Pancarterismo


Publicado en el Diari de Tarragona el 6 de junio de 2021


Apenas han pasado dos años desde que Irene Montero mostrase públicamente su indignación ante la subida del recibo de electricidad: “Para que la factura de la luz no vuelva a subir un 4%, como nos están anunciando ahora, hay que reunirse con las eléctricas. La ciudadanía ya sabe lo que saldría de una reunión de Pablo Iglesias con ellas. Pues eso es lo que se vota el 28 de abril”. En el mismo sentido se posicionaba Alberto Garzón, unos meses antes: “Mañana vuelve a subir el precio de la luz. La oligarquía nos mete la mano en el bolsillo y el gobierno no actúa”. Precisamente, el coordinador federal de Izquierda Unida es hoy el máximo responsable del Ministerio de Consumo, y acaban de clavarnos una subida diez veces mayor que aquella, de un día para otro, en los tramos horarios de mayor uso.

En efecto, en la madrugada del pasado 1 de junio, el coste punta de la electricidad pasó de los 0,17€/kWh a los 0,24€/kWh, lo que representa un incremento del 41% (y eso que los precios ya se habían disparado durante los dos últimos meses). Para hacernos una idea de la evolución de la factura doméstica, la tarifa punta hace doce meses estaba en los 0,11 €/kWh, lo que significa que en un año hemos sufrido un encarecimiento del 120% en las horas de mayor consumo. No está nada mal, en plena legislatura liderada por un gobierno de coalición que llegó a la Moncloa enarbolando una lucha sin cuartel contra los abusos de las grandes compañías. Paradójicamente, nuestro territorio dispone de enormes y variados recursos para la generación energética (es uno de los países europeos con más horas de sol al año, cuenta con una extensa red de instalaciones hidroeléctricas, centrales nucleares, campos eólicos…) y, sin embargo, los ciudadanos soportan una de las facturas más caras del continente. Las autoridades han intentado relativizar el sablazo poniendo el énfasis en la posibilidad de disfrutar de precios más asequibles si nos ajustamos a un horario predefinido. Este clavo ardiendo merece tres reflexiones: una económica, otra social y otra política.

Por un lado, todos tenemos asumido que nuestros gobernantes, sean del signo que sean, tienden a ejercer una comunicación con la ciudadanía que pone en cuestión la capacidad intelectual básica que se nos debería presuponer. Aun así, todo tiene un límite. Efectivamente, la nueva regulación no plantea un encarecimiento en los tramos horarios altos que se compensa con un abaratamiento en los bajos. De hecho, el coste mínimo del nuevo modelo (0,11 €/kWh) es exactamente el mismo que el precio máximo de hace justo doce meses. Esto significa que una persona que, hace un año, desarrollase hipotéticamente su vida cotidiana íntegramente en tramos de tarifa alta, si quisiera pagar ahora lo mismo, debería trasladar toda su actividad a la madrugada, una posibilidad empíricamente inviable porque somos seres sociales que debemos ajustarnos a un ciclo horario colectivo (por no hablar de las numerosas ciudades cuyas ordenanzas municipales prohíben expresamente utilizar grandes electrodomésticos durante la noche, bajo pena de multa que puede llegar a los 3.000 euros).

Como segunda derivada, tal y como viene siendo habitual durante los últimos tiempos, la forma en que la mayoría de ciudadanos ha logrado sublimar interiormente este estropicio para las economías domésticas ha sido recurriendo al humor. Por ejemplo, las redes sociales han vivido esta semana una auténtica explosión de creatividad, con algunas ocurrencias tan agudas como desternillantes. Mis amigos conocen mi afición por compartir esta tendencia a la resistencia sarcástica (tengo a muchos de ellos aburridos de recibir memes) pero corremos el riesgo de que el sano cachondeo aplaque la respuesta contundente que este tipo de reformas merecería. La ironía es frecuentemente el arma más inteligente y demoledora para poner en evidencia determinados abusos, pero limitarnos al pitorreo puede ser también un peligroso sedante para el mantenimiento de la capacidad de contestación colectiva.

En tercer lugar, un gobierno que recomienda a sus ciudadanos realizar las tareas domésticas durante la madrugada para poder pagar el recibo de la luz, transmite una inquietante resignación ante un proceso de precarización de la calidad de vida que difícilmente cuadra con su objetivo de mejorar el día a día de las clases medias (por no hablar de los sectores más desfavorecidos). Este fenómeno resulta especialmente desconcertante por lo que se refiere a Unidas Podemos, que presuntamente nació como respuesta a esta dura realidad. Lamentablemente, parece confirmarse que la nueva izquierda es fundamentalmente una pose. Puro pancarterismo estéril y vacío. A la hora de la verdad, la llegada de esta formación a la Moncloa no ha supuesto ningún cambio en la tendencia histórica que nos aboca a un modelo económico, político y mediático controlado por las grandes corporaciones.

A la vista del imparable declive morado, parece demostrarse que su base electoral comienza a asimilar que la mayoría de sus dirigentes son unos simples charlatanes, como los viejos vendedores de mágicos brebajes que todo lo curaban en el lejano oeste. No han cumplido prácticamente nada de lo que prometieron, y han terminado reproduciendo lo que siempre criticaron: convertirse en parte del sistema, integrarse cómodamente en el grupo de “los de arriba”, incorporarse al flujo de las puertas giratorias (en este caso, mediáticas en vez de energéticas o financieras), etc. ¿En qué consiste ser de izquierdas actualmente? ¿Quizás este concepto ha quedado ya desconectado de la lucha por mejorar las condiciones de vida efectiva para las clases trabajadoras? ¿Acaso basta con tener cuidado en decir “niño, niña y niñe”? Capítulo aparte merecen los individuos y medios que se rasgaron las vestiduras cuando la electricidad subió un 4% en tiempos de Rajoy, y que hoy callan de forma bochornosa. Algunos no tienen vergüenza.

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