La carta


Publicado en el Diari de Tarragona el 13 de junio de 2021


El agitado relato político que protagoniza Catalunya desde hace una década acaba de vivir un episodio muy significativo con el escrito de altísimo calado estratégico publicado por Oriol Junqueras esta semana, en plena polémica sobre los eventuales indultos a los líderes secesionistas. Sin duda, son muchos los fragmentos del texto que pueden resultar indigeribles para el constitucionalismo, pero son aún más relevantes las frases que sugieren un retorno al mundo real que muchos reclamábamos al independentismo desde hacía años.

En efecto, por un lado, el mensaje insiste de forma cansina en los viejos mantras procesistas: mantiene el concepto de “exiliados y presos políticos”, denuncia el padecimiento de una “persecución judicial”, señala la existencia de “estructuras que sirven para perseguir a los adversarios políticos”, se arroga el respaldo de “tres cuartas partes de la ciudadanía de Catalunya”, considera un “gran consenso de país el fin de la represión y la autodeterminación”, etc.

La inclusión de este tipo de soflamas debería darse por descontada, pues un giro de 180º en la cosmovisión republicana constituye una ensoñación utópica incluso para el federalismo más ingenuamente optimista (además de una claudicación inasumible para la inmensa mayoría de simpatizantes de ERC). En cualquier caso, poner el acento en estos fragmentos demuestra un deseo evidente de ver la botella medio vacía, teniendo en cuenta el resto del contenido de la carta, que reconoce “una reflexión profunda sobre nuestras fortalezas y debilidades, los errores y los aciertos”. Esta autocrítica gira alrededor de cinco ejes principales.

Por un lado, Junqueras pone en el centro de su estrategia para la nueva legislatura la consecución de objetivos compartibles por todos, y que representan las inquietudes objetivas de la inmensa mayoría de la ciudadanía: “afrontar las graves crisis que estamos viviendo con voluntad transformadora” y “liderar la reconstrucción social y económica”, para “construir un país próspero, justo y plenamente libre para todos y cada uno de los ciudadanos que viven en Catalunya, piensen lo que piensen y vengan de donde vengan”.

En segundo lugar, el escrito asume que el primer requisito para cualquier hoja de ruta independentista debería ser la viabilidad. “No podemos negar la realidad”. Este posicionamiento no es baladí, pues presupone que hay quienes plantean alternativas que no llevan a ningún lado, pese a ser perfectamente conscientes de esta circunstancia. Y todos sabemos a quiénes se refiere.

El tercer aspecto que desarrolla el texto es la inexistencia actual de respaldo suficiente para culminar un proceso de secesión. “Las estrategias deben adaptarse a las circunstancias para ser ganadoras. Necesitamos ser más, una mayoría incontestable, plural y transversal”, reconociendo implícitamente que la mitad más uno de los ciudadanos catalanes no pueden aprovechar esa mayoría simple para cambiar las bases de nuestro modelo de convivencia en contra de la otra mitad de la población.

Como cuarto punto, vinculado al anterior, la carta reconoce la existencia de una fractura social interna, derivada del conflicto político de los últimos años. Refiriéndose a la consulta del 1 de octubre, señala que “debemos ser conscientes de que nuestra respuesta tampoco fue entendida como plenamente legítima por una parte de la sociedad, también de la catalana. En este sentido, quiero volver a extender la mano a todos aquellos que se hayan podido sentir excluidos, porque nuestro objetivo debe ser justamente el de construir un futuro que incluya a todos. Es el momento de la reconciliación social, porque la conciliación del conjunto de nuestra ciudadanía es fundamento imprescindible del futuro”. También, en una indisimulada referencia a los indultos, apunta que “cualquier gesto en la línea de la desjudicialización del conflicto ayuda a poder recorrer este camino”.

En último lugar, Junqueras destierra definitivamente la estrategia unilateral, por resultar contraproducente para la consecución del respaldo exterior que resultaría imprescindible para culminar con éxito cualquier intento de secesión. “La mejor vía es la vía escocesa. La vía del pacto y el acuerdo, la vía del referéndum acordado. Es la opción que genera más garantías y reconocimiento internacional inmediato. Hay que ganarse la legitimidad en todas partes. La partida se juega dentro y fuera”.

La conclusión de todas estas reflexiones es una apuesta decidida por el pragmatismo y la negociación como único camino posible de cara al futuro: “Sería una ingenuidad creer que el diálogo político con el Estado dará frutos tangibles de forma inmediata, pero creer que podemos prescindir de él sería una irresponsabilidad carísima. Por mucho que se critique y se ridiculice, la mesa de diálogo y negociación entre gobiernos es un éxito en sí misma porque abre un espacio para la potencial resolución del conflicto”.

A nadie debería asombrar que este escrito haya provocado el airado rechazo de los líderes del procesismo mágico (porque evidencia su frivolidad y cuestiona su modelo de tierra quemada), así como del constitucionalismo más rígido (que habría criticado cualquier cosa, tanto el mantenimiento de la vieja estrategia independentista de choque frontal -por entenderla una confirmación de su radicalidad- como un eventual giro hacia posiciones más razonables -por considerarlo una trampa para incautos-).

Es evidente que el replanteamiento que destila la carta del líder republicano no representa en absoluto una renuncia a su objetivo secesionista, sino todo lo contrario: precisamente es una reflexión para alcanzar su meta de forma más eficaz. Sin embargo, esta obviedad no debería escandalizar a nadie. Perseguir la independencia de Catalunya es un horizonte perfectamente legítimo, si se negocia en los foros institucionales adecuados y no se ningunea al sector de la población que no lo comparte. Y precisamente ése es el resumen de la carta de Oriol Junqueras. Esperemos que se trate de una sincera declaración de principios, y no de una estratagema oportunista para lograr su propio indulto.

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