From my cold dead hands


Publicado en el Diari de Tarragona el 6 de noviembre de 2020


Aunque las últimas cifras parecen apuntar a una victoria demócrata, el histrionismo volcánico de Donald Trump le impedirá abandonar mansamente la Casa Blanca. En cierto modo, el candidato republicano ha parafraseado a su admirado Charlton Heston, cuando enseñó su Winchester' de 1866 en una reunión de la NRA, y dijo que sólo se lo quitarían “de mis frías manos muertas”. De hecho, ya ha anunciado una batería de recursos ante los tribunales si las urnas le niegan la reelección.

No es la primera vez que asistimos a un espectáculo parecido. El peculiar sistema electoral estadounidense también retrasó más de un mes la proclamación presidencial en el año 2000. El candidato Al Gore se enfrentaba al gobernador de Texas, George W. Bush, con la mayoría de encuestas a su favor. El epicentro de la batalla se situó en Florida, un estado sumamente polarizado por el reciente caso de Elián González, ‘el niño balsero’. La postura del Clinton en este asunto provocó una gran desafección de la comunidad hispana hacia el presidente, y su delfín lo acabó pagando.

Los primeros datos parecían otorgar una ajustada victoria a Gore, pero la situación fue enmarañándose a lo largo de la noche en el ‘estado del sol’. La ley establecía la obligatoriedad de realizar un recuento automático si la diferencia de votos era menor al 0,5%, como era el caso. Esta revisión volteó el resultado inicial, otorgando 327 papeletas de ventaja republicana. A la vista de las nuevas cifras, el entonces vicepresidente realizó la tradicional llamada a su rival, reconociéndole la victoria. Cuando iba a dirigirse a sus seguidores para comunicar la derrota, el jefe de campaña demócrata envió un mensaje a su equipo: “no permitáis que Gore suba al escenario. Esto no ha terminado”. El segundo de Clinton volvió a llamar a Bush para desdecirse, un hecho inédito en la democracia norteamericana. En efecto, los 327 votos de ventaja republicana eran menos del 0,25% de los sufragios, y la normativa electoral preveía para estos casos una nueva revisión manual. Y entonces se abrió la caja de los truenos. 

En efecto, a diferencia de lo que ocurre en la mayoría del planeta, la forma de emitir el voto en Estados Unidos no es homogénea. En aquella ocasión, algunos estados apostaron por un modelo electrónico, otros por las papeletas tradicionales, y otros por una máquina que perforaba unas tarjetas. Este último sistema se aplicó en Florida, con un resultado lamentable: algunas tarjetas no estaban totalmente perforadas, y se detectó que otras resultaban sumamente confusas para los votantes (las famosas ‘papeletas mariposa’).

El desconcierto se adueñó de la población y comenzaron a convocarse protestas callejeras. Ciertamente, es difícil imaginar un factor más dañino para una democracia que la desconfianza de la ciudadanía en la fiabilidad y transparencia del propio sistema electoral. Los simpatizantes de Bush denunciaron un intento de fraude, y finalmente tuvieron que ser los tribunales quienes resolvieran aquel caos. Inicialmente, los tres jueces de recuento paralizaron el nuevo recuento, al considerar que no se daban las condiciones para hacerlo adecuadamente. Más tarde, los demócratas recurrieron a la Corte Suprema de Florida, que ordenó reanudar la revisión del escrutinio. Y finalmente, los republicanos recurrieron a la Corte Suprema de EEUU, que declaró inconstitucional el recuento ampliado, convirtiendo a George W. Bush en presidente, 35 días después de aquella disparatada jornada electoral.

El recuerdo de esta pesadilla quedó grabado en la memoria emocional de millones de norteamericanos. Lamentablemente, la igualdad en las encuestas entre Trump y Biden hacía vislumbrar la posibilidad de revivir aquella crisis constitucional, acompañada de un evidente ridículo internacional. Y, como no podía ser menos en este fatídico 2020, las peores expectativas se cumplieron. Nada más cerrarse los colegios electorales, y tras conocerse los datos que indicaban una cierta ventaja demócrata, el actual presidente se dirigió a la nación para comunicar que "esto es un fraude al pueblo estadounidense. Hemos ganado las elecciones. Iremos a la Corte Suprema”. Por su parte, el aspirante al cargo se mostró mucho más sensato e institucional: “Sabíamos que el recuento iba a llevar tiempo. Tenemos que ser pacientes. Esto no acaba hasta que se cuenten todos los votos”.

Todo apunta a que el resultado tardará varios días en conocerse, incluso semanas o meses. Porque, si algo ha dejado claro Donald Trump a lo largo de su mandato, es que no le preocupa lo más mínimo multiplicar la tensión en el seno de su propio país, así como desprestigiar la imagen exterior de la democracia norteamericana. Así es como ha actuado durante estos cuatro años, y probablemente así es como terminará marchándose a su casa: alimentando la fractura interna de la sociedad estadounidense, ofendiendo a la mitad de la ciudadanía que no comparte sus postulados, mintiendo de forma reiterada sobre realidades constatables, ofreciendo una imagen paródica de la máxima figura representativa de la primera potencia mundial, tirando por la borda el menor rescoldo de liderazgo y prestigio político a nivel internacional, provocando que millones de norteamericanos sientan vergüenza de sus instituciones, etc.

En cualquier caso, quizás lo más relevante y desconcertante de esta jornada electoral sea que la mitad de la ciudadanía estadounidense ha apostado por la permanencia de Trump en la Casa Blanca durante cuatro años más. Y, probablemente, la tendencia europea a despreciar genéricamente a sus votantes sea sólo una respuesta perezosa para no tener que analizar las inquietantes dinámicas de fondo que están instalándose en la mayoría de democracias actuales, un esfuerzo intelectual que sin duda nos interpelaría también a nosotros mismos y desvelaría preocupantes aspectos de nuestras decisiones electorales. Siempre es más fácil ridiculizar que reflexionar.

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