¿Florida ideación delirante?

Publicado en el Diari de Tarragona el 26 de octubre de 2014


La increíble aventura de Frank Abagnale tocó a su fin poco antes de cumplir los veinte años. Desde su adolescencia hasta entonces, este joven neoyorkino consiguió volver loco al FBI con sus estafas a empresas y particulares, una vida fielmente trasladada a la pantalla por Steven Spielberg en el biopic “Atrápame si puedes”. Este escurridizo timador adoptó ocho personalidades diferentes (piloto de avión, abogado, pediatra, agente secreto…) y sólo con la falsificación de cheques de la Pan Am logró embolsarse casi tres millones de dólares. Abagnale estaba dotado de una inteligencia fuera de lo común, lo que por ejemplo le permitió aprobar el examen de abogacía en dos semanas sin haber pisado jamás una facultad de derecho. Las autoridades norteamericanas, pragmáticas como siempre, le ofrecieron finalmente trabajar en el departamento contra el fraude del FBI. En la actualidad este antiguo delincuente se ha convertido en un próspero hombre de negocios, autor de varios libros, diseñador de los cheques antirrobo más seguros del mundo, y propietario de una consultora especializada en fraudes económicos.

Pero no es necesario salir de nuestro país para encontrar timadores que han intentado forrarse usurpando falsas personalidades. Pensemos en Tania Head, antigua presidenta de una de las principales asociaciones de víctimas del 11S. Durante varios años, esta caradura profesional vivió dando conferencias sobre el dramático trance que sufrió en el piso 78 del WTC (falso), donde trabajaba para el banco Merrill Lynch de Nueva York (falso), ciudad en la que residía con su padre diplomático (falso), tras haber concluido sus estudios universitarios en Harvard y Stanford (falso y falso). Ni siquiera se llamaba Tania Head. En 2007 los atónitos socios de la World Trade Center Survivors' Network descubrieron que su flamante presidenta no era más que una farsante barcelonesa llamada Alicia Esteve, hija del conocido empresario Francisco Esteve Corbella, condenado a prisión por el caso Planasdemunt.

La antología de los impostores tiene desde esta semana un nuevo miembro destacado: Francisco Nicolás Gómez-Iglesias. Los medios de comunicación españoles no han tardado en apodarlo “Pequeño Nicolás”, probablemente por su extrema juventud, recordando al protagonista de una exitosa saga de libros escritos por el inolvidable René Goscinny e ilustrados por el dibujante Jean-Jacques Sempé. Lamentablemente, no estamos ante una simpática travesura juvenil sino ante un inquietante episodio de amiguismo que confirma los modos en que se accede a nuestro particular palco social. Puede que las reprobables hazañas de este borjamari sean cuantitativamente menores que las de Frank Abagnale, o que su sinvergonzonería no alcance las cotas de Alicia Esteve. Sin embargo, las ramificaciones políticas de este escándalo otorgan al caso una relevancia incuestionable. No es difícil imaginar cuál era su objetivo: el pequeño Nicolás soñaba con ser Agag de mayor. Paquito -como todavía le conocen sus vecinos- estaba decidido a convertirse en el nuevo zar en el imperio de los contactos y las influencias. Nada de Pequeño Nicolás: ¡Nicolás III el Conseguidor!

Para lograrlo, este joven estudiante de finanzas adoptó un modus operandi digno de un simple estafador. En su domicilio se han encontrado informes del CNI falsificados en la copistería de su barrio, así como pases para el Palacio de la Moncloa y dosieres oficiales igualmente ficticios. Algunas veces se presentaba como asesor de Soraya Sáenz de Santamaría, otras como miembro de los servicios secretos, otras como representante de la Casa Real… Este aspecto histriónico de la historia invita a pensar que nos encontramos ante un chaval dominado por “una florida ideación delirante de tipo megalomaníaco”, tal y como señala el informe forense del juzgado donde se instruye su caso. Sin embargo, también existe un reverso donde se atisba que Paquito no es simplemente uno de tantos frikis que llenan los programas de Paolo Vasile, sino un astuto estratega que rozó el éxito con la yema de los dedos.

Ciertamente, es difícil creer que nos encontremos ante un simple tocomocho postadolescente. Hemos visto a Nicolás compartiendo tribuna con José María Aznar, Ana Botella y Jaime García-Legaz (Secretario de Estado de Comercio); codeándose con Esperanza Aguirre, Federico Jiménez Losantos, Joan Rosell y Cándido Méndez; comiendo con Arias Cañete, Celia Villalobos y Pedro Argüelles (Secretario de Estado de Defensa); trabajando para Arturo Fernández (presidente de CEIM); viajando en coches de lujo con protección policial… Incluso saludó personalmente a Felipe VI en el Salón del Trono del Palacio Real tras su coronación. Según algunos miembros del PP, en los mítines tenía asiento reservado en primera fila, mientras numerosos cargos electos eran relegados a la tercera. Su aventajada posición comenzó pronto a generar réditos tangibles, logrando que una constructora de obra pública le cediera un lujoso chalet en pleno centro de Madrid, propiedad de Kyril de Bulgaria, donde acudían numerosos empresarios y coches oficiales, y donde el propio Nicolás estuvo empadronado. Esto no tiene nada de “florida ideación delirante”.

Alejandro Dumas afirmaba que para hacer fortuna es necesario parecer rico. Probablemente fue ésta la táctica que adoptó nuestro protagonista, fingiendo ser influyente para acabar siéndolo. Nicolás movió sus hilos y terminó frecuentando el palco del Bernabéu, crisol en el que se amalgaman los intereses privados y públicos de la Villa y Corte. A punto estuvo de consolidar esa posición de privilegio que algunos consiguen simplemente con labia y contactos, especialmente entre nuestra clase política. Pero Paquito quiso llegar demasiado rápido y se pasó de frenada. Ya lo decía James Dean: vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver. Siempre le quedará Telecinco.

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