El busto


Publicado en el Diari de Tarragona el 1 de julio de 2012


La pasada semana, el Ayuntamiento de Tarragona decidió gastar más de 12.000 euros de su presupuesto en la adquisición de un busto del president Mas, siguiendo una antigua costumbre de esta institución local. Después de aprobarse la propuesta en el pleno con la única oposición de Arga Sentís, representante de ICV, una creciente movilización ciudadana ha obligado al Consistorio a recular, aplazando sine die la compra de la escultura. En mi opinión, este incidente requiere ser analizado desde una doble vertiente: por un lado, ¿cuál es la causa que inhabilita a casi todos nuestros concejales para detectar el grado de provocación que habría supuesto un gasto de este tipo en las actuales circunstancias?, y por otro, ¿cómo debe valorarse la rectificación del alcalde?

Suele decirse que una de las virtudes que todo político debería atesorar consiste en ser capaz de distinguir lo importante de lo urgente. Con más razón, cualquier representante público debería estar en condiciones de diferenciar lo importante y lo urgente de todo lo demás. En efecto, encargar con dinero público un busto a la mayor gloria del president de la Generalitat constituye en estos momentos un error de una torpeza escandalosa. Sin ir más lejos, una encuesta recientemente publicada por este mismo diario constataba que el 93% de los consultados rechazaba la iniciativa, y lo que me asombra no es la abrumadora mayoría que respalda la marcha atrás, sino el perfil de ese 7% que considera razonable este dispendio. Supongo que abundarían los ciudadanos ajenos o insensibles a los despidos en el ayuntamiento, junto con individuos acomodados que apenas notan en su ritmo de vida el sensible aumento de los impuestos municipales, también algunos usuarios habituales de la sanidad y la educación privadas que no perciben los drásticos recortes en estas áreas, quizás algunos militantes activos de determinadas formaciones políticas cuya ciega fidelidad partidista les impide criticar los actos de sus dirigentes…

Todos sabemos que estamos hablando del chocolate del loro, pero la cuestión no es cuantitativa sino cualitativa (puede que los 25 euros que cuesta un Cohiba no supongan una suma importante, pero nadie entendería que el alcalde se comprase uno con cargo a las arcas públicas para fumárselo en el balcón de la plaza de la Font). Todos sabemos que es un tema que favorece la demagogia, pero esta circunstancia no debería servir para convalidar una decisión a todas luces censurable (también se hizo mucha demagogia con los trajes de Camps, lo que no evitó su dimisión). Todos sabemos que no nos encontramos ante un caso de enriquecimiento personal, pero las instituciones tienen la obligación de velar para que nuestro dinero se dedique a las necesidades prioritarias de la comunidad, ahora más que nunca (no hay constancia de que la construcción del AVE a Albacete supusiera un beneficio económico para ningún político, pero eso no reduce la responsabilidad de los que decidieron aprobar semejante fiasco).

La decisión de la semana pasada nos obliga a preguntarnos hasta qué punto viven nuestras autoridades con los pies en el suelo. ¿Acaso no fueron capaces de prever el rechazo social que conllevaría este anuncio? ¿Carecen de cauces para tomar el pulso a la calle? ¿Por qué no utilizan el Senat Tarragoní como medio para aproximarse a la ciudadanía no involucrada directamente en política? ¿No tienen colaboradores a su alrededor que puedan transmitirles el estado de ánimo de la población? Esta última cuestión nos adentra en el interesante mundo de los asesores, un colectivo cuya necesaria labor debería servir para aportar a sus jefes la información y conocimientos de los que carecen. Mucho me temo que no son pocas las altas instancias de nuestro entorno (ya sea político, eclesiástico, económico…) rodeadas de una camarilla de lacayos que prefieren transmitir a sus superiores lo que éstos prefieren oír, antes que asumir la difícil tarea de cantarles las cuarenta, caiga quien caiga. Lo que nunca sabremos es si esta circunstancia es fruto del carácter tiránico o narcisista del superior (incapaz de agradecer el servicio de aquellos que cuestionan honestamente sus decisiones), del cobarde sentido de la supervivencia de los propios asesores (convencidos de que su puesto peligra si muerden la mano que les da de comer), o de una combinación de ambas (lo más probable).

En cualquier caso, acostumbrados como estamos a las meteduras de pata políticas, lo más llamativo del caso ha sido la fulminante marcha atrás del alcalde, que ha trasladado el debate a las motivaciones de dicho cambio de opinión: puede que los argumentos esgrimidos por los ciudadanos críticos le hayan convencido de su error (en cuyo caso, debe alabarse la capacidad de rectificación del primer edil) o bien puede que esta nueva postura haya sido exclusivamente fruto del pánico a la impopularidad (en cuyo caso, daría la razón a aquellos que le consideran un líder pusilánime, entregado al buenismo populista). Supongo que habrá que concederle el beneficio de la duda, y felicitarle por una rectificación rápida y acertada. Ya habrá tiempo para comprar el dichoso busto de Artur Mas, cuando la situación general mejore y la ciudad no sienta este gesto como un insulto. Celebremos pues que, por una vez y sin que sirva de precedente, la nítida voz de la ciudadanía se haya impuesto al poder de los partidos y no al revés.

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