Fortitudine vincimus


Publicado en el Diari de Tarragona el 13 de marzo de 2022


Hace aproximadamente un mes, los integrantes del proyecto sudafricano Endurance22 partieron a bordo del SA Agulhas II, desde Ciudad del Cabo hacia las costas de la Antártida, con el objetivo de localizar los restos del mítico rompehielos que daba nombre a la misión. El barco de 1912 había sido encargado por Adrien de Gerlache a los astilleros noruegos de Framnæs, en Sandefjord, para servir en expediciones de caza del oso blanco. Los problemas financieros sobrevenidos de este navegante belga fueron vistos como una oportunidad por el explorador Sir Ernest Shackleton, quien recompró el velero a buen precio con un único objetivo: transportar hasta el sur del mar de Weddell a los miembros de la Expedición Imperial Transantártica, que arrancaría dos años después. La nave, diseñada por Ole Aanderud Larsen bajo el nombre Polaris, fue rebautizada como Endurance en honor al lema de la familia Shackleton: ‘fortitudine vincimus’ (vencemos por resistencia).

En plena época de las expediciones polares, el aventurero irlandés ya había fracasado dos veces en la carrera por conquistar el extremo sur del planeta. En esta ocasión, se proponía liderar la primera misión que atravesaría la Antártida por tierra, utilizando trineos tirados por perros. Se trataba de un reto tremendamente exigente, para el que se destinaron dos navíos con veintiocho tripulantes en cada uno. El Endurance, capitaneado por Frank Worsley, partió de Plymouth el 9 de agosto de 1914, transportando al equipo de Shackleton hasta la bahía Vahsel, punto de arranque de la travesía terrestre. El segundo buque, el Aurora, a las órdenes del capitán Aeneas Mackintosh, se dirigiría hasta el estrecho de McMurdo, en el otro extremo del continente blanco, con el grupo de apoyo que abastecería a los exploradores durante la segunda mitad del recorrido.

La nave principal alcanzó su objetivo en enero de 1915, rodeada por un mar de témpanos que se extendía hasta el horizonte. Sin embargo, un repentino y extremo cambio en las condiciones climatológicas provocó que el barco quedara irremisiblemente varado. Los tripulantes permanecieron diez meses a bordo del buque, atrapado por la inmensa placa de hielo de Weddell, cuya presión sobre el casco fue agrietándolo poco a poco. El 27 de octubre de 1915, con temperaturas de -25°C, Shackleton se vio obligado a ordenar la evacuación del Endurance. Pocas semanas después, aquel grupo excepcional asistió desolado al colapso del velero, que fue finalmente devorado por las aguas, dejando a aquellos veintiocho hombres a merced de los elementos en un entorno brutalmente hostil. Por fortuna, antes del hundimiento definitivo, Frank Hurley pudo recuperar parte de su equipo fotográfico y grabaciones ya realizadas, lo que permitió que las generaciones futuras pudiésemos hacernos una idea de la inspiradora odisea vivida por aquellos héroes.

No es la primera vez que recomiendo en estas páginas el documental sobre esta gesta que dirigió George Butler hace más de dos décadas. La obra, titulada ‘The Endurance: Shackleton's Legendary Antarctic Expedition’ (traducida en España como ‘Atrapados en el hielo’) nos transporta de forma dramáticamente bella a una época en la que alcanzar la gloria era motivo suficiente para arriesgarlo todo. Para la historia quedó el anuncio que Shackleton publicó en los periódicos, con el objetivo de reclutar a las cincuenta y cinco personas que le acompañarían en su aventura antártica: “Se buscan hombres para viaje arriesgado. Poco sueldo, mucho frío, largos meses de oscuridad total, peligro constante, regreso a salvo dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. A pesar del tono fatalista del texto, Sir Ernest recibió más de cinco mil solicitudes para unirse al grupo. Otros tiempos, sin duda. Si aún no han visto este documental, no se lo pierdan. Podrán disfrutar, con estilo sereno y ritmo pausado, de una aventura épica que todavía hoy resulta inconcebible, sobre el fondo de las imágenes de Frank Hurley y unas curiosas entrevistas a los descendientes de aquel heterogéneo grupo humano (no confundan esta obra con la película que protagonizó Kenneth Branagh en 2002, y que aborda este tema de forma mucho menos vívida y sugerente, en mi modesta opinión).

Este miércoles supimos que la expedición Endurance22 localizó el pasado fin de semana los restos del rompehielos a más de tres mil metros de profundidad, coincidiendo con el centenario de la muerte de Shackleton. Contra todo pronóstico, el Endurance ha aparecido razonablemente bien conservado, tratándose de un velero de madera hundido hace más de un siglo en los mares antárticos. Para el éxito de este descubrimiento han resultado esenciales las asombrosas habilidades náuticas del capitán Worsley, quien gracias a un sextante y un teodolito anotó la posición del naufragio en el diario que aún se conserva en el archivo del Instituto de Investigación Polar Scott. Los submarinos del Falklands Maritime Heritage Trust han encontrado el velero a seis kilómetros de ese punto exacto, una distancia ciertamente ridícula, sobre todo teniendo en cuenta que el navío nunca dejó de moverse sobre la capa de hielo flotante.

Pese a que la expedición de Shackleton no alcanzó su meta originaria, fueron muchas las lecciones que el explorador dejó para la posteridad: su determinación y liderazgo en diversos episodios extremadamente adversos, su inteligencia y habilidad para motivar a un equipo abocado a la muerte, su prudencia y sensatez a la hora de ponderar las oportunidades y los riesgos, su capacidad para mantener la disciplina sin mostrarse tiránico… Aun así, puede que el legado más extraordinario de este navegante fuera una profunda humanidad que le llevó a priorizar sin matices la supervivencia de su tripulación sobre cualquier otro objetivo. De hecho, de forma casi milagrosa en un entorno donde las bajas eran habituales, todos y cada uno de los veintiocho tripulantes del Endurance fueron finalmente rescatados con vida, tras año y medio abandonados a su suerte en el continente helado. ‘Fortitudine vincimus’.

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