Un último esfuerzo


Publicado en el Diari de Tarragona el 8 de enero de 2013



Estas últimas semanas han abundado las felicitaciones navideñas que repetían bienintencionadamente toda suerte de mensajes churchillianos destinados a elevar la moral de la sufrida tropa que pelea a la desesperada en la guerra mayormente incruenta que libramos desde hace un lustro. La épica se ha adueñado de las redes sociales y los tarjetones nevados, demostrando que este año lo mejor que podíamos ofrecernos unos a otros era ese rayo de esperanza para no bajar los brazos antes de tiempo. Esperemos que con el paso de los meses podamos confirmar que esos soplos de optimismo de la buena gente que nos quiere hayan servido para sacar lo mejor de nosotros mismos en estos turbulentos momentos de incerteza. Todos somos conscientes de que ya no nadamos en el Mar Muerto y que si dejamos de bracear nos hundiremos sin remedio, pero precisamente por eso conviene que de vez en cuando alguien nos recuerde que aún tenemos fuerzas para alcanzar la orilla. ¿A qué distancia está la playa? Ese es otro cantar… Ya sabemos que no afrontamos la Guerra de los Seis Días, pero esperemos que tampoco sea la de los Cien Años.

Reconozco que me cuesta más digerir pacíficamente estas llamadas a la lucha abnegada cuando provienen de personajes directamente involucrados en las causas del drama o en la lentitud que está caracterizando el camino hacia el armisticio. Sinceramente, me revuelve las tripas escuchar a determinados líderes políticos obsequiándonos por televisión con discursos dignos del día de San Crispín. ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de perseverancia cuando han sido incapaces de diseñar una ruta coherente hacia el final de la crisis? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de fijar metas ambiciosas cuando, después de conceder a la banca decenas de miles de millones de euros, apenas se ha reactivado el flujo de crédito necesario para la supervivencia de nuestras pymes? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de responsabilidad cuando en este país jamás dimite ningún político, salvo que la alternativa sea el cese fulminante o la inhabilitación judicial? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de austeridad cuando sigue siendo imposible que el sector público se someta a una necesaria cura de adelgazamiento proporcional a la escabechina que se está produciendo en el mundo privado? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de productividad cuando todos conocemos las estructuras y procedimientos decimonónicos que caracterizan a nuestra torpe y cansina administración? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de excelencia cuando los usuarios de la sanidad pública tenemos constancia de que el servicio que se nos ofrece comienza a poner en peligro nuestra salud pese a los denodados esfuerzos del personal sanitario? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de laboriosidad cuando los pillamos en el parlamento jugando a videojuegos con las tablet que les hemos pagado entre todos nosotros? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de iniciativa emprendedora cuando nos están ahogando fiscalmente para mantener la superestructura institucional y burocrática que montaron alocadamente durante los años de bonanza? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de perspectiva histórica cuando jamás logran diseñar normativas de base que soporten la alternancia política? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de luchar por mejorar nuestra imagen exterior cuando sus actuaciones, por torpeza política o por prioridades ajenas a la crisis económica, ponen permanentemente en cuestión la estabilidad de nuestra economía? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de la importancia de la formación cuando llevan meses recortando la enseñanza pública y estrangulando económicamente la concertada? ¿Cómo pueden ustedes hablarnos de hacer piña cuando la clase política apenas se pone de acuerdo en nada, salvo para mejorar sus condiciones de trabajo o asegurar la continuidad en el sillón? La verdad, a estas alturas de la película se me hace difícil soportar más mensajes institucionales del comandante Saito invitándonos a trabajar con alegría: antes de sermonear, aplíquense el cuento.

Al margen de las enervantes arengas de estos bomberos pirómanos, cómplices del desaguisado, lo cierto es que nos enfrentamos a un año sumamente problemático (dificultad para encontrar empleo, clausura de negocios, encarecimiento de servicios básicos, nuevos despidos, precarización del trabajo…) pero que no puede ser afrontado asumiendo la derrota personal por adelantado. Vivimos una crisis poliédrica donde el factor confianza supone una variable fundamental: la lógica incertidumbre social favorece una reducción en el consumo, lo que causa el cierre de muchas de nuestras empresas por falta de facturación, cuya consecuencia directa es el despido masivo de trabajadores, que a su vez completa el ciclo disparando el temor ante el futuro. El miedo no es sólo el efecto de la crisis sino sobre todo un factor de retroalimentación. Por ello tiene más sentido que nunca apelar a la esperanza como medio para superar con prontitud las actuales dificultades. No se trata de recurrir ingenuamente a un placebo ilusorio, pues casi todos los expertos coinciden en que dentro de un año comenzaremos a ver tierra en el horizonte. Debemos convencernos de que está en nuestra mano acelerar la superación de este escenario: analicemos nuevas vías de negocio, formémonos eficazmente, consumamos en la medida de nuestras posibilidades, apoyemos las iniciativas de solidaridad, y seamos más exigentes con las autoridades que pueden evitar que algunos sean abandonados a su suerte. Tras cinco años navegando contra viento y marea, la lejana silueta de la costa debería incentivarnos para echar el resto durante estos últimos meses de travesía. No tendría ningún sentido dejarnos vencer a escasos metros de la orilla.

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