Votar con red

Publicado en el Diari de Tarragona el 9 de febrero de 2014

Como es lógico en cualquier gobernante que pretenda seguir siéndolo, el ejecutivo de Mariano Rajoy lleva unos cuantos meses intentando magnificar los escasos datos positivos que ofrece la realidad. Es difícil afirmar con contundencia que nuestra economía haya tocado fondo, pero el gobierno ya puede defender esta posibilidad entre personas bien informadas sin provocar automáticamente una ácida carcajada entre el respetable, cosa que sí sucedía hasta hace apenas unas semanas. El problema de este gabinete es que lleva tanto tiempo desdibujando la realidad (sobre la situación económica, sobre sus intenciones políticas, sobre los problemas de su partido con la justicia, sobre los plazos de recuperación, sobre los efectos de sus medidas en el estado del bienestar) que conservar la fe en sus palabras se ha convertido en un acto de adhesión personal que raya el misticismo.

Cuando el desarrollo de los acontecimiento se muestra cicatero con las buenas noticias y tremendamente espléndido con las malas, como sucede ahora, la política de comunicación de cualquier gobierno se torna ciertamente complicada. Lo honesto sería reconocer la realidad tal cual es, pero esta actitud parece terminantemente prohibida en la democracia mediática y demoscópica que padecemos, una autocensura que no terminamos de comprender aquellos que agradecemos que nos den las malas noticias a la cara. Lamentablemente, la política informativa del gobierno y del partido que lo sustenta se ha decantado por estrategias menos nobles. Ejemplos: desde faltar a la verdad con retórica formalmente cierta (“el sistema impedirá que las pensiones bajen” -Báñez-), pasando por ocultar la realidad tras una neblinosa verborrea jurídica paradójicamente autoinculpatoria (“fue una indemnización de lo que hubiera sido en diferido, en forma de simulación, de lo que antes era una retribución con retención” –Cospedal-), hasta llegar incluso a negar explícitamente lo que es una evidencia para cualquier ciudadano de la calle (“los salarios no están bajando en nuestro país” –Montoro-). Al ministro de Hacienda le faltó añadir la célebre frase de Groucho Marx: “¿a quién vas a creer más, a mí o a tus propios ojos?”.

Afortunadamente, la capacidad ciudadana para digerir falsedades tiene un límite, y la pinochesca campaña del gobierno sobre su idílico universo paralelo está fracasando. Al menos, eso parece desprenderse de los últimos datos ofrecidos por el CIS. El 86,7% de los españoles cree que la situación económica es mala o muy mala; el 89,1% opina que dicha situación no ha mejorado en el último año; el 66% está convencido de que dentro de un año no estaremos mejor; el 70,8% considera que el gobierno lo está haciendo mal o muy mal; todos sus miembros suspenden en la valoración personal (el mejor posicionado, Arias Cañete con un 3,17), y el dato demoledor: Mariano Rajoy inspira poca o ninguna confianza al 88,1% de los españoles. En estos momentos, la denominación del Partido Popular parece un sarcasmo.

Con el horizonte de las elecciones europeas a la vuelta de la esquina, es normal que los nervios comiencen a extenderse por los despachos de la calle Génova. Los populares tienen demasiados frentes abiertos. Para empezar, la salida de la crisis todavía no se vislumbra en el futuro próximo (ni se vislumbrará en las economías domésticas hasta dentro de mucho tiempo). Por otro lado, este año se vivirá en Catalunya un movimiento multitudinario sin precedentes contra el modelo constitucional, mientras los necesarios pasos que se están dando para la pacificación definitiva en Euskadi están provocando crecientes grietas en la derecha española. Como consecuencia fundamental de lo anterior, las encuestas muestran un significativo zarpazo electoral de UPyD, mientras nace un nuevo partido que acogerá en su seno al sector más extremista del electorado popular: Vox. Por si fuera poco, las investigaciones sobre la financiación irregular del PP no dejan de ofrecer titulares incendiarios, y el sumario Gürtel parece confirmar las turbias relaciones de Génova con una red mafiosa que conseguía todo tipo de favores a base de hacer regalos a más personas que François Hollande durante un día de San Valentín.

Una vez más cabe preguntarse cómo es posible que el PP siga ganando en las encuestas cuando nueve de cada diez españoles no tiene ninguna confianza en su líder. Y la respuesta es siempre la misma: porque no hay una alternativa que goce de esa confianza entre la ciudadanía. Gran parte del electorado popular se siente defraudado por el gobierno de Rajoy (incumplimientos, medias verdades, corrupción) pero se echa a temblar ante la mera posibilidad de que los socialistas vuelvan al poder. Cada vez más, el hecho de votar a un candidato no se deriva de una presunta adhesión a su proyecto político, sino del pavor al triunfo de su adversario electoral. Precisamente por eso, en unas eventuales elecciones generales, muchos de esos descreídos seguidores populares volverían a votar a Rajoy sólo por evitar la reedición de la letal gestión económica de ZP o el Tripartit catalán.

Sin embargo, este planteamiento no será aplicable esta primavera, puesto que en los comicios europeos los ciudadanos sienten que votan con red de seguridad. Pueden fustigar electoralmente al PP sin arriesgarse a entregar las llaves de la caja a quienes han demostrado sobradamente sus dotes para endeudar hasta las cejas cualquier institución en décimas de segundo. Al fin y al cabo, la que manda en Europa es Merkel. Teniendo esto en cuenta, puede que en mayo nos encontremos con alguna sorpresa.

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