El reverso de la buena suerte

Publicado en el Diari de Tarragona el 8 de julio de 2012


La histórica Casa Floixà, un palacio renacentista situado en pleno casco antiguo de Tarragona, se desplomó como un castillo de naipes durante la madrugada del pasado jueves, arrojando toneladas de escobros sobre la habitualmente transitada calle Cavallers. El edificio había sido habitado durante los últimos años por un único y problemático inquilino, viejo conocido de todos los que, por un motivo u otro, circulamos habitualmente por el lugar. Casualmente, esta persona fue hallada muerta esta misma semana, lo que tras el derrumbe provocó abundante rumorología urbana al respecto. El penoso mantenimiento de este magnífico inmueble del siglo XVI sugería desde hacía tiempo que el colapso llegaría un día u otro. De hecho, el ayuntamiento había urgido sin éxito a sus propietarios para solucionar los problemas estructurales de la construcción, tal y como declaró el propio alcalde en una rueda de prensa tan necesaria como insuficiente.

Para empezar, me gustaría poner el acento en las explicaciones ofrecidas por el consistorio. Por lo visto, nuestros máximos representantes locales consideran que el mero hecho de haber instado a la propiedad a emprender las reformas necesarias les exculpa de cualquier responsabilidad en este gravísimo acontecimiento. Siento no compartir esta opinión. Se trata de un asunto que afecta de lleno a la seguridad de los ciudadanos y, colateralmente, a la preservación del patrimonio histórico de la ciudad. ¿Acaso el ayuntamiento no dispone de medios jurídicos coactivos para evitar que la negligencia de un individuo ponga en peligro la integridad física de sus conciudadanos? ¿Acaso las instituciones públicas no nos tienen ya acostumbrados al uso de procedimientos contundentes para salirse con la suya cuando se trata, por ejemplo, de cobrar sus impuestos? ¿Tiene algo que ver esta dejación de responsabilidades con la notoriedad política y social de algunos de los propietarios de los palacios de la Part Alta? ¿Piensa el consistorio seguir observando desde la barrera cómo los ciento cincuenta edificios ruinosos de la ciudad se desploman ante sus ojos?

En segundo lugar, convendría destacar que gran parte de los inmuebles en mal estado que constan en el listado elaborado por el propio ayuntamiento tienen un valor arquitectónico incalculable. Corresponde a las administraciones velar por el mantenimiento de este legado cultural que lleva siglos formando parte del patrimonio artístico colectivo. Visto lo visto, deberíamos preguntarnos si nuestra clase política dispone de un plan para llevar a cabo esta ingente tarea. Y que conste que no debería responsabilizarse de lo sucedido al actual gobierno municipal en exclusiva: un palacio con cinco siglos de antigüedad no se viene abajo por un mantenimiento insuficiente durante los últimos cinco años.

Y por último, lo más importante. Debemos dar gracias a Dios porque la Casa Foixà eligiera la madrugada del jueves para inmolarse. Este mismo suceso, de haber acaecido durante el día, habría acarreado víctimas mortales sin la menor duda: vecinos, turistas… No digamos ya si el derrumbe se hubiera producido una tarde del curso escolar: el alud de piedra arrojado por el palacio cayó a las puertas del Conservatorio de la ciudad, un lugar permanentemente ocupado por niños y jóvenes que entran y salen de sus clases de música de forma continuada. ¿Qué rueda de prensa habría dado el alcalde si estuviésemos hablando de tres o cuatro menores fallecidos? ¿Se habría conformado diciendo que ya habían avisado a los propietarios del mal estado del edificio? ¿Acaso la noticia sobre el desmoronamiento viajaría directamente a la hemeroteca en unos pocos días, como probablemente sucederá gracias a un simple golpe de suerte horario?

Vivimos inmersos en una sociedad inconsciente y olvidadiza, que valora los riesgos por sus resultados efectivos y no por su peligrosidad potencial. La buena fortuna que hemos disfrutado esta semana no será asumida como una relativamente inocua oportunidad de mejora, sino como un anestésico que ocultará el problema hasta la próxima ocasión. ¿Nadie recuerda ya el derrumbe de la muralla romana junto al Arquebisbat? Habitamos un entorno político y social preadolescente, que da gracias al Cielo cuando un grave accidente no tiene consecuencias, y sigue la vida como si nada hubiera pasado. Los efectos letales de los edificios ruinosos de nuestra ciudad serían los mismos si la Casa Foixà se hubiera llevado por delante la vida de un grupo de transeúntes… pero como no ha pasado nada, pelillos a la mar.

Ya que los dueños de estos inmuebles parecen no ser conscientes de las amenazas que imponen a sus vecinos, esperemos que nuestras autoridades tomen cartas en el asunto con la misma eficacia y determinación que suelen mostrar en asuntos más lucrativos. Inspecciones, multas, expropiaciones… lo que haga falta para conseguir que un paseo por el casco antiguo de Tarragona deje de ser una ruleta rusa. Señores políticos, piensen en lo que podría haber sucedido en la calle Cavallers, piensen en lo que habrían dicho a las familias para consolarlas, piensen en las conclusiones de la investigación que se habría encargado si la suerte no nos hubiera sonreído… y actúen en consecuencia. Y por favor, dejen de decir que han hecho todo lo que estaba a su alcance: pónganse manos a la obra, ya.

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