Un problema real

Publicado en el Diari de Tarragona el 12 de abril de 2015


Aunque hace años que nuestras comarcas aparecen marcadas en rojo en todos los informes sobre salafismo en Europa, la reciente detención de varios yihadistas activos en diversas poblaciones catalanas ha convertido un debate de carácter habitualmente internacional en una cuestión indiscutiblemente local. Es fácil intuir el problema que se cierne sobre nuestro continente observando las matanzas de cristianos que se repiten sistemáticamente a manos de diversas milicias musulmanas: Nigeria, Kenia, Egipto, Irak, Siria, Pakistán… Llama la atención la ignorancia o la malicia de algunos personajes, como el dirigente socialista Diego López Garrido, al intentar contextualizar estas tragedias en una supuesta “guerra de religiones”. A diferencia de un enfrentamiento bélico, que requiere por definición dos colectivos que combatan entre sí, en este drama es siempre el mismo grupo el que mata y es siempre el mismo grupo el que muere. Esto no es una guerra: es un genocidio.

A este lado del Mediterráneo también percibimos el totalitarismo que subyace a un determinado modo de entender el islam aunque lo hacemos habitualmente de una forma menos cruenta. Pensemos en el profesor de geografía de un instituto gaditano que fue denunciado por el padre de un alumno musulmán por haber hablado en el aula sobre el clima propicio para la curación del jamón, o en esas profesoras francesas que tuvieron que impartir clase con velo por imposición de los consejos escolares de algunos colegios situados en barrios habitados mayoritariamente por inmigrantes magrebíes.

La refracción que muestra parte de la comunidad islámica a aceptar la idiosincrasia occidental ha favorecido la expansión de actitudes xenófobas en toda Europa, alimentadas además por unas administraciones que han avivado torpe e irresponsablemente la tensión: sospechosa tolerancia selectiva ante irregularidades en determinados negocios, asombrosa e incondicionada prodigalidad en las ayudas sociales, falta de discurso público ante algunas negativas a acatar nuestro modelo social, etc. La indignación ante todos estos fenómenos ha alumbrado un nuevo y tentador anzuelo político que ha sido convenientemente atado al sedal de diversos pescadores electorales.

A diferencia de otros países comunitarios, donde esta corriente de opinión ha generado partidos específicos con relevancia electoral (Front Nationale, Alternative für Deutschland, UKIP, Dansk Folks Party, True Finns), las formaciones nítidamente xenófobas han fracasado sistemáticamente en España gracias al amplísimo espectro ideológico que ocupa actualmente el PP. Eso sí, esta estrategia ha obligado a algunos de sus dirigentes (como Xavier García Albiol, procesado por incitación al odio y discriminación racial) a caer con frecuencia en discursos sospechosamente parecidos a los de la ultraderecha europea.

Pero no hace falta viajar hasta Badalona para observar este fenómeno. Alejandro Fernández, probablemente presionado por la penosa imagen que exhibe actualmente su partido, también ha decidido aprovechar las pulsiones islamófobas para hacer caja electoral. Posiblemente se trate de una estrategia cuantitativamente eficaz, aunque me gustaría aprovechar esta tribuna para plantear tres objeciones a su propuesta.

1) Caer en el populismo no es gratuito. A diferencia de otros candidatos, que hasta ahora han centrado su precampaña en negar la realidad o hacerse conocer a cualquier precio, Alejandro Fernández ofrece un proyecto de ciudad ilusionante, serio, definido, ambicioso y solvente. Surfear en el electoralismo etnicista sin duda le reportará unos cuantos votos en caladeros antiguamente vedados, pero quizás también le robe el respaldo electoral (o incluso el respeto político) de otros ciudadanos argumentalmente más exigentes que, aun sin compartir el ideario popular, le veían como el alcaldable más sólido y presentable para Tarragona.

2) El victimismo puede avivar el problema. El discurso inmigratorio del candidato popular mezcla sin rubor los locutorios, las mezquitas, las fruterías, el salafismo y los kebabs. Esta macedonia temática evidencia la trampa argumental que tiende en determinados foros, cuando intenta vender sus iniciativas por separado como cuestiones urbanísticas o mercantiles para desbastar su propuesta desde una perspectiva teórica. Por mucho que se empeñe, es imposible ocultar bajo argumentos supuestamente técnicos lo que es una ofensiva política en toda regla contra los iconos de la inmigración musulmana. La percepción de que el PP pretende crear un marco normativo específico para este colectivo puede provocar un enroque aún mayor de esta comunidad, obligando además a sus fieles a acudir a centros de culto clandestinos que escapen por completo al control policial antisalafista.

3) Los principios son irrenunciables. Resulta absurdo afrontar la defensa de nuestro sistema de convivencia traicionando los valores fundamentales que lo caracterizan. Supondría una derrota moral que anticiparía el declive de nuestra civilización tal y como la conocemos. En ese sentido, negar a los musulmanes cualquier vía legal para abrir sus mezquitas lícitamente vulnera de facto uno de los pilares de nuestro modelo social (la libertad religiosa) y la imposición de regulaciones excepcionales para los negocios de un colectivo concreto atenta contra otro de los cimientos del estado de derecho (la ley es igual para todos).

En cualquier caso, debemos comenzar reconociendo que tenemos un problema real e inquietante, afrontado por algunos partidos con una innegable cobardía disfrazada de buen talante. Pero no podemos perder el rumbo implantando regulaciones de excepción, especialmente si son “ad hominem”, sino exigiendo a nuestras administraciones que apliquen la ley a todos por igual de forma implacable: si un locutorio incumple la normativa horaria se sanciona, si una mezquita difunde mensajes salafistas se clausura, si un kebab vulnera la legislación sanitaria se cierra. Como a cualquier otro. Es un planteamiento menos rentable electoralmente, pero más justo y eficaz. La fidelidad a nuestros principios ha demostrado ser siempre la mejor de las estrategias.

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