La asfixia


Publicado en el Diari de Tarragona el 20 de enero de 2013



Hace unos pocos días, en el transcurso de una entrevista radiofónica, el President de la Generalitat se quejó airadamente por la escasa colaboración que las autoridades españolas están prestando al Govern para cuadrar sus cuentas públicas: “nos están asfixiando, van a saco”. Probablemente Artur Mas tenga razón al atribuir al ejecutivo central un escaso sentido de la justicia y la proporcionalidad cuando hace recaer en las comunidades autónomas el grueso del recorte presupuestario exigido por Bruselas, mientras se reserva para sí mismo un ajuste mucho más liviano: ya se sabe, el que reparte se lleva la mejor parte. Del mismo modo, es más que razonable que los gobiernos autonómicos exijan a Moncloa que una eventual relajación de las condiciones comunitarias tenga su reflejo en una mejora de los criterios de austeridad impuestos a sus respectivas administraciones. Qué menos.

Sin embargo, esta protesta autonómica da pie a cuestionar la forma ligeramente pueril de ver la realidad que parecen demostrar determinados líderes políticos. Una de las características más identificativas de la primera infancia es la carencia de una visión global de las cosas, la ausencia de un cierto grado de empatía que se adquiere con los años y que permite situar nuestra realidad personal en un contexto más amplio, identificando las causas y los efectos de nuestras vivencias. Si un bebé quiere comer, berreará con la perseverancia de un comercial de telefonía hasta lograr su objetivo (y hace bien), y le importará igual de poco la causa por la que la comida tarda en llegar como el hecho de que su lloro pueda interrumpir la siesta de la abuela: él quiere su biberón y punto. Algo parecido les sucede a determinados políticos que sólo parecen atender a sus propios problemas, mostrándose escasamente capacitados para analizar con objetividad la génesis de lo que les sucede, y peor aún, demostrando una más que dudosa empatía hacia los destinatarios de sus propias decisiones. Dicho de otro modo, estamos rodeados de dirigentes que no dejan de patalear por las estrecheces de su particular institución, sin encuadrar el asunto en el marco causal que lo genera y obviando la posibilidad de estar ellos mismos cometiendo errores semejantes o aún peores.

Mucho se ha comentado sobre este último aspecto. Asombra que reclame un justo reparto del dinero público quien decide dedicarlo a las selecciones catalanas de twirling, korfball o fistball mientras sigue pendiente la factura farmacéutica, o quien parece considerar que el Conde de Godó merece ser subvencionado antes que nuestra agonizante escuela concertada. Tampoco se carga de razones quien basa su estrategia para la captación de fondos en meter constantemente el dedo en el ojo a quien tiene la sartén presupuestaria por el mango, priorizando cuestiones identitarias cuando está en juego la supervivencia del tejido productivo que da de comer a nuestras familias. El presidente de la principal patronal catalana, Joaquim Gay de Montellà, ha aportado esta semana un toque de cordura en el debate, destacando que no estamos en situación de dividir a la sociedad, de provocar choques de trenes institucionales, ni de reventar la legalidad vigente: es el momento de actuar con sensatez para evitar que nuestro declive económico devenga irreversible.

Por otro lado, convendría que nuestros gobernantes fueran capaces de transmitir el estado de las cosas desde una perspectiva completa, aunque ello perjudique sus estrategias partidistas: vivimos un estrangulamiento en cascada que convierte en reduccionista cualquier enfoque particular. Por poner un ejemplo, los ciudadanos de Tarragona nos quejamos porque el alcalde ha decidido colorear las plazas de aparcamiento de media ciudad con un afán evidentemente recaudatorio. Sin duda nuestro consistorio no tiene más remedio que tomar esta medida pues la Generalitat debe aún 16 millones de euros al ayuntamiento. Dicha deuda podría ser satisfecha si el Estado pagase las cantidades pendientes al Govern de acuerdo con el Estatut vigente, por mucho que la sentencia del TC minimizara la efectividad jurídica de la disposición adicional tercera. El problema es que el gobierno central no puede aportar dicha suma sin comprometer los requerimientos de solvencia impuestos desde Bruselas. Y, por último, las autoridades europeas difícilmente variarán significativamente la hoja de ruta mientras Ángela Merkel siga reinando en Berlín. Es decir, que todos estrangulan y todos son estrangulados… salvo dos: el electorado alemán que sólo ahoga y los ciudadanos del sur europeo que sólo son ahogados.

La posición germánica tiene su fundamento. Desde su perspectiva, el lobo de la crisis tumbó de un soplido la cabaña de paja del cerdito Manolo, quien salió corriendo para pedir ayuda a su amigo Laurent. En cuanto la construcción de madera comenzó a resquebrajarse, ambos huyeron hacia la mansión de ladrillo del cerdito Klaus. Lamentablemente, a diferencia de lo que sucede en la inocente fábula original, en este cuento el trabajador infatigable se está resistiendo a abrir la puerta a los amantes de la siesta. Insisto: no dudo de que nuestros dirigentes locales y autonómicos tienen motivos para reclamar un reparto más equitativo de los ajustes derivados de la crisis, pero la asfixia no remitirá hasta que los votantes alemanes se convenzan de que la ruina del sur puede perjudicarles también a ellos. Eso es lo que defiende el Instituto Alemán de Macroeconomía y Estudios Coyunturales (IMK) en su último estudio. Ojala consigan convencer a la canciller.

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