Las razones de una huelga


Publicado en el Diari de Tarragona el 18 de marzo de 2012

Las principales organizaciones sindicales españolas han anunciado una huelga general para el próximo día 29 de marzo, coincidiendo con la convocatoria realizada semanas atrás por los sindicatos vascos en contra de la última reforma laboral. A falta de dos semanas para el paro, el nivel de seguimiento previsto sigue siendo todo un misterio, pues son varios y muy diversos los factores que pueden afectar a la movilización.

Por un lado, existen sobrados motivos anímicos y laborales para prever que la huelga termine siendo secundada de forma masiva. El éxito de cualquier acto de protesta es directamente proporcional al nivel de desesperación de las personas llamadas a respaldarlo, y en ese sentido, jamás se ha convocado una movilización con un caldo de cultivo tan adecuado: más de cinco millones de parados, cientos de miles de nuevos despidos cada mes, los dirigentes de la Unión Europea sometidos a los dictados e intereses de Alemania, millones de hogares en los que ningún miembro tiene trabajo, cientos de miles de familias que han perdido sus ahorros con las participaciones preferentes, número exponencialmente creciente de parados que han agotado el subsidio de desempleo, constantes informaciones sobre el modo en que se ha dilapidado el dinero público durante los últimos años… ¿Alguien da más? Si un trabajador no barrunta actualmente la necesidad interior de tomar las calles, jamás en su vida percibirá esa sensación.

Por si fuera poco, el Congreso acaba de aprobar una reforma laboral que echa por tierra décadas de conquistas sociales: facilidades en el despido por causas objetivas, abaratamiento del improcedente, posibilidad de descolgarse de los convenios sectoriales, libertad del empresario para alterar las condiciones de trabajo… Para colmo, el gobierno ha hecho trampas argumentales a la hora de defender esta nueva normativa. Según el ejecutivo, los empresarios no se atreven actualmente a contratar a nuevos trabajadores por miedo a que, si finalmente la jugada sale mal, acaben pillándose los dedos en una ciénaga de juicios e indemnizaciones. Por ello, la simplificación y abaratamiento del despido puede ser una medida eficaz para animar a los emprendedores a crear nuevas empresas, motivando también a las compañías ya existentes para que emprendan ampliaciones de personal. Los responsables del Ministerio de Trabajo han conseguido elaborar una novela enternecedora, ciertamente, aunque todo el razonamiento se viene abajo desde el mismo momento en que la reforma no se limita a regular los nuevos contratos, sino que también facilita el despido de los trabajadores ya existentes. El verdadero objetivo de esta ley es echar una mano a las empresas que desean despedir a sus trabajadores, ya sea para reducir personal o para sustituirlos por otros más baratos, con el fin de que estas compañías logren sobrevivir a la crisis y puedan crear nuevos puestos de trabajo a medio plazo. Nos encontramos ante unas medidas perfectamente defendibles en una situación crítica como la actual, pero un gobernante debería tener el valor de llamar a las cosas por su nombre. ¿Por qué reconocen que esta nueva regulación no va a mejorar las cifras del paro durante los próximos meses? Pues porque saben perfectamente que la reforma va a provocar una purga (quizás imprescindible) en las plantillas de miles de empresas a corto plazo.

Sin embargo, existen muchos factores que invitan a cuestionar la procedencia de la huelga. En primer lugar, puede que esta drástica reforma laboral sea la única respuesta posible para salvar nuestro agonizante tejido productivo. Así lo piensa una gran mayoría de ciudadanos, que sigue respaldando en todas las encuestas la poco agradecida labor de la Moncloa. Por otro lado, no falta quien sospecha que esta convocatoria puede acabar siendo una mera justificación estéril y contraproducente de nuestro decadente sindicalismo de abrevadero. Estéril, porque nadie apuesta un céntimo a que el gobierno vaya a modificar una sola coma de la reforma (Rajoy contaba de antemano con una huelga general, tal y como reconoció al primer ministro finlandés, Jyrki Katainen, ante una indiscreta cámara de televisión). Y contraproducente, porque la crisis que padecemos tiene mucho que ver con la credibilidad de nuestra economía en el exterior (una imagen pre-griega del país podría resultar demoledora para nuestras expectativas de salir pronto del pozo). Sólo se conseguirá que miles de trabajadores pierdan un día de su salario, en el peor momento posible, dando un balón de oxígeno a unas centrales sindicales trasnochadas y crecientemente cuestionadas, que viven pastando del erario público en uno de los países con menor nivel de sindicación de todo occidente. Según todas las encuestas, las organizaciones teóricamente llamadas a defender los intereses de los trabajadores son paradójicamente una de las instituciones peor valoradas en nuestro sistema, y sus dirigentes temen que este desprestigio galopante pueda afectar al seguimiento de la convocatoria. Por ello, hay quien aventura que los piquetes serán especialmente contundentes, en esta ocasión, a la hora de informarnos sobre nuestro derecho a secundarla. Ciertamente, hay pocos argumentos más convincentes que un bate de beisbol o una luna rota para invitarnos a reflexionar sobra la necesaria defensa de nuestro modelo social... Afortunadamente, durante los últimos años, la libertad de huelga ha logrado una protección sin precedentes en nuestro país: quizás ha llegado la hora de que los poderes públicos defiendan también la libertad de no secundarla.

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