Inconsciencia digital

Publicado en el Diari de Tarragona el 21 de junio de 2015


Poco ha durado la alegría en casa de Manuela Carmena. La nueva alcaldesa de Madrid apenas ha tardado unas horas en hibernar algunas medidas icónicas de su proyecto municipal como la creación de un banco público local, la apertura estival de los comedores escolares o la paralización de los desahucios. Mal empezamos. Como dijo su antecesor Enrique Tierno Galván, “los programas electorales están para incumplirse”. Prometer lo imposible puede servir puntualmente para ganar unas elecciones, pero cuando la realidad se abre camino resulta imposible convivir dignamente con la hemeroteca. Que se lo digan a Rajoy…

Por si fuera poco, la veterana jueza también se ha visto forzada a rectificar alguna ocurrencia de última hora, como la poco meditada posibilidad de encomendar la limpieza de los centros educativos a las cooperativas de madres. La propuesta ha sido inmediatamente envainada tras ser tachada de atentatoria contra los profesionales del ramo, administrativamente inviable, y machista por adjudicar apriorísticamente esta tarea a las mujeres.

Sin embargo, el sainete que más páginas de periódico ha llenado esta semana ha sido la difusión de algunos tuits lanzados a la red por varios concejales de Ahora Madrid. Recordemos el mensaje del edil Pablo Soto pidiendo torturar y guillotinar a Alberto Ruiz Gallardón, o el de su compañero Jorge García Castaño demandando el empalamiento de Toni Cantó. En cualquier caso, la palma se la llevaron los chistes injustificablemente publicados por Guillermo Zapata, que a la postre terminaron provocando su cese como concejal de cultura.

A raíz de esta polémica se ha suscitado un acalorado debate sobre la violencia verbal en la política, el sentimiento antisemita en nuestra sociedad, o la insensibilidad hacia las víctimas del terrorismo. Quizás me equivoque, pero dudo que ninguno de estos asuntos sea la gran cuestión que subyace bajo este escándalo. Más bien, sospecho que el verdadero problema que ha aflorado es un fenómeno aparentemente menor, pero que acabará teniendo una trascendencia enorme en el futuro próximo: la irresponsabilidad en el uso de las redes sociales. Ya que estamos hablando de humor negro, tal y como decía Jack el Destripador, vayamos por partes.

En primer lugar, miente como un bellaco quien afirme que jamás ha contado un chiste perverso o se ha reído al oírlo. Yo mismo he escuchado a algunos inquisidores de Zapata comentando bromas verdaderamente macabras, con la diferencia de que no eran tontos y lo hacían en privado. Los chistes incorrectos son una parte sustancial de esa terapia tan necesaria para nuestra salud mental como es el humor. La propia Irene Villa nos ha dado una lección esta semana aceptando las disculpas del concejal y señalando que le encanta que la definan como “la mujer explosiva”. El problema es que un mismo comentario puede parecer gracioso para una persona e hiriente para otra, y si no queremos mentar la soga en casa del ahorcado resulta imprescindible tener muy claro ante qué audiencia se puede bromear sobre según qué temas. Precisamente por ello, hay determinados chistes que jamás deberían difundirse en un ámbito público y abierto.

Por otro lado, la tremenda velocidad con la que se han generalizado los actuales cauces de comunicación digital (Facebook, Twitter, Whatsapp, Instagram…) ha provocado que muchos internautas inexpertos hayan entrado en estos nuevos entornos como un elefante en una cacharrería. Al igual que la legislación está caminando constantemente varios pasos por detrás de estos medios tecnológicos, también los usuarios nos hemos sumergido en las redes sociales sin tener plenamente asumidos los riesgos de esta inmersión.

Para colmo, el hecho de que frecuentemente usemos estos novedosos recursos para comunicarnos con personas concretas suele crear la falsa ilusión de estar interactuando en un entorno privado o controlado. Sólo así se entiende que personas medianamente sensatas publiquen determinadas fotografías o escriban según qué barbaridades por estas vías. Seguimos cegados con la engañosa sensación de que tenemos el dominio sobre aquello que colgamos en la red. Por ello, en mi opinión, lo verdaderamente relevante de estos tuits no fue su escandaloso contenido, sino la incapacidad de sus autores para reconocer el carácter público e indiscriminado del entorno utilizado, un fenómeno inquietante cuya trascendencia supera ampliamente el caso que nos ocupa.

Las redes sociales son una herramienta tremendamente positiva, pero hasta ahora no habíamos percibido los efectos negativos de su uso ingenuo e irresponsable: las empresas descartan a demandantes de empleo por lo observado en sus perfiles sociales, algunas exparejas se chantajean con imágenes subidas de tono que se enviaron cuando eran felices para siempre, algunos grupos de escolares humillan a sus compañeros reenviando comentarios privados… incluso todo un presidente del gobierno tuvo que disculparse ante las Cortes por un mensaje que sugería más de lo que decía: “Luis, sé fuerte”. Aún no somos conscientes de que todo aquello que lanzamos al exterior deja de pertenecernos para siempre y podrá ser utilizado algún día en nuestra contra.

Deberíamos aprovechar la polémica de esta semana para intentar transmitir a nuestros jóvenes la trascendencia que tiene su actividad en la red. Una imagen inconveniente o un comentario desafortunado pueden resultar letales para su futuro afectivo, social y profesional, un riesgo que sólo puede ser interiorizado cuando se dispone de la perspectiva que habitualmente aportan los años. Cargamos con una especial responsabilidad quienes tenemos hijos adolescentes a nuestro cargo, aun sabiendo que esta labor de supervisión no será siempre bien recibida. Probablemente tengamos que escuchar que no debemos tomarnos tan en serio algo que en el fondo no es más que un divertimento. Lamentablemente sus consecuencias no lo son. En absoluto.

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