Dime a quién salvas…

Publicado en el Diari de Tarragona el 24 de marzo de 2013

Han sido muchos los indicios que se han propuesto a lo largo de la historia para entrever el trasfondo intelectual y moral que anida detrás del comportamiento de un individuo o un colectivo humano. Así, el socialista francés Charles Fourier defendía acertadamente que el grado de civilización de una sociedad se puede medir por el grado de libertad del que disfruta la mujer, y el filósofo Immanuel Kant daba también en el clavo cuando afirmaba que podemos juzgar el corazón de una persona por la forma en que trata a los animales. En mi opinión, uno de los síntomas definitivos que identifican el carácter de una persona sería su escala de prioridades ante la necesidad de decidir con urgencia qué desearía salvar en caso de catástrofe. Supongamos que se incendia nuestro hogar y, una vez puestas a resguardo las personas, tenemos que optar inmediatamente por sacar aquello que no queremos perder. Los que decidieran socorrer al canario o al hámster demostrarían una gran sensibilidad; los que comenzasen sacando del inmueble los materiales inflamables para evitar que el fuego se propagara a otras viviendas manifestarían un alto grado de civismo; los que corrieran a la caja de caudales para rescatar el dinero y las joyas delatarían su apego a lo contante y sonante, una actitud diametralmente opuesta a la de aquellos que preferirían salvar los álbumes de fotos…

Con las entidades políticas y económicas podemos aplicar la misma regla. Da igual lo que declaren en sus actos fundacionales, da igual lo que digan en mítines y ruedas de prensa, da igual lo que afirmen sus estatutos… Cuando súbitamente llega el tornado y hay que decidir el orden del rescate, siempre queda en evidencia el espíritu que anima esas organizaciones. Son tres los ejemplos recientes que pueden enmarcarse en este supuesto.

En primer lugar, la asfixia económica que padece la Generalitat ha puesto al ejecutivo autonómico contra las cuerdas. El soberanismo más montañero propugna la insumisión fiscal, la ruptura con el opresor, la libertad romántica por encima de menudencias legales o contables… y Artur Mas, el mismo que acudió a la Moncloa con su ultimátum pletórico de autosuficiencia, ordena a sus consellers de forma casi clandestina que reconstruyan los puentes con Madrid. Parece que el barco que lleva a Ítaca se queda sin combustible, y aunque parte del aguerrido pasaje insiste en continuar la travesía a nado, el capitán ha decidido echar la caña a ver si pica algo. ¿Mantenemos el desafío o aseguramos los fondos? Primum vivere.

Por otro lado, acabamos de descubrir que la estrella de la muerte germánica tiene un punto débil que puede destruirla desde sus entrañas. El próximo septiembre Angela Merkel tiene una cita crucial con las urnas y su electorado exige mano dura con los vividores mediterráneos, pero Chipre necesita ya un rescate de diez mil millones de euros, con su sobredimensionada banca que sustituyó los depósitos griegos por los inversores internacionales, especialmente rusos. Los votantes alemanes no verían con buenos ojos una ayuda incondicional al gobernador del Banco Central de Chipre (que por cierto se llama Panicos, no es broma) así que la marioneta comunitaria, eficazmente manejada por la nueva Dama de Hierro, decide saltarse todas las garantías de nuestro sistema financiero (fundamentalmente la inviolabilidad de los depósitos inferiores a cien mil euros) y decreta una confiscación norcoreana. No hay bases fiables, no hay previsibilidad normativa, no hay siquiera sentido común (pensemos que las turbulencias derivadas del exabrupto comunitario provocaron que sólo la bolsa española perdiera en un par de días el doble de lo que se exige a Nicosia). Europa se quema y Bruselas tiene que decidir a quién salva: ¿los países en dificultades, los pequeños depositantes, los principios económicos comunitarios…? Mejor la CDU.

Por último, uno de los últimos mantras de barra de bar denuncia con convicción el carácter violentamente liberal que está caracterizando las políticas de los últimos gobiernos españoles, encantados de enterrar en dinero público a la gran banca mientras los trabajadores de a pie sufren las devastadoras consecuencias de la crisis económica. Esta percepción es comprensible si nos limitamos a observar superficialmente las consecuencias de la hoja de ruta del último Zapatero y el actual PP, sin profundizar en el mapa macroeconómico general que resulta de dichas políticas. En mi opinión, frente a lo que se escucha en la calle, la causa de nuestro colapso social no es el ultraliberalismo de nuestros gobernantes sino todo lo contrario, y me explico. Nuestra tradicionalmente abultada tasa de desempleo se ha desbocado dramáticamente tras la quiebra de cientos de miles de pymes ahogadas por el cierre del grifo de financiación bancaria. Nuestros dos últimos ejecutivos han facilitado préstamos multimillonarios a la banca sin exigir, más allá de la palabrería de rigor, que dicha ayuda tuviese como contrapartida la apertura del flujo crediticio. ¿Por qué? Pues porque las entidades financieras han utilizado gran parte de esos fondos para comprar deuda pública española, para alegría de nuestros gobernantes que no sabían cómo alimentarse, más allá de seguir aumentando nuestros impuestos, que también. Es decir, que estos supuestos liberales han preferido seguir empapuzando a su elefantiásica administración en vez de reducirla y utilizar la financiación disponible para salvar el tejido productivo que verdaderamente podría crear riqueza y empleo. ¿Liberales? Dime a quién salvas y te diré qué eres.

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