Medias verdades, medias mentiras

Publicado en el Diari de Tarragona el 10 de febrero de 2013

Cuando ya parecía imposible evitar que los informativos siguiesen abriendo indefinidamente sus ediciones con nuevas malas noticias sobre la actualidad económica, la tormenta de corrupción política que sacude a nuestros principales partidos ha logrado acaparar las portadas de todos los diarios durante varias semanas. La ristra de chorizos crece sin cesar, mientras una sociedad asfixiada por el paro y la presión fiscal asiste atónita a la demolición no controlada del viejo teatro. Las verdades hasta ahora indemostrables que todos conocíamos por testimonios directos empiezan a aflorar en voz alta. Los aparatos de propaganda política (periódicos subvencionados, televisiones públicas, asociaciones afines…) no consiguen detener la hemorragia y las principales instituciones comienzan a sentir el aliento del colapso total.

Para empezar, se rumorea que la Casa Real tiembla ante la probable imputación de la infanta Cristina en el caso Noos, y lo que es peor, ante la posible anulación de todo el proceso tras una instrucción jurídicamente cuestionable: ambas eventualidades afectarían letalmente a la escuálida credibilidad de la monarquía en España (la primera por implicación directa y la segunda por sospecha de favoritismo) lo que podría oscurecer el futuro de la institución a medio plazo, una noticia que alegraría sin duda a más de uno. Por otro lado, los ciudadanos no saben cómo reaccionar -llanto, carcajada, furia- ante el osado intento convergente de abanderar la regeneración política del país, sumergida como está CiU en un lodazal que no parece tener fin: nauseabundo indulto de Josep Maria Servitje, conexiones mafiosas de Xavier Crespo, bochornoso trato con la fiscalía en el caso Pallerols, posible implicación de Oriol Pujol en la trama de las ITV, imputación del histórico dirigente Jaume Camps por el caso Palau… Antes de dar lecciones, quizás convendría barrer la casa.

Sin embargo, es el caso Bárcenas la madre de todos escándalos, sobre todo desde que supuso la implicación directa de gran parte de la cúpula del PP, presidente del gobierno incluido. La tradicional y exasperante parsimonia de Rajoy a la hora de enfrentarse a los problemas, unida a su afición por las medias afirmaciones de contenido confuso, ha terminado logrando que la bola de nieve alcance proporciones planetarias. El terremoto que sacude al ejecutivo, y por extensión a la imagen de España en el exterior, ha llegado incluso a aparecer en la portada de algunos prestigiosos medios internacionales que no consideran que el asunto sea precisamente baladí. El caso se encuentra todavía en el campo de la sospecha, pues las pruebas aportadas hasta ahora sugieren más de una duda, aunque lo que de ellas se deduce resulte completamente creíble para la mayor parte de la ciudadanía.

Y es que, por mucho que la presunción de inocencia sea un principio ineludible de nuestro sistema judicial, su vertiente social parece resquebrajarse sin remedio por diversas razones. En primer lugar, a los españoles les cuesta mucho creer ciegamente a quien ha incumplido sistemáticamente sus promesas electorales. Por otro, la beatífica indulgencia que Rajoy está derrochando con Ana Mato sugiere que el corporativismo entre correligionarios sigue siendo un factor decisivo a la hora de afrontar los casos de corrupción. Y por último, la confirmación sobre la veracidad de diversos apuntes de Bárcenas por parte de los propios implicados hace acrecentar la sensación de verosimilitud.

Puesto que todavía nos encontramos en una fase de creencias abstractas, de fe demandada por los propios implicados, de opiniones personales basadas en la mera intuición, me atreveré a compartir humildemente las mías. ¿Circula dinero B en el seno del Partido Popular? Por supuesto, como en casi todos. ¿Los milagrosos ingresos de Bárcenas proceden mayormente de “aportaciones” opacas de constructores y contratistas privilegiados en los concursos públicos? No tengo la menor duda. ¿Son auténticos los papeles publicados por El País? Rotundamente no.

Frente a quienes ponen la mano en el fuego por la honestidad de Rajoy, en mi caso carezco de información suficiente para jugarme la epidermis por el presidente del gobierno. Aun así, estoy convencido de que los pagos registrados en la presunta contabilidad B en favor del líder del PP son falsos. ¿Por qué? Pues porque su importe resulta ridículamente pequeño, y me explico. Condenando todas estas actitudes, puedo llegar a entender que un tipo como Bárcenas trapicheara con fondos para embolsarse varias decenas de millones de euros, o que Urdangarín acaparara cantidades similares al creer en el contagio de impunidad por vía colateral, o que la red marbellí se la jugara en el trapecio judicial para hacerse con tres mil millones de euros… Lo que nunca entrará en mi cabeza es que un registrador de la propiedad que aspira a vivir en la Moncloa esté dispuesto a pringarse por dos mil quinientos euros al mes. Absurdo. En mi opinión, o bien la contabilidad B que ha salido a la luz pretende ocultar una contabilidad C con más ceros, o bien alguien –probablemente cercano- intenta hacerle la cama al presidente del gobierno.

En cualquier caso, la pestilencia que desprenden nuestros principales partidos amenaza con derrumbar el sistema en el peor de los contextos posibles. ¿Solución? Los médicos no suelen curarse a sí mismos, por lo que resulta perentorio exigir a los tribunales una resolución rápida y contundente al escándalo. Contar con Eduardo Torres-Dulce al mando de la fiscalía debería concedernos un atisbo de esperanza, aunque nunca debemos minusvalorar el poder de las cloacas del Estado.

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