Escenarios: 2+2

Publicado en el Diari de Tarragona el 5 de octubre de 2014


Esta semana ha culminado por fin la fase perfectamente previsible del proceso soberanista, iniciada por Artur Mas cuando convocó elecciones anticipadas en 2012: triunfo arrollador de las fuerzas partidarias de la consulta, acuerdo de mínimos para concretar fecha y pregunta, aprobación de la normativa autonómica para amparar la iniciativa, decreto de convocatoria, recurso del Gobierno frente a ambas medidas, y suspensión provisional por parte del TC. Hasta ahí, la secuencia de acontecimientos ha seguido milimétricamente lo que ya auguraron numerosos comentaristas y expertos desde el inicio del proceso.

Ahora comienza lo verdaderamente interesante, pues no hay nada más aburrido que verse obligado a aguardar pacientemente que suceda lo absolutamente esperable, por mucho que desde uno y otro bando se haya intentado fingir una indignada sorpresa con aspavientos dignos de un sobreactuado actor de culebrón. ¿Acaso en Madrid pensaban que el movimiento soberanista se autodisolvería? ¿Acaso Rajoy albergaba alguna esperanza de que Mas no convocara la consulta? ¿Acaso Junqueras soñaba con que el TC no la suspendiera? Como dice la canción, lo vuestro es puro teatro.

Pese a las numerosas variables que entran en juego, apenas se me ocurren cuatro salidas imaginables a partir de este momento, dos de ellas absolutamente quiméricas (pero todavía defendidas por quienes confunden deseos y realidades) y otras dos que caben perfectamente dentro de lo posible.

Escenario 1: crucero de placer a Ítaca. El movimiento soberanista, magníficamente diseñado e impecablemente llevado a la práctica, ha intentado desde un principio alimentar la moral de sus seguidores con un discurso voluntarista que no dejaba espacio a la duda: el gobierno de España no podrá desoír la voz de un pueblo, la presión internacional obligará a Rajoy a claudicar, y los catalanes fundaremos festivamente un nuevo estado próspero y sin pecado original. El paso de los meses se está convirtiendo en un baño de realidad para sus promotores, pues la Moncloa ha demostrado que sigue a lo suyo, ninguna cancillería ha movido un dedo por forzar la consulta, el mundo económico comienza a mostrar sus cartas, y cada vez parece más clara la inexistencia de ningún camino mágico de baldosas amarillas hacia la soberanía. ¿Alguien en su sano juicio pensaba que saliendo a la calle con camisetas de colores se lograría doblegar a un estado con el peso político e histórico de España? Más de uno debería hacérselo mirar. Aun así, algunos insisten en que votaremos el 9N, una contumacia sólo comprensible desde la óptica de la agitación.

Escenario 2: Santiago y cierra España. En la esquina contraria del cuadrilátero tenemos a aquellos que siempre han pensado que España es una realidad natural, fundada instantes después del Big Bang, cuya unidad no es fruto de una convención humana sino un principio de carácter casi metafísico. Su razonamiento es sencillo: España no puede dejar de ser lo que es, y además la ley impide cualquier iniciativa que lo cuestione: ¿para qué dedicar un solo minuto a este asunto? Se prohíbe y punto. Este poco autoexigente planteamiento calza perfectamente en el carácter del actual Presidente del gobierno, que ha renunciado a ganar la batalla de la opinión pública y se atrinchera tras una barricada levantada con ejemplares de la Constitución. ¿Acaso piensa Rajoy que, tras la previsible declaración de inconstitucionalidad de la consulta, los independentistas volverán a sus casas, bajarán al trastero una caja de cartón con todo el merchandising de la ANC, se irán a la cama y olvidarán el tema? No hay más ciego que el que no quiere ver.

Escenario 3: el reino de los kamikazes. Una posibilidad factible es que la continua negativa de Madrid a considerar las reclamaciones catalanas termine provocando un adelanto electoral de carácter plebiscitario. El CEO acaba de confirmar que ERC arrasaría en dichos comicios (ya sea por separado o acaparando la mayoría de los primeros puestos de una eventual lista conjunta) lo que probablemente desembocaría en una secesión unilateral. Llegados a este punto, y al margen de la posición política que defienda cada uno, convendría ser honestos y evitar que la propaganda siguiera devorando a la información: una independencia lograda a las bravas carecería de reconocimiento internacional (una evidencia que el propio Artur Mas ha admitido en innumerables ocasiones) un escenario posible pero complejísimo que sin duda comprometería seriamente nuestro futuro y el de nuestros hijos.

Escenario 4: hablando se entiende la gente. La única alternativa factible a la ruptura unilateral es la reforma política. Es evidente que el desprecio sistemático de Rajoy hacia lo acontecido en el seno de la sociedad catalana durante los últimos años nos conduce inexorablemente al desastre. Pero quizás no sea tarde. Ahí tenemos las modificaciones constitucionales que plantean los socialistas (una opción que debería ser votada por los catalanes en el marco del refrendo general preceptivo) o la posibilidad de emprender una reforma estatutaria que blindase las cuestiones lingüísticas y fiscales que originaron la marea independentista (un procedimiento que también exigiría el voto de los catalanes). Serían alternativas satisfactorias, legales y ratificadas en las urnas.

Está claro que estas opciones no saciarían a quienes siempre han defendido la secesión, pero ofrecerían una salida política para los nuevos independentistas con el fin de desequilibrar la balanza social en favor de una solución no traumática. Al igual que hace cuarenta años, nos encontramos en la encrucijada de elegir entre la reforma o la ruptura: no hay alternativa. La pelota está ahora en el tejado azul de la Moncloa.

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