El reverso de un resultado

Publicado en el Diari de Tarragona el 31 de mayo de 2015


Las urnas volvieron a hablar el pasado domingo, pero su mensaje ha sido más críptico que en otras ocasiones. La convulsión electoral ha dibujado un complejo mapa político que marca el inicio de un nuevo tiempo en el que ganar y gobernar serán conceptos cada vez más distantes. Convertirse en la lista más votada va camino de convertirse en una suerte de título nobiliario, un apelativo para alardear que en el fondo no sirve para nada. Los dirigentes territoriales de los partidos más votados han ido dimitiendo en cadena, mientras los presuntos perdedores se abrazaban como si les hubiese tocado la lotería. La época de las victorias avasalladoras ha tocado a su fin, y se abre ante nosotros un horizonte en el que la capacidad de pacto será la llave de cualquier institución.

Parece incuestionable que el gran perdedor de los recientes comicios locales y autonómicos ha sido el partido comandado por Mariano Rajoy. El PP afrontaba estas elecciones con dos grandes rémoras que lastraban su marca: una política económica que ha sumido bajo el umbral de la pobreza a una gran parte de la antigua clase media (lo que ha desplazado el voto hacia la izquierda) y un intolerable grado de corrupción interna que ha sido afrontada con descarada tibieza (un fenómeno que ha disparado el respaldo electoral a Ciudadanos).

Las huestes populares no han podido ocultar una intranquilidad más que justificada. Como afirma acertadamente Armand Bogaarts en el recomendable ensayo “Ocho revoluciones”, una de las características definitorias de nuestros días es la consolidación del cambio como norma: todo lo que nos rodea (la forma de comunicarnos, las tendencias mayoritarias, los modelos de negocio, etc.) cambian ininterrumpidamente y a velocidad creciente. En este contexto, es lógico que las bases del PP se sientan inquietas al comprobar que su cesarismo interno ha entregado todo el poder del partido a la viva personalización de la indolencia, el inmovilismo y la pasividad. Los populares tienen en casa su principal problema.

Sin embargo, pese a las apariencias, puede que la concurrencia de determinadas circunstancias convierta esta amarga derrota popular en una oportunidad de resucitar sus expectativas electorales de cara a las generales de otoño. Y a la inversa, es posible que el reciente éxito de sus rivales termine suponiendo un lastre para ellos mismos a medio plazo. Intentaré explicarme.

En primer lugar, el PSOE perdió el pasado domingo un número considerable de votos pero logró quedarse a dos puntos de los populares en el cómputo global, una diferencia porcentual que demoscópicamente suele considerarse un empate técnico. Es lógico que celebren este resultado, especialmente cuando hace un par de meses se les daba por muertos. Sin embargo, se enfrentan a una difícil encrucijada en los lugares donde pueden conquistar el poder a través de una coalición de izquierdas: tienen que optar entre pactar con el entorno de Podemos (abandonando el centro electoral en beneficio de Ciudadanos) o bien dejar que gobierne el PP por ser la lista más votada (decantando masivamente el voto de izquierda hacia Pablo Iglesias en las próximas generales). Ya han saltado las primeras chispas entre Pedro Sánchez y Susana Díaz por esta cuestión.

Por otro lado, Ciudadanos vive también días felices como nuevo partido que, desde el centro político, aspira a convertirse en la bisagra que decante los futuros ejecutivos hacia la derecha o hacia la izquierda. Sin embargo, el buen resultado obtenido el pasado domingo va a obligar a la formación de Albert Rivera a implicarse en la conformación de los futuros gobiernos locales y autonómicos. Al igual que el PSOE, tendrán que retratarse: si se decantan por apoyar al PP, darán la razón a quienes les consideran una simple marca blanca de los populares; si optan por respaldar a los socialistas, dejarán al partido de Rajoy como única alternativa a la izquierda; y si no se implican, perderán gran parte de su credibilidad como posible partido de gobierno.

Por último, Podemos y sus organizaciones afines han entrado en la partida con tanta fuerza que se verán forzados a asumir tareas de gobierno en diferentes instituciones. Al igual que ocurriera con Syriza hace unos meses en Grecia, esta nueva izquierda española tendrá que demostrar si es un grupo capaz y preparado para implantar un modelo social más sostenible y equitativo, o si se trata simplemente de un movimiento perroflautista que hará saltar todos los plomos en cuanto entren por la puerta de cualquier ayuntamiento.

En definitiva, la convocatoria electoral del pasado domingo fue sólo una primera batalla en el marco de una guerra de mayor envergadura, y puede que el fracaso de los populares termine convirtiéndose en un serio problema para sus adversarios. Mariano Rajoy ha sufrido una derrota política sin paliativos, pero quizás el éxito de PSOE, Ciudadanos y Podemos no haya sido más que una victoria pírrica, un triunfo provisional que provoque tales daños en su propia estrategia que acabe desinflando sus expectativas electorales en la ofensiva por la Moncloa.

Los próximos meses serán decisivos. El PSOE podría recuperar la Presidencia, pero también morir de asfixia entre Rivera e Iglesias. Ciudadanos podría convertirse en el fiel de la balanza del futuro mapa político español, pero también quedar reducido a cenizas si no acierta en su política de alianzas. Podemos podría sustituir a los socialistas como referente de la izquierda, pero también volatilizarse si no demuestra capacidad de gestión en las instituciones que van a quedar bajo su mando. Todo está abierto.

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