversa”. Cualquiera diría que Anna Gabriel no quiere formar una familia porque teme acabar ella misma dando botes frente a la sede del PP cuando los populares vuelvan a ganar las elecciones…

La prensa española más conservadora ha recibido la jugosa entrevista como el mismísimo maná, llegando a falsear su contenido exacto para darle mayor proyección mediática. Así, no ha dudado en mostrar a la dirigente anticapitalista como una especie de ninfómana a dos velas que sueña desesperadamente con someter sexualmente a un harén de hercúleos nativos. Ya estamos acostumbrados a la tergiversación descarada que practica sistemáticamente la caverna mediática madrileña, y es de justicia condenar esta praxis que atenta contra los principios más básicos del periodismo. Dicho esto, debe reconocerse que las manifestaciones vertidas por la portavoz de la CUP eran ciertamente golosas.

Personalmente me importa bastante poco -más bien nada- el modelo familiar que Anna Gabriel considere preferible para engendrar y educar a su descendencia. Sin embargo, mi imperdonable falta de interés por sus opiniones particulares comienza a resentirse ante la creciente e indisimulada obsesión de la extrema izquierda por imponernos a todos sus discutibles tesis. Pensemos, por ejemplo, en la problemática sobre los conciertos educativos en las escuelas que separan a los alumnos por sexos. Particularmente llevo a mis hijas a un colegio mixto, pero no comprendo por qué quienes prefieren otro sistema tienen que sufrir el continuo acoso de algunos partidos con el fin de negarles una ayuda pública que los demás sí disfrutamos. ¿Es ése el concepto de pluralismo y diversidad que propugna nuestra izquierda?

Estas expectativas totalizadoras de determinadas formaciones pueden convertir las opiniones personales de sus dirigentes en un asunto público. Del mismo modo que algunos pretenden forzar a todos los ciudadanos a asumir un modelo educativo concreto por la vía presupuestaria, nadie puede descartar que en el futuro se intente aprobar una legislación que restrinja el protagonismo educativo de los padres, para evitar que los niños crezcan en un entorno tan “pobre y conservador” como la familia. Después de todo, la portavoz de la CUP nos ha atribuido a los progenitores una “lógica perversa” por querer prioritariamente a nuestros hijos. ¿Cómo debemos reaccionar ante semejante afirmación? Estupefacción, carcajada, indignación, ninguneo… Estamos tan acostumbrados a las astracanadas de los anticapitalistas que cuando recibimos su última ocurrencia en el móvil pensamos inmediatamente a quién se la podemos reenviar para alegrarle la mañana. Sin embargo, también deberíamos reflexionar sobre el papel crucial que esta formación ejerce en la sustentación del actual Govern de la Generalitat, una realidad a la que no le veo la gracia por ningún lado.

Si analizamos el pensamiento que subyace a la mayoría de las propuestas de la CUP, podemos encontrar una base ideológica revolucionaria que oculta con frecuencia un curioso deseo de volver al pasado. En el fondo, el rupturismo cupaire tiene mucho de paradójica añoranza con tintes roussonianos. Da igual que hablemos de macroeconomía, de menstruación, de modelo social o de complejos turísticos: hay que volver atrás, a la Europa precomunitaria, a la dialéctica socialista, a la producción artesanal, a los grandes consorcios nacionalizados, a la medicina herbácea, a las compresas de tela, a la tribu como núcleo social… Incluso esa propia actitud, irremediablemente melancólica, es de por sí un nuevo déjà vu que nos retrotrae a las comunas sesenteras, que arrasaron entre los jóvenes occidentales de la época, con su batiburrillo de fuentes ideológicas y su aroma antisistema y marihuanero. Nada nuevo bajo el sol. Empiezo a sospechar que el motor que alimenta a los ideólogos cupaires es la resurrección de aquel mito libertario y yeyé que los nuevos anticapitalistas se perdieron por una cuestión generacional. Las añoranzas de lo no vivido son siempre las peores.

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