Silbatos y pulmones

Publicado en el Diari de Tarragona el 7 de junio de 2015


La reciente final de la Copa del Rey pasará a la historia por la tremenda pitada que una parte sustancial del público congregado en el Camp Nou dedicó al himno español. Durante semanas habíamos asistido a la crónica de un abucheo anunciado, pero las amenazas de sanción gubernamental sólo sirvieron para aumentar los decibelios de la protesta. Desde entonces han sido numerosos los análisis del incidente, aunque gran parte de ellos han puesto el foco en un solo aspecto de la cuestión (no siempre el mismo) ofreciendo, a mi entender, una visión incompleta de lo acontecido. Por un lado, reducir el debate a la mera pitada supone prestar más atención al síntoma que al fondo del problema; y por otro, el desvío sistemático de la discusión hacia el trasfondo político ha sido habitualmente utilizado como un recurso dialéctico para evitar la condena de los hechos. Son dos los problemas que se pusieron sobre el tapete el pasado fin de semana, y eludir cualquiera de ellos no parece la forma más inteligente de avanzar.

En primer lugar nos encontramos con lo más evidente: el abucheo. Es de agradecer que dos significados líderes del soberanismo catalán y vasco (Oriol Junqueras e Íñigo Urkullu respectivamente) hayan declarado públicamente que habrían preferido que no se hubiera silbado el himno. Ambos han coincido en una máxima irrefutable: no puedes reclamar respeto por tus símbolos cuando no respetas los de los demás. Sería deseable un esfuerzo pedagógico por parte de nuestras autoridades para favorecer unas relaciones civilizadas entre las diferentes comunidades, y también entre las variadas sensibilidades identitarias que conviven en el seno de cada territorio. En ese sentido, debe lamentarse que el President Mas perdiera una oportunidad inmejorable para abanderar la cortesía institucional por encima de intereses partidistas.

Como inciso, llama la atención que determinados medios capitalinos hayan tratado estos sucesos como un defecto característico del nacionalismo vasco y catalán. Parecen olvidar la monumental pitada que el Santiago Bernabéu dedicó al himno de Turquía en 2009, el abucheo que protagonizó el Vicente Calderón contra la Marsellesa en 2012, o el procedimiento disciplinario que abrió la UEFA contra España por los silbidos al himno italiano en la última Eurocopa. Si estamos hablando de grosería patriótica, me temo que en este país nadie puede tirar la primera piedra. Paralelamente, resulta cómicamente paradójico que los estrategas independentistas decidieran promocionarse internacionalmente ofreciendo un perfil tan típicamente español: griterío, escasa educación y patrioterismo tabernario. Así no se contrasta la identidad vasca y catalana frente a la española sino todo lo contrario.

Sin embargo, tal y como he comentado antes, la falta de respeto es sólo una de las cuestiones que afloraron el pasado sábado. Probablemente la menor. La pitada fue sólo un síntoma reprobable de un problema más profundo e inquietante que ya fue vaticinado por el President Montilla: la creciente desafección de una parte relevante de la población catalana y vasca hacia el resto de España. Y viceversa. Lo grave no fue el pitido de los silbatos sino el pulmón afectivo que los alimentó. Nos enfrentamos a un nudo sentimental antiguo y complejo, cuya resolución depende de personas que no tienen el menor interés por desenredarlo. Las posiciones no han dejado de extremarse y los choques frontales nunca acaban bien. No deberíamos centrarnos en bajar la fiebre sino en atacar la infección, pero unos y otros parecen empeñados en hurgar en la herida. Todos lo acabaremos pagando.

En este contexto, el gobierno central acaba de anunciar que no piensa tolerar abucheos como los de la pasada semana. Recordemos que la Audiencia Nacional archivó en 2009 una querella de DENAES por un incidente similar, señalando acertadamente que la pitada de Mestalla no fue un "ejemplo de educación ni de civismo" pero tampoco "una conducta injuriosa en los términos descritos en el Código Penal para con el Jefe del Estado". Por lo tanto, al ejecutivo de Rajoy no le queda otra salida que emprender una reforma legislativa.

La posibilidad de incluir este supuesto en el Código Penal generará un debate de alto voltaje. Es cierto que algunos países indiscutiblemente democráticos de nuestro entorno como Francia o Alemania prevén condenas de cárcel para este tipo de actitudes, pero también existen naciones poco sospechosas de laxitud penal como EEUU donde quemar la bandera está amparado constitucionalmente. Nuestro particular clima político aumenta la complejidad de la cuestión, pero desde una perspectiva pragmática parece obvio que quien decida ilegalizar estos comportamientos deberá asumir su multiplicación exponencial.

Es un hecho conocido que la Casa del Rey, con larga experiencia en este tipo de controversias, ha intentado evitar repetidamente la censura legal de las caricaturas ofensivas que suelen publicarse contra la corona, precisamente porque sabe que el veto es la mejor manera de multiplicar su amplificación inmediata y reiteración futura. Resulta torpe confundir el simple gamberrismo (que tiene su causa y su fin en sí mismo) con una agresión simbólica derivada de un posicionamiento político y sentimental. Esto no se detiene con un auto. En ese sentido, coincido con los estrategas de la Zarzuela en que el método más eficaz para evitar este tipo de ataques no es la simple prohibición de unos comportamientos probablemente reprobables, sino la mejora en la percepción social de las instituciones mediante la erradicación de las evidentes imperfecciones de nuestro modelo político y territorial. El actual monarca parece haber entendido el mensaje y lleva un año trabajando de forma ejemplar para regenerar la imagen de la corona. Ahora falta lo más difícil: que lo entienda Rajoy.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El beso

Una moto difícil de comprar

Bancarrota