Lo inexorable


Publicado en el Diari de Tarragona el 15 de octubre de 2020


Se veía venir, aunque lo mirábamos por el rabillo del ojo, como si esta estrategia pudiera retrasar lo que se ha demostrado impepinable. Pero esta inevitabilidad no era absoluta. En efecto, la llegada de una segunda ola pandémica formaba parte de todos los pronósticos para el otoño, pero su intensidad y sus efectos estaban por ver. Todos nos preguntábamos hasta qué punto sería necesario reforzar las restricciones en la actividad social y económica. Hoy tenemos la respuesta.

El Govern anunció ayer una serie de medidas limitativas que entrarán en vigor esta próxima madrugada, y que se mantendrán activas durante un mínimo de quince días. En principio, se prevé el cierre de bares y restaurantes (que sólo podrán ofrecer comida a domicilio, o para recoger con cita previa), la suspensión de ferias y congresos, la clausura de parques y jardines a partir de las 20:00, un límite de seis personas en las reuniones privadas y públicas, la suspensión de las competiciones deportivas de ámbito catalán, la generalización del formato virtual en la docencia, la suspensión de las festividades locales, la reducción del aforo máximo a un 30% en los comercios, y a un 50% en los gimnasios, en las ceremonias civiles y religiosas, en los actos culturales, etc. Este último apartado afectará a cines, teatros y auditorios, cuyo público deberá ser siempre de asiento, con butacas preasignadas, y una hora máxima de finalización a las 23:00.

Aunque la Generalitat también ha anunciado la aprobación de ayudas que compensen el desastre, los efectos de esta normativa resultarán demoledores para numerosos sectores económicos, como la cultura o la restauración. Desde la misma noche del martes, cuando algunos periódicos digitales comenzaron a adelantar los planes del Govern, tuve ocasión de comentar la situación con los propietarios y trabajadores de varios restaurantes de la zona. La dueña de un establecimiento de la Part Alta me decía: “Tendremos que sobrevivir como podamos, pero lo tenemos difícil. El nivel de los políticos que nos gobiernan es insuperable”. Otra profesional del sector me escribía algo parecido: “No tienen vergüenza. Ellos todo el verano de vacaciones, hace dos días haciendo fiestas, mini actos… Sabían de sobra que habría un rebrote. ¿Y qué hicieron? Nada. ¿Y ahora nos cerráis los bares y restaurantes? Hacednos un gran favor: dimitir”. Un buen amigo, cocinero de Altafulla, no se andaba por las ramas: “Vaya tela”. Y el responsable de un local de Cambrils me mandaba un escueto comentario, cuestionando el plazo de quince días que teóricamente tienen las nuevas medidas: “De momento”. Efectivamente, es improbable que las cifras de contagios, ingresos hospitalarios y fallecimientos mejoren significativamente desde ahora hasta fin de mes. ¿Y entonces qué sucederá? ¿Levantarán las restricciones con peores estadísticas que aquellas que justificaron la implementación de estas medidas? Permítanme dudarlo.

Se supone que este plan intenta evitar un nuevo confinamiento domiciliario, que sin duda representaría la puntilla para muchos sectores productivos y desbocaría la tasa de desempleo. Pero la reflexión no puede acabar ahí. Si me disculpan el trabalenguas, quizás haya sido inevitable tomar una decisión tan drástica una vez llegados a una situación tan crítica, aunque quizás habría sido evitable llegar a una situación tan crítica que obligase a tomar una decisión tan drástica. En efecto, no parece mucho pedir que el flamante comité científico gubernamental, que tan eficazmente asesoró al ejecutivo durante los meses más duros de la pandemia, hubiera tenido también el detalle de existir en el mundo real. Tampoco parece mucho pedir que el sistema de detección, rastreo, aislamiento y cuarentena de los contactos, diseñado e implementado por los servicios de salud de la Generalitat, hubiera tenido también el detalle de detectar, rastrear, aislar y garantizar la cuarentena de los contactos. Y tampoco parece mucho pedir que las diferentes autoridades locales, que con tanta vehemencia instaron a la ciudadanía a cumplir la normativa vigente, hubieran tenido también el detalle de hacerla cumplir, como es su obligación. ¿Acaso no era evidente, por ejemplo, la cantidad de terrazas que no cumplían con las distancias de seguridad decretadas hace meses? Quizás algunos responsables municipales deberían hacerse un chequeo en el oftalmólogo, porque en algunos municipios, para comprobar estos flagrantes incumplimientos, les bastaba con abrir la ventana de sus propios despachos.

Esperemos que esta dura regulación sirva para evitar la posterior necesidad de tomar medidas aún más dolorosas, aunque, sinceramente, dudo mucho que podamos regresar a la situación actual en un par de semanas. Es más, sospecho que no se lo creen ni los propios responsables del Govern. Probablemente, a través de la dosificación normativa, se intenta evitar una rebelión de los sectores más perjudicados por estas limitaciones. Sin duda, la supervivencia de muchos negocios, ya crítica antes de las nuevas medidas, se convertirá en un reto agónico durante los próximos tiempos.

Hay quien sostiene que las restricciones dictadas por la Generalitat constituyen, en realidad, un confinamiento encubierto: no nos impiden salir a la calle, pero reducen sensiblemente los estímulos que nos incitan a hacerlo, encerrándonos de facto en nuestras casas. Aunque no soy experto en la materia, probablemente se trate de una decisión acertada, visto el panorama que tenemos ante nuestros ojos. Aun así, no debemos aparcar el necesario análisis sobre la penosa gestión multilateral que nos ha llevado a esta situación, para rectificar lo antes posible aquello que no esté funcionando, y para depurar responsabilidades. Ya lo apuntó recientemente la propia OMS: falta de planificación sanitaria, falta de rastreadores, falta de análisis de los datos, falta de claridad normativa, falta de unidad institucional… Es probable que las restricciones hayan sido inexorables, pero sus causas no.

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