El virus que nos desnudó

Publicado en el Diari de Tarragona el 19 de octubre de 2014


A medida que pasan los días, la salud de Teresa Romero parece afianzarse en la senda de la recuperación, pese a continuar en estos momentos en estado grave. La infección remite y las posibilidades de curación aumentan para esta mujer luchadora que se ofreció voluntaria para tratar al agonizante misionero Manuel García Viejo. Reciba desde aquí mis ánimos con la esperanza de verla pronto completamente recuperada.

El primer contagio de ébola en occidente ha puesto de manifiesto el enorme caudal de solidaridad y valentía que atesora nuestra sociedad, unas virtudes que contrastan significativamente con las de sus dirigentes. El caso de Teresa Romero nos ha conmovido a todos y ha movilizado a todo el colectivo médico, especialmente a la cincuentena de sanitarios que la tratan voluntariamente pese a un ya inocultable riesgo para sus vidas. Lamentablemente, ésta ha sido la única consecuencia positiva que hemos podido extraer de este episodio.

Por contra, la forma en que esta enfermera ha sido infectada y tratada nos obliga a mirarnos en un espejo inquietante. Un acontecimiento perfectamente previsible (la simple detección de una paciente aquejada con una dolencia contagiosa grave) ha dejado de nuevo al descubierto todas las miserias de un país, echando otra palada de tierra sobre el ataúd de nuestra reciente e infundada autoestima. Efectivamente, como dijo Cristóbal Montoro, hemos sido el asombro del mundo, pero no precisamente para bien.

1.- Imprevisión. Parece inconcebible que un país europeo con casi cincuenta millones de habitantes y frontera directa con África carezca de un equipo activado y entrenado para tratar enfermedades que requieren aislamiento total. No me estoy refiriendo a un gran dispositivo para combatir una plaga bíblica, sino una mera unidad preparada para atender un caso repentino y grave.

2.- Imprudencia. La constatación de la inexistencia de ese equipo habría bastado para replantearse el traslado de los dos misioneros infectados, al menos en las condiciones en las que se hizo. Parece digno de una película de Berlanga organizar la comitiva casi militar que llevó a los religiosos del aeropuerto al hospital, si luego allí sus médicos les iban a tratar simultáneamente a ellos y a los enfermos comunes.

3.- Falsedad. Las autoridades españolas declararon hasta la saciedad que el riesgo de contagio era prácticamente nulo, una afirmación que el tiempo no ha tardado en desmentir.

4.- Improvisación. La interminable secuencia de errores cometidos demuestra un grado de irresponsabilidad organizativa brutal. Un protocolo no puede dar por supuesto que todos los implicados van a actuar a la perfección, sino que debe ser eficaz partiendo de que las personas cometen fallos. De lo contrario el sistema se viene abajo con la menor contrariedad.

5.- Desinformación. Cuando la vida está en juego, la formación de los sanitarios afectados no puede limitarse a una pequeña charla y un folleto. La información sobre estos procedimientos de actuación ha de ser exhaustiva y recurrente, una praxis que debería ser especialmente evidente en un país que cada Nochevieja necesita volver a explicar cómo funcionan las campanadas de la Puerta del Sol.

6.- Descoordinación. Las autoridades estadounidenses tardaron noventa minutos en aislar hospitalariamente a su primera contagiada con ébola, así como en desinfectar totalmente su vivienda y su vehículo. En España pasaron varios días hasta que Teresa Romero fue conducida al hospital en una ambulancia (ordinaria, por cierto), un vehículo que fue utilizado inmediatamente después para trasladar a siete pacientes comunes, uno de los cuales tuvo que ser posteriormente ingresado por sospechas de contagio.

7.- Atolondramiento. Esta falta de actividad neuronal también se puso de manifiesto en la polémica sobre el perro de Teresa. Parece evidente que no podemos arriesgarnos a sufrir una pandemia letal por salvar a una mascota, pero sugiere cierto grado de irreflexión sacrificar un animal sin el menor síntoma de contagio y cuya capacidad para transmitir el ébola no tiene un solo precedente clínico, máxime cuando su supervivencia podría servir además para mejorar nuestros conocimientos sobre el virus. Esta alternativa fue, precisamente, la que aplicaron en EEUU.

8.- Mezquindad. Los comentarios vertidos por el consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, pasarán a la antología de la miseria política: “Tan mal no debía estar para ir a la peluquería”, “Para saber cómo quitarse o ponerse un traje no hace falta un máster”, etc. La indigencia moral de un político acorralado no conoce límites.

9.- Cobardía. Más previsible fue la actitud evasiva de Mariano Rajoy, desaparecido en combate durante los primeros días de esta crisis, quien probablemente estaría ofuscado dando órdenes para alejar el hospital de la costa.

10.- Incompetencia. El Óscar al papelón más recordado se lo llevará indudablemente Ana Mato, una política del montón que alcanzó el ministerio en pago por los servicios prestados al PP durante los años de oposición. Resulta comprensible que el Presidente deseara agradecerle su lealtad y entrega al partido, pero podría haberle nombrado Miss Confeti en lugar de poner en sus manos la salud de todo un país.

Es cierto que en EEUU también se han cometido fallos (incomparables con nuestra gestión Torrente, obviamente) y por ello Barack Obama organizó este miércoles una videoconferencia para coordinar estrategias con varios líderes europeos: David Cameron, Angela Merkel, François Hollande, Mateo Renzi… ¿Y Rajoy? Pese a que España ha sido el primer país europeo en enfrentarse directamente al virus, la Casa Blanca ha decidido prescindir de nuestros sabios consejos. ¿Alguien se extraña?

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