Celebrando un fracaso


Publicado en el Diari de Tarragona el 10 de junio de 2012


En el actual marco de austeridad, podríamos definir el término “recorte” como la medida política de carácter excepcional que cualquier institución pública se ve obligada a tomar para rebajar sus gastos o incrementar sus ingresos de forma sensible y urgente. En este capítulo cabría incluir la reducción de prestaciones sociales, el aumento de las tasas requeridas para disfrutar de determinados servicios públicos, el tijeretazo en las plantillas que realizan dichas tareas, etc. Las protestas que se han multiplicado por toda nuestra geografía demuestran que la determinación de las prioridades que debe satisfacer el aparato público está lejos de lograr la unanimidad ciudadana, aunque las encuestas certifican que la sociedad ha asumido responsablemente que apretarse el cinturón no es una opción sino una necesidad: no se puede pagar lo que no se tiene. En el ámbito de las infraestructuras, nadie en su sano juicio aspira al mantenimiento del ritmo inversor de la pasada década, y el objetivo se centra en identificar aquellos equipamientos que deben anteponerse por su potencial dinamizador para la actividad económica o por la ineludible necesidad social de los mismos. Durante años hemos soñado con determinadas obras en nuestro territorio que probablemente no verán la luz en muchos años, o si la ven, lo será en una magnitud infinitamente más modesta de la prevista originariamente. Probablemente, reducir el alcance de dichas inversiones sea una buena decisión -a la fuerza ahorcan- pero a nadie se le ocurriría alegrarse por ello. Esta reflexión, que parece evidente, no siempre tiene su reflejo en nuestra vida social.

Hace justamente un año, las fuerzas políticas de Tarragona se reunieron en el Palau de Congresos para analizar el futuro ferroviario de la ciudad. Como conclusión de dichos encuentros, la totalidad de nuestros representantes acordaron la necesidad de compatibilizar la necesaria salida de ancho europeo para las mercancías del puerto con el antiguo objetivo de liberar nuestra fachada marítima de las vías que nos separan del mar. Todos los presentes coincidieron en considerar idóneo el diseño del Corredor del Mediterráneo para aunar ambas metas, de acuerdo con el plan bendecido por la Unión Europea. Con el paso de los meses, la industria química y el Port plantearon la conveniencia de aparcar este proyecto para conformarse con un plan más rápido y barato, el llamado “tercer fil”, que añadiría un nuevo raíl al actual trazado de costa. Poco a poco, todas las formaciones políticas cambiaron de bando en una llamativa rendición a los intereses inmediatos de las químicas, dejando la defensa numantina de la fachada marítima en manos de un solitario PP local. Finalmente, hace unas pocas jornadas, el gobierno de Rajoy asumió su incapacidad económica para afrontar la reforma del trazado Reus-Roda, dando luz verde al proyecto menos ambicioso auspiciado por el Port.

Nos encontramos ante un recorte de libro. Existía un proyecto respaldado por Madrid y Bruselas que compatibilizaba los requerimientos industriales con las necesidades urbanísticas y turísticas, cuya idoneidad objetiva era incluso reconocida por sus detractores, que sólo objetaban su posible tardanza por el alto coste que conllevaría. La precipitación de la crisis económica ha terminado enterrando un proyecto óptimo, que ha cedido el testigo a un plan más modesto de dudosa provisionalidad, que satisface exclusivamente los intereses de la industria, y que convierte en una entelequia la aspiración de abrirnos al mar en el corto y medio plazo. ¿Ha tomado el Ministerio una decisión acertada? Probablemente sí, qué remedio, si la alternativa era privar indefinidamente a nuestro puerto de la necesaria salida ferroviaria de ancho continental. Aun así, ¿es una noticia que merezca ser celebrada? En mi opinión, evidentemente no. Pese a tratarse de medidas responsables, ¿quién se alegra por tener que redimensionar a la baja el Complex Sant Jordi, por verse obligado a retrasar la creación del nuevo museo arqueológico, por asumir la necesidad de paralizar el proyecto del Banco de España? Se celebran las buenas noticias, no la asunción de recortes, por muy razonables que éstos sean.

Sin embargo, algunos políticos de nuestro entorno no dejan de dar saltos de alegría por la paralización del proyecto Reus-Roda. Parecen encantados con este tijeretazo en infraestructuras, mientras descorchan botellas de cava ante la perspectiva de condenar durante décadas nuestra fachada marítima. ¿Acaso se han vuelto locos? Lo dudo. Más bien, tiendo a pensar que nos encontramos ante una nueva manifestación de la política con minúsculas que ejercen algunos dirigentes locales, incapaces de ocultar su entusiasmo ante el jarro de agua fría que el Ministerio de Fomento ha derramado sobre Alejandro Fernández. Mal vamos si las rivalidades partidistas impiden a nuestros representantes distinguir la pelea política de la identificación de los grandes objetivos de la ciudad. Puede que iniciar la construcción del “tercer fil” sea la menos mala de las posibilidades que se nos ofrecen con realismo a día de hoy, pero la adolescente reacción de algunos partidos ante este recorte les define mejor que todas las campañas electorales que puedan realizar en el futuro. Pocas cosas resultan más deprimentes que contemplar a algunos de nuestros representantes celebrando una derrota evidente para los intereses globales de la ciudad, simplemente porque este fracaso colectivo les ha supuesto una pírrica victoria partidista.

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