Tres de tres


Publicado en el Diari de Tarragona el 9 de octubre de 2020


Tras la llegada del coronavirus a Europa y América, allá por el mes de febrero, los diferentes estados fueron posicionándose en tres grandes grupos, dependiendo del tipo de respuesta planteada por sus respectivos gobiernos. Por un lado, la mayoría de países apostaron por decretar férreas restricciones generales, consideradas inevitables para frenar la extensión de la pandemia, y que lógicamente impactaron de forma inmediata en sus economías (por ejemplo, es lo que ha sucedido en España o Italia). En segundo lugar, algunas naciones optaron por regulaciones menos prohibitivas, basándose en modelos epidemiológicos alternativos que han tenido resultados dispares (como República Checa o Suecia). Y, por último, algunos gobernantes decidieron despreciar frívolamente el riesgo de la pandemia, obcecados por el mantenimiento cortoplacista de la actividad productiva (sería el caso del Reino Unido, Brasil o Estados Unidos). Nunca debemos alegrarnos de que una persona se infecte con un virus, obviamente, aunque resulta inevitable vislumbrar cierta justicia poética en el hecho de que los líderes de estos tres países hayan terminado sucumbiendo al contagio que tan irresponsablemente minusvaloraron.

El primero en caer fue el premier británico. El propio Boris Johnson anunció en Twitter, el pasado 27 de marzo, que había contraído la enfermedad: “En las últimas 24 horas he desarrollado síntomas leves, fiebre y tos persistente. He dado positivo en el test de coronavirus”. El inquilino de Downing Street se había resistido durante semanas a tomar medidas para controlar la expansión del Covid, apostando por la presunta inmunidad colectiva que se alcanzaría tras el contagio del 60% de la población. Pocos días antes de infectarse, se jactaba de negarse a cumplir la recomendación de saludar con precaución: “La otra noche estuve en un hospital con unos pocos pacientes con coronavirus y estreché la mano de todos. Yo sigo dando la mano”. La insensatez de Johnson acabó conduciéndolo a la UCI del hospital Saint Thomas, después de que su estado de salud se agravase. Incluso tuvo que ser sustituido en sus funciones por el responsable de Asuntos Exteriores, Dominic Raab. En una entrevista que concedió posteriormente a The Sun, el primer ministro reconoció que aquellos días se puso en marcha el protocolo previsto para su propia muerte. Por cierto, el Reino Unido es hoy el país europeo con más fallecidos por coronavirus: 42.515.

Tres meses después, el excéntrico presidente brasileño, Jair Bolsonaro, daba también positivo por Covid-19. El mandatario sudamericano se había significado por su vehemente campaña contra las medidas de aislamiento social y las mascarillas. Fue también él mismo quien anunció su contagio desde su residencia oficial en el Palacio de la Alvorada. Unos días antes había acudido al Hospital de las Fuerzas Armadas de la capital para hacerse un chequeo, tras sentir un creciente cansancio, fiebre y dolores musculares. El Presidente decidió tratarse con un controvertido medicamento, la hidroxicloroquina, y desde entonces ya ha dado positivo en tres ocasiones en la prueba del coronavirus. El mandatario brasileño llevaba meses incumpliendo reiteradamente los criterios básicos de prevención, y han sido varios sus ministros de Salud que han dimitido por los continuos encontronazos con el propio Bolsonaro, quien ha vetado repetidamente las leyes sobre el uso de mascarillas que ha aprobado el parlamento. Por cierto, Brasil es hoy el segundo país del mundo con más fallecidos por coronavirus: 148.304.

Finalmente, la pasada semana fue el turno de Donald Trump. El servicio de prensa informó de que sus niveles de oxígeno en sangre habían descendido en dos ocasiones, hubo que aplicarle respiración asistida y se le administró esteroides. Según declaró a USA Today el prestigioso científico Russell Buhr, especialista en afecciones pulmonares de la Universidad de California, este tipo de tratamientos suelen aplicarse a pacientes “extremadamente enfermos”. Sin embargo, el doctor Brian Garibaldi, miembro del equipo médico del hospital Walter Reed donde estaba ingresado el dirigente republicano, señaló que “el Presidente se encuentra bien. Estamos muy contentos con su recuperación”. Paralelamente, el jefe de gabinete de la Casa Blanca, Mark Meadows, compareció ante los medios para mostrar su preocupación, reconociendo que el estado de salud de Trump era “muy preocupante”. La ducha escocesa informativa de estos días ha levantado numerosas suspicacias, teniendo en cuenta la cercanía de las elecciones. La propia Nancy Pelosi, Presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, criticó la falta de claridad en los comunicados oficiales: “Necesitamos tener confianza en que lo que nos dicen sobre la situación del Presidente es real”. Lo más probable es que los partes médicos fueran acertados, y que la comparecencia melodramática de Meadows sólo buscase crear cierta tensión escénica que culminase con la reaparición épica del líder invencible. Como declaró el propio Trump, “he tenido que enfrentarme al virus para que el pueblo americano deje de tenerle miedo”. En cualquier caso, parece que esta tragicómica representación no ha logrado sus objetivos, pues la posición de Joe Biden en las encuestas es cada vez mejor. Por cierto, Estados Unidos es hoy el país con más fallecidos por coronavirus del mundo: 211.750.

Una de los factores distintivos del nuevo populismo conservador, del que estos tres personajes son destacados representantes, es su tendencia a confundir liderazgo con prepotencia, determinación con cabezonería, y espontaneidad con estupidez. Llama la atención que esta actitud infantiloide a veces funcione desde una perspectiva electoral, al menos entre cierto tipo de público. De ahí que estas estrategias partidistas tengan cada vez más adeptos entre la clase política occidental. El problema es que luego viene la realidad y te pone en tu sitio: la UCI.

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