Programa, programa, programa

Publicado en el Diari de Tarragona el 5 de mayo de 2013

Las escalofriantes cifras de desempleo de marzo y las previsiones de Bruselas del pasado viernes han puesto en entredicho la eficacia de la política económica del gobierno, aplicada de espaldas a la realidad empírica con un cuestionable sentido de la oportunidad. Un ejecutivo estupefacto ante la debacle que se abría ante sus ojos ha intentado evitar la gangrena amputando órganos vitales del cuerpo económico, entendiendo que el paro era exclusivamente una consecuencia de la crisis y no también una causa de la misma (el efecto multiplicador que el desempleo imprime sobre el consumo es uno de los principales factores de destrucción de ocupación). Erramos estrepitosamente aquellos que confiamos en que la llegada al poder del centro derecha supondría la reactivación del tejido productivo tras la implantación inmediata de medidas favorecedoras de la actividad económica: bajada de impuestos, reducción del gasto político, redimensionamiento de la estructura institucional… Un buen amigo liberal me prevenía sobre lo que estaba por llegar: “dudo que un gabinete compuesto por funcionarios vaya a reducir el aparato público”. El resultado está a la vista.

Mariano Rajoy llegó al poder con un programa clarísimo. El PP iba a reducir la presión fiscal sobre particulares y empresas -recordemos a la cúpula popular firmando el manifiesto “masIVAno” o al propio Rajoy clamando en el Congreso que subir los impuestos era “el sablazo del mal gobernante”- y la realidad es que se han disparado todos los impuestos habidos y por haber. El PP iba a aprobar una reforma laboral que favoreciera la contratación, y la realidad es que la nueva legislación simplemente facilita y abarata el despido, lo que puede resultar macroeconómicamente positivo a largo plazo pero que desboca el desempleo en épocas de recesión. El PP iba a condicionar las ayudas a la banca para forzar la apertura del grifo financiero para pymes y ciudadanos –recordemos también a González Pons en 2009: “Zapatero da millones a los bancos y a los ciudadanos nos sube los impuestos”-, y la realidad es que tras un año y medio de mandato el flujo crediticio en España es el más bajo de las últimas décadas. El PP iba a cumplir estos objetivos sin desproteger a las capas más débiles de la sociedad –recordemos de nuevo a la prensa conservadora madrileña rasgándose las vestiduras por “el mayor recorte social de la democracia” aprobado por ZP en 2010-, y la realidad es que el resultado de aquella reforma era el paraíso terrenal al lado de lo que tenemos ahora. Por último, el PP iba a implantar todo este calendario reformista en un marco de austeridad política –no sé en qué cajón quedó la propuesta popular de minimizar la estructura institucional en España-, con una llevanza de los asuntos públicos estable y previsible –perdonen que no lo comente, pero es que me entra la risa-, apoyándose en un partido con profesionales de valía contrastada –pienso en Carlos Floriano diciendo que los trabajadores del PP son funcionarios o que un despido improcedente implica automáticamente la readmisión-, y con un comportamiento ejemplar en el manejo honesto y ético del dinero público –el estercolero de corrupción que salpica al partido del gobierno sólo es comparable al vivido durante los últimos años del felipismo-.

Personalmente estoy convencido de que Mariano Rajoy es una persona honrada que hace lo que considera correcto, pero los errores y pasividades de los individuos bienintencionados pueden llegar a ser tan peligrosos como las acciones de las malas personas. En diciembre de 2011, el presidente quedó probablemente noqueado al conocer la verdadera herencia económica que recibía del anterior gobierno, pero en vez de adaptar sus propuestas a las nuevas cifras, traicionó el espíritu de su programa protagonizando una estafa política de proporciones históricas. Jamás habría criticado al gobierno si hubiese aplicado lo que prometió, aunque no hubiese sido suficiente para esquivar el desastre que se avecinaba. Como decía Anguita, “programa, programa, programa”. Sin embargo, lo que no es de recibo es que un partido se postule a dirigir el país con un proyecto concreto y lo tire por el retrete en su primer consejo de ministros. Si el resultado hubiese sido un éxito atronador, al menos se podría alegar que rectificar es de sabios, pero el hecho es que el PP destrozó una por una todas sus promesas electorales para conducirnos a un país productivamente muerto con más de seis millones de parados. Suele decirse que los pueblos son responsables de los políticos que los dirigen: desde luego, si España merece sus dos últimos gobiernos es que no tiene arreglo.

Afortunadamente, comienzan a levantarse voces cercanas al PP en contra de la política contractiva y timorata del ejecutivo. No se trata de repartir subvenciones a diestro y siniestro, como parece sugerir la izquierda populista, sino de implantar medidas capaces de relanzar la actividad económica a corto plazo. Necesitamos un sector privado potente que cree empleo y sostenga económicamente a un sector público de dimensiones razonables, no un aparato institucional intocable cuyo mantenimiento asfixie al tejido productivo y termine quebrando al país. Manuel Pizarro y Esperanza Aguirre ya han reclamado públicamente que se retome el programa reformista planteado en campaña, y los representantes de las pymes empiezan a presionar a Mariano Rajoy para que rectifique su volantazo ideológico que tan funestas consecuencias ha acarreado. Ojalá alguien sea capaz de hacerle entrar en razón. De lo contrario, tenemos desierto para muchos años.

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