Una generación desterrada

Publicado en el Diari de Tarragona el 4 de mayo de 2014


La capacidad de algunos propagandistas disfrazados de periodistas para mostrar euforia ante el desastre resulta cada vez más asombrosa. Esta semana hemos conocido los resultados de la EPA correspondiente al primer trimestre del año y las conclusiones no pueden ser más desalentadoras.

Ni siquiera el cambio de criterios a la hora de elaborar este estudio ha sido capaz de disimular la realidad: España ha destruido en tres meses 185.000 puestos de trabajo, el índice de paro ronda el 26%, la tasa de actividad es la más baja desde 2007 (59,4%), dos millones de hogares tienen a todos sus miembros desempleados, más de la mitad de los parados lleva más de un año sin trabajar y de ellos dos tercios más de dos, el número de familias sin ningún tipo de ingresos asciende hasta los 768.000... Ante este panorama, el presidente Rajoy ha declarado que está “muy contento”, añadiendo alguna de esas frases que nunca faltan en el guión de cualquier telefilme de sobremesa dominical: todo irá bien.

Por si fuera poco, la lógica rotación contractual que se produce en todos los mercados laborales (unas relaciones contractuales se extinguen y nacen otras nuevas) no está siendo neutra desde la óptica de la capacidad adquisitiva y la estabilidad en el trabajo. Baste aportar dos cifras: en comparación con el año pasado tenemos 152.500 empleos temporales más y 210.000 indefinidos menos, y desde 2012 los trabajos a tiempo parcial han aumentado en más de un millón. En ese sentido, lo que estamos viviendo durante el último lustro no se limita a un devastador derrumbe en el número de asalariados, puesto que este fenómeno está provocando como derivada un efecto no menos importante: la precarización sistemática de los nuevos contratos y la caída en picado de los salarios que se derivan de ellos. ¿Cómo va a recuperarse el consumo con estas premisas? Capítulo aparte merece la seguridad en el trabajo, que desciende automáticamente cuando la relación laboral se convierte en esporádica (esta semana hemos conocido que la siniestralidad ha aumentado un 17% en Catalunya durante el último año).

Los 2.300 parados menos que enarbola el gobierno para justificar cierto optimismo son el simple fruto de una desbandada. La población activa de ha desplomado en 425.000 personas durante el último año y actualmente España no alcanza los 17 millones de trabajadores frente a sus 46 millones de habitantes. No es difícil imaginar las consecuencias de este ratio en el sostenimiento de las cargas públicas, en el mantenimiento de las pensiones de una sociedad que envejece a pasos agigantados, o en el pago de nuestra desbocada deuda pública (hemos pasado del 37% del PIB en 2008 a casi el 100% actual).

Es cierto que las cifras macroeconómicas invitan a pensar que nos acercamos a un positivo cambio de ciclo, pero el agujero financiero y laboral es de tal envergadura que volver a rellenarlo costará varias décadas. Algunos prestigiosos economistas señalan además que los nuevos modelos productivos sugieren que el tradicional paralelismo entre crecimiento y creación de empleo puede haber pasado a mejor vida, con el riesgo cierto de comenzar una senda de recuperación macroeconómica sin apenas generar a corto plazo un aumento significativo en la oferta de trabajo.

Uno de los datos más inquietantes de cara al futuro se refiere al paro entre los menores de 25 años. La tasa de desempleo juvenil ha vuelto a crecer el último trimestre seis décimas más hasta alcanzar un insostenible 55,48%. Eso significa que en la actualidad sólo cuatro de cada diez jóvenes consigue encontrar empleo. Por si fuera poco, pensemos que este colectivo constituye una de las principales bolsas de parados que ha hecho las maletas para buscarse un futuro digno fuera de nuestras fronteras, por lo que gran parte de ellos resultan invisibles en esta estadística. La generalización en el conocimiento de idiomas y las nuevas tecnologías hacen que para ellos el mundo sea cada vez más pequeño, y es lógico que no se conformen con el futuro que aquí se vislumbra.

Ciertamente, nuestro panorama laboral invita a la huida: salarios de miseria, inestabilidad sistemática que impide los planes de carrera, un fisco y una burocracia empeñados en poner palos en las ruedas a los emprendedores, desprecio por la preparación académica (ya se ha generalizado el currículum B con menos formación de la real)… Las optimistas previsiones del gobierno descartan bajar del 20% de paro hasta dentro de tres años (que probablemente serán cuatro o cinco, y en condiciones radicalmente peores que en el pasado: contratos mayoritariamente temporales, gran parte de ellos a tiempo parcial, escasamente remunerados, etc.). Este horizonte terminará provocando, además de muchos dramas personales, una fractura demográfica con toda una generación decidida a desplegar sus potencialidades profesionales lejos de nuestro país. Si el mercado laboral se estabiliza pero no mejora sustancialmente, en breve volveremos a importar mano de obra no cualificada mientras nuestros jóvenes emigran tras finalizar sus estudios: el negocio del siglo.

Esta semana hemos conocido una iniciativa de CEPTA destinada a ofertar trabajo temporal y un curso de 210 horas para ser empleado de limpieza, una desafortunada campaña presidida por una gran foto de una escoba. La polvareda ha sido considerable, nunca mejor dicho. Desde luego, si lo mejor que podemos ofrecer a nuestros jóvenes es un contrato basura y un mocho, dudo que haga falta una bola de cristal para adivinar nuestro futuro.

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