Un proyecto en entredicho

Publicado en el Diari de Tarragona el 25 de mayo de 2014


El triunfo logrado este jueves por el United Kingdom Independence Party, que no será oficializado hasta esta noche por cuestiones legales, puede augurar un significativo frenazo (incluso regresión) en el proceso de integración europea. Este partido emergente representa una nueva ultraderecha cool de apariencia civilizada, nada que ver con los separatistas del Véneto que intentaron asaltar la plaza de San Marcos con un tractor reconvertido en tanque rústico (lo que no pase en Italia…). La formación británica liderada por Nigel Farage encarna ese euroescepticismo generalizado que algunos partidos hasta ahora testimoniales están explotando para reventar sus techos electorales. El horizonte político del UKIP prevé la convocatoria de un referéndum para que el Reino Unido abandone la UE, una posibilidad que haría temblar los cimientos del sueño engendrado por Monnet, Schuman, De Gasperi, Adenauer y Spaak.

Las encuestas publicadas estas semanas afirman que los grandes partidos que han construido el edificio europeo desde su fundación pierden fuelle sin remedio, una tendencia que encuentra ciertas similitudes con la implosión que sufrió el sistema político italiano hace un par de décadas. Como en todas las épocas marcadas por la crisis, las opciones que representan cierto continuismo o adhesión al sistema ven peligrar su respaldo social, un hundimiento que es aprovechado por los populistas de todo tipo: ultraderechistas, ultraizquierdistas, ultranacionalistas… Es cierto que los sistemas políticos disfrutan de un soporte jurídico que les permite flotar con cierta estabilidad por encima de las mareas partidistas, pero a medio plazo las estructuras de gobierno son incapaces de resistir las embestidas de las urnas. Los modelos políticos son esculpidos por las formaciones habituadas a pisar las alfombras de palacio, los partidos sistémicos, un fenómeno que explica que su descalabro electoral suela ser entendido como el derrumbe del propio modelo. Es lo que sucedió en Italia tras el proceso Tangentopoli, y es lo que podría suceder desde hoy en la UE.

El caso del UKIP no es una mera anécdota derivada del tradicional aislacionismo inglés. Los sondeos franceses dan como vencedor al Front National de Marine Le Pen, hija del histórico ultraderechista galo que esta semana ha declarado que “el ébola puede solucionar el problema de la inmigración en tres meses”. Increíble. Esta formación propone también una serie de referendos (el anzuelo electoral de todo partido populista que se precie) para que Francia recupere el control monetario abandonando el euro, recupere la iniciativa productiva limitando las importaciones desde países emergentes, recupere el control de sus fronteras abandonando Schengen, recupere la seguridad en las calles regulando las penas capital y perpetua, etc. Parece que una ola de ultraderechismo nacionalista está barriendo la vieja Europa: Chrysí Avgí (Grecia), Lega Nord (Italia), Staatkundig Gereformeerde Partij (Holanda), Solidarna Polska (Polonia), Natzionalen Front za Spasenie (Bulgaria), Dansk Folkeparti (Dinamarca), Perussuomalaiset (Finlandia), Onafhankelijk (Bélgica)… Inquietante.

Mientras el continente se debate entre el mantenimiento de un modelo manifiestamente perfectible o la demolición de un sueño convertido en pesadilla, aquí seguimos a lo nuestro discutiendo sobre las cantadas de Cañete, el múltiplex de TV3, la aparición estelar de Pasqual Maragall en un mitin de ERC o los tweets de Valenciano sobre el atractivo físico de Ribery o el obispo Munilla, todas ellas cuestiones nucleares para la geopolítica continental del siglo XXI. Probablemente, las causas de esta actualidad local ramplona y desvinculada del debate verdaderamente comunitario habría que buscarlas en una de las campañas más insustanciales que se recuerdan en nuestra historia reciente.

Todas las encuestas auguran una caída aproximada de diez puntos para los dos grandes partidos españoles. Dando por hecho que se la van a pegar, PP y PSOE han decidido no entrar en los debates de fondo para evitar que el accidente termine siendo mortal. Los populares han evitado echar sal en las heridas de una ciudadanía suficientemente atormentada por la crisis, y tampoco se han atrevido (con razón) a fabular con sus habituales promesas electorales que nadie creería. Por su parte, los socialistas han asumido un perfil bajo de campaña (no hay más que ver la cabeza de lista que han elegido) y se han negado a reconocer que su proyecto europeo consiste en seguir obedeciendo al norte, tal y como sucedió durante los últimos meses de ZP. Bastaba con ver a Valenciano compartiendo mitin con Manuel Valls, el rey de los recortes en la UE, para entender que su lucha contra la austeridad es un eslogan que se evaporará el día que vuelvan a tocar poder.

Los beneficiarios del hundimiento sociopopular serán los partidos que se presentan ante la ciudadanía como los únicos capaces de revertir el lamentable estado de las cosas, ya sea desde una perspectiva izquierdista (IU, ICV, Podemos…), derechista (Vox), nacionalista (CiU, PNV, ERC, Bildu…), personalista (UPyD), etc. Aunque muchos de ellos compartirán megapartido europeo con sus presuntos archienemigos (Unió/PP en EPP, Ciutadans/Convergencia en ALDE, etc.) es previsible un éxito rotundo de las formaciones menores que invite a pensar que el bipartidismo español ha pasado a mejor vida. En mi opinión, es sólo un espejismo. El crecimiento porcentual de estas candidaturas, electoralmente dopadas por la crisis y el proceso soberanista, será el simple efecto de la desmovilización de millones de votantes populares y socialistas ante un programa estructuralmente inercial en un parlamento aparentemente remoto. Para bien o para mal, esta inmensa bolsa de votos volverá a llenar las urnas el día que esté en juego un gobierno más próximo y tangible.

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