Donde dije digo...

Publicado en el Diari de Tarragona el 8 de enero de 2012

El Consejo de Ministros del pasado día 30 consiguió atragantar las uvas a la mayor parte de los españoles, incluidos varios millones de votantes populares. Todos habíamos asumido que la tutela de Frau Merkel sobre el nuevo ejecutivo español supondría que las políticas de austeridad iban a primar sobre las medidas anticíclicas de reactivación económica, y para cuadrar los números sólo había dos opciones: aumentar los ingresos o reducir los gastos. Los portavoces económicos populares habían amenazado hasta la saciedad con una devastadora plaga bíblica si se elevaba la presión fiscal, lo que sugería una urgente y osada batería de reformas estructurales que limitasen el desbocado gasto público. Contra todo pronóstico, el nuevo ejecutivo tardó una semana en echar por tierra sus promesas, estrangulando fiscalmente a las familias en su momento más crítico. Para este viaje no hacían falta alforjas… Por si fuera poco, la reforma mantenía intacto el privilegiado trato fiscal a las grandes fortunas, que apenas cotizan vía IRPF e IBI, volcando el peso de la crisis sobre las clases medias asalariadas. La reacción ciudadana no se ha hecho esperar, y mientras unos se lamentan (yo no voté a Rajoy para esto) otros se mofan (mira, los que no iban a subir impuestos). En un intento por justificar semejante jarro de agua fría, el ejecutivo ha achacado la sorpresiva medida a un abultado déficit oculto en las cuentas públicas.

Preguntas: ¿Acaso los dirigentes populares desconocían la afición de ZP por maquillar las cifras a su conveniencia? ¿No llevaban siete años tachando de irreales las previsiones macroeconómicas del gobierno socialista? ¿Fue casualmente ésta la primera vez que las creyeron? ¿Tampoco escucharon a los cientos de analistas que auguraron desde el verano un desfase superior al 8%? ¿Cómo pudo pillarles el dato por sorpresa, cuando la mayor parte de este déficit proviene de las comunidades autónomas, mayoritariamente controladas por el PP desde mayo? ¿Acaso conocían la realidad pero prefirieron jugar la baza populista de la contención fiscal para arañar unos votos? ¿Cómo es que la Intervención General del Estado no dijo nada hasta ahora? ¿No deberían exigirse responsabilidades a los servicios estatales de auditoría que, precisamente, están ahí para evitar situaciones como ésta? ¿Cómo es posible que una quiebra esencial del programa electoral popular sea despachada en una rueda de prensa rutinaria de la vicepresidenta del gobierno? ¿Acaso no se trataba de un asunto lo suficientemente grave para que hubiese sido el propio Rajoy el que diera la cara? ¿Cómo se justifica este sablazo a las escuálidas economías familiares sin antes agotar todas las posibilidades de reducir el derroche público? ¿No se les cayó la cara de vergüenza cuando decidieron apretar las clavijas a millones de españoles mientras garantizaban el 80% de las subvenciones a sindicatos, patronales y partidos políticos? ¿Acaso desconocen que, en los países de nuestro entorno, estas organizaciones se mantienen con las cuotas de sus afiliados y los sustanciosos sueldos de sus cargos públicos? ¿A qué gobierno presuntamente liberal se le ocurre imponer más sacrificios a sus extenuados ciudadanos, cuando las duplicidades institucionales suponen un gasto seis veces mayor de lo que se va a ingresar con el rajoyazo? ¿Cómo se explica que un ejecutivo destinado a afrontar una de las mayores crisis financieras del último siglo, reparta las competencias económicas entre cuatro ministerios diferentes? ¿Dónde se ha escondido Rajoy, supuesto encargado de llevar la batuta en estos asuntos, incapaz de poner orden en su gabinete sobre las diferentes cifras de déficit o la posible subida del IVA? ¿Qué ha sido de esa imagen de seriedad, coherencia y previsibilidad que el presidente quería otorgar al nuevo ejecutivo, para poder así plantar cara a los ataques de los mercados y justificar ante los ciudadanos medidas de extrema dureza? ¿Dónde cree el PP que ha ido a parar todo ese caudal de ilusión y confianza que había acumulado durante los últimos meses, tras incumplir una de sus promesas más señaladas a los pocos días de acceder al poder? ¿Se habrían atrevido a aprobar semejante asalto fiscal si el PSOE no estuviese en estado catatónico? ¿Qué fiebre tifoidea ha provocado que Rajoy inicie su plan de saneamiento metiendo la mano en nuestros bolsillos, después de haber pregonado por activa y por pasiva que el equilibrio de las cuentas públicas se lograría adelgazando el Estado? ¿Acaso, nada más pisar los salones de la Moncloa, ha sido súbita y simultáneamente poseído por los espíritus del prepotente Aznar y el bipolar ZP?

Esperemos que el proyecto económico del gobierno retorne lo antes posible a la senda prometida: acabar con los gastos prescindibles de la administración, privatizar las empresas cuya adscripción al sector público no tenga justificación, reducir el volumen (y el número, añado yo) de nuestras instituciones, eliminar las trabas burocráticas que asfixian la actividad económica, minorar drásticamente las subvenciones inexplicables o contraproducentes… El hecho es que ya nos han colado otro nuevo gol electoral que demuestra lo que pintamos los ciudadanos una vez depositada la papeleta en la urna: más o menos, lo mismo que vale la palabra de un político en campaña.

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