Tradicionalistas y liberales



Publicado en el Diari de Tarragona el 13 de agosto de 2023


La cara visible de Vox en el Congreso, Iván Espinosa de los Monteros, ha anunciado esta semana su decisión de abandonar la primera línea política para volver al sector privado. En su comparecencia del pasado martes, alegó “motivos personales y familiares” para dar este paso atrás, ejemplificados en la edad de sus padres y de sus hijos, aunque a nadie se le escapa que la posición ideológica que defendía en el seno de la formación de extrema derecha estaba siendo arrinconada desde hacía tiempo por la nueva cúpula dirigente.

En efecto, los que conocen las interioridades de Vox sostienen que el antiguo portavoz en la Cámara Baja encarnaba el ala más liberal del partido, con referentes políticos como la primera ministra británica Margaret Thatcher o el presidente estadounidense Ronald Reagan, que se asienta en principios como la intervención mínima estatal en el ámbito económico o el escaso interés por inmiscuirse en la moral individual de los ciudadanos. Frente a este modelo, en Vox coexiste un sector de perfil más conservador, impulsado por el vicepresidente de Acción Política, Jorge Buxadé, que defiende exactamente lo contrario: un Estado fuerte, omnipresente y paternal, con tendencia a la exaltación patriótica y el proteccionismo económico, orientado a la recuperación de un esquema de valores tradicionales entre la ciudadanía. En ese sentido, esta corriente se aproxima más a dirigentes como Giorgia Meloni (Hermanos de Italia), el polaco Jarosław Kaczyński (Ley y Justicia) o el húngaro Viktor Orbán (Alianza de Jóvenes Demócratas).

¿Cómo es posible combinar ambos caminos? Pues difícilmente, aunque de hecho haya sido ésta la piedra que históricamente ha llevado en el zapato la derecha española. Podemos retrotraernos a los últimos estertores del franquismo, cuando tecnócratas aperturistas y falangistas paleolíticos pugnaban por consolidar su influencia ante el decrépito dictador. La dialéctica entre estas dos almas (adoptando la nomenclatura del PSC) también se trasladó a las primeras fórmulas electorales que implementó el espectro derechista en la recién nacida democracia. Recordemos la Alianza Popular de Manuel Fraga, el Partido Demócrata Popular de Óscar Alzaga, y la Unión Liberal de Pedro Schwartz, que a principios de los ochenta formaron una coalición más o menos estable. Esta mezcla de agua y aceite mantuvo su visibilidad casi hasta la llegada de José María Aznar, quien se hizo con el anillo de poder para dominarlos a todos, que diría Tolkien.

Pero las uniones forzadas duran lo que duran, y años después surgió Ciudadanos como partido de centro liberal que logró morder de forma significativa en la bolsa de votos popular. En sus buenos años consiguió captar un buen número de simpatizantes en el segmento joven ‘neocon’, especialmente en el ámbito urbano, que no se sentían socialistas en absoluto, pero que tampoco se identificaban con los postulados tradicionalistas. Todos conocemos la delirante trayectoria posterior del partido naranja, con un timonel beodo en el puente de mando, que terminó condenándolo a su reciente naufragio. Pero también nació Vox, con la peculiaridad de que llegaba al mundo con el germen de esta dualidad elevada a la enésima potencia. Ya no eran conservadores contra liberales, sino ultraconservadores contra ultraliberales. Y ha acabado pasando lo que tenía que pasar. Como en la cúpula del trueno de Mad Max, sólo puede quedar uno.

Resulta sorprendente esa tradición tan española de mezclar dos modelos significativamente diferentes como el liberal y el tradicionalista en un mismo saco electoral. Por ejemplo, en la izquierda encontramos a comunistas y a socialdemócratas, que han llegado a muchos pactos a lo largo de los años, pero que nadie en su sano juicio metería en un mismo partido, precisamente por defender sistemas de fondo imposibles de conciliar. Muchos países europeos mantienen una dinámica similar en la derecha, con partidos liberales y conservadores diferenciados, más allá de que colaboren con mayor o menor frecuencia. ¿Por qué no sucede esto en España? ¿Qué tienen en común un joven emprendedor del sector tecnológico con un poster de Adam Smith en su incipiente oficina, y un tipo que cuelga en su balcón la bandera española para celebrar que un torero va a marcar el rumbo cultural de su comunidad autónoma durante los próximos años? Sospecho que poco, salvo su alergia al socialismo. Probablemente, es éste el factor que explica una unión tan disonante, en un país con determinadas heridas históricas latentes y pendientes de cicatrizar de forma definitiva.

Existen teorías para todos los gustos sobre si la sepultura del sector liberal de Vox representa una buena o mala noticia para el PP. Para algunos, los populares deberían celebrar este cisma, pues puede significar el comienzo del fin del experimento ultra en España, con el regreso a Génova del segmento menos radical de la formación de extrema derecha. Sin embargo, otros analistas consideran que la dimisión de esta semana puede permitir a Vox quitarse de encima el peso muerto que lo alejaba de otros movimientos similares de ámbito europeo, más alineados con el conservadurismo patriótico estatalista y populista que con el liberalismo económico globalizante. La propia Jean-Marie Le Pen, astuta como pocas, lleva un tiempo ampliando su base en los barrios franceses más humildes, donde conviven de forma frecuentemente compleja las familias locales más desfavorecidas con grandes bolsas de población foránea, conformando un caldo de cultivo óptimo para que los mensajes de seguridad pública, identidad nacional, proteccionismo económico y rechazo a la inmigración suenen ciertamente atractivos. Algo parecido está sucediendo en nuestro entorno.

El tiempo dirá si este enfoque nítidamente tradicionalista de Vox acaba forzando su definitiva desaparición, o si, por el contrario, permite la compactación y reforzamiento de un sector suficiente de votantes que consolide un suelo electoral a tener en cuenta a medio y largo plazo.

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