4U9525

Publicado en el Diari de Tarragona el 5 de abril de 2015


El accidente aéreo que la pasada semana segó la vida de ciento cincuenta personas en las montañas de Prads-Haute-Bléone ha servido como cruento reactivo para poner sobre la mesa numerosas cuestiones de diversa índole. Los medios de comunicación han acogido muchos de estos debates que no sólo afectan específicamente a la seguridad en el transporte, sino también a nuestras debilidades individuales y colectivas. Si me lo permiten, intentaré aportar diez breves y personalísimas reflexiones a propósito de la última tragedia alpina y de sus inmediatas consecuencias.

1) La primera moraleja que todos hemos extraído de este drama ha sido el valor que aún mantiene el factor humano en una sociedad que todo lo fía a la tecnología. Detrás de las máquinas actuales, por muy perfectas que puedan parecer, sigue estando la mano de una persona con sus individualidades, sus conflictos, sus emociones y sus debilidades. Inquietante o reconfortante, según se mire.

2) A nivel psicológico, si se confirman las informaciones que estamos recibiendo, sospecho que uno de los ingredientes clave en el caso que nos ocupa ha sido un preocupante fenómeno de creciente generalización: la intolerancia a la frustración. La educación que ofrecemos a nuestros hijos desde hace décadas se basa en gran medida en la satisfacción de sus sueños, sin ofrecerles un entrenamiento suficiente que los haga resistentes al fracaso. La frustración es consustancial a la vida y ocultar esta evidencia a nuestros hijos los predispone a la depresión. Cuidado.

3) En cualquier caso, hemos podido comprobar que seguimos dudando si preferimos dejar nuestras vidas en manos de un ser humano imperfecto o de una máquina inconsciente. Las primeras noticias hablaban de una caída automatizada por el congelamiento de unas sondas, y todos nos echamos las manos a la cabeza por vivir en manos de un chip. Cuando las informaciones apuntaron a la inestabilidad psíquica del copiloto, todos nos preguntamos por qué los aviones carecen de un sistema informático que impida una colisión con el suelo. El miedo es libre y frecuentemente contradictorio. Naturaleza humana.

4) Desde la óptica de la mitología cultural, la tragedia del vuelo 4U9525 ha logrado también derrumbar en unas pocas horas la leyenda de los germanos como la perfección convertida en pueblo. El cúmulo de imprevisiones que ha terminado con este escalofriante drama tiene como protagonista a un copiloto alemán, de una compañía alemana, que viajaba a Alemania. No es difícil imaginar los comentarios que se habrían prodigado en el norte europeo si esta tragedia se hubiese originado en un país mediterráneo. Pues ya ven.

5) Pero nosotros tampoco nos libramos. La masacre de la pasada semana ha hecho emerger el peor fondo de una sociedad necesitada de morbo. Sólo así se entienden las prisas de los medios de comunicación por aportar noticias sin contrastar, los programas especiales plagados de detalles escabrosos sobre el incidente, y las persecuciones de aeropuerto para captar la foto más melodramática de un familiar destrozado. Periodismo de alcantarilla.

6) Tampoco parece acertado el criterio edulcorado de algunos informadores, opuesto al anterior, que pretendieron hacer creíble que las víctimas no conocieron lo que sucedía hasta el último minuto. Un par de días después del accidente un amigo me enviaba una foto desde el interior de un Airbus A320 donde se observaba el acceso a la cabina al final del pasillo central, sin apenas estorbos físicos que impidieran su visión a los pasajeros. ¿Alguien puede creer que nadie se percató del problema viendo al piloto golpear la puerta a voz en grito? Entre el morbo amarillista y el buenismo infantiloide existe un punto intermedio: la información.

7) Mención especial merece la polémica que se inició cuando varios descerebrados lanzaron a la red diversos tweets intolerables que hacían gala de una catalanofobia nauseabunda. Algunos independentistas intentaron arrimar el ascua a su sardina y reaccionaron dando publicidad a estos mensajes, sabiendo que estas trifulcas en las redes sociales disparan el sentimiento antiespañol. Oyendo a algún dirigente nacionalista cualquiera diría que le preocupaba más el beneficio político de la polémica en vez del dolor de sus compatriotas afectados directamente por la tragedia. Malicia enfermiza de unos y oportunismo rastrero de otros.

8) Contrastó la actitud de estos sujetos con el ejemplo de honestidad y diligencia ofrecido por el fiscal encargado del caso, Brice Robin. El jurista de Marsella ofreció una sorprendente rueda de prensa donde se brindó a la opinión pública toda la información obtenida de las cajas negras, una muestra de rapidez y transparencia absolutas que contrasta con nuestras rutinas ibéricas. Sana envidia.

9) Desde una perspectiva técnica, me llamó la atención que en la era del almacenamiento “cloud” sigamos pendientes del estado en que quedan estas cajas tras un accidente aéreo. Desde mi completa ignorancia aeronáutica, no consigo comprender cómo estos datos no se conservan fuera del objeto que va a quedar previsiblemente destrozado. La tecnología actual permitiría transmitirlos a las torres de control que supervisan el vuelo, sin peligro de perder una información esencial para esclarecer los hechos. Actualicémonos.

10) Por último, algunas medidas preventivas tomadas en caliente tras el 11S han demostrado su peligrosidad, como la posibilidad de que un piloto pueda encerrarse voluntariamente en la cabina. Sólo algunas compañías puntuales intuyeron el riesgo y prohibieron taxativamente que una persona pudiera quedar a solas a los mandos de la nave. El resto de aerolíneas se negó a implantar esta norma evidente hasta que ha sido demasiado tarde, una vez más. A ver si aprendemos.

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