La decadencia del reformismo

Publicado en el Diari de Tarragona el 1 de octubre de 2017


Las elecciones alemanas de esta semana han arrojado unos resultados agridulces para Angela Merkel. El bloque formado por la Unión Cristianodemócrata (CDU) y la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU) ha logrado el 33% de los votos, una victoria quizás modesta pero que para sí quisieran los innumerables gobiernos europeos que han sido barridos del poder como consecuencia de la crisis. Sin embargo, la composición del resto del arco parlamentario complica los cálculos para alcanzar mayorías sólidas. Se habla de una coalición de democristianos con liberales y verdes, una fórmula compleja pero aparentemente inevitable como consecuencia de dos acontecimientos concretos.

Por un lado, los socialistas de Martin Schulz han decidido pasar a la oposición tras la debacle que han sufrido en las urnas. Sin duda alguna, hace unos años el desgaste de la canciller germana habría sido aprovechado por el centro izquierda de forma apabullante. Sin embargo -y éste es el segundo dato relevante- han sido los ultraderechistas de Alternativa por Alemania quienes han dado la campanada, convirtiéndose en la tercera fuerza política del Bundestag con cinco millones de votos. Este fenómeno resulta aún más inquietante tras la espantada de la relativamente moderada Frauke Petry, un inesperado movimiento que deja el partido en manos de Joerg Meuthen, representante de la facción más totalitaria, populista, antieuropea y xenófoba de la formación.

Puede que algún lector se esté preguntando qué sentido tiene ponerse a hablar de Alemania precisamente el día en que Catalunya vive una jornada crítica para su futuro próximo. La objeción sería plenamente razonable y procedente si no fuera porque, en cierto modo, estoy hablando de lo mismo. En modo alguno pretendo establecer un paralelismo entre el independentismo y los neonazis del AfD. Simplemente planteo que parece existir cierta correlación entre la agonía de la socialdemocracia tradicional y el auge del aventurerismo, un fenómeno que merece ser analizado en profundidad, una vez constatada su presencia en Catalunya -capitalizado por el secesionismo-, en España -liderado por Podemos-, y en el resto de Europa a través de movimientos rupturistas de todo signo: izquierdistas en Grecia, derechistas en Francia, nacionalistas en Hungría… La nueva tendencia en el viejo continente no es apelar a la reforma racional y progresiva de aquello que no funciona, sino exigir la voladura descontrolada del modelo el vigor.

En todos los países existe un sector de la población descontento -pero no desesperado- frente a la realidad que observa a diario, una porción de la ciudadanía que puede adquirir un volumen considerable tras una crisis brutal como la que acabamos de padecer. Al margen del bamboleo electoral vinculado a la saludable exigencia de alternancia en el poder, estas inmensas bolsas de voto han nutrido tradicionalmente el caladero electoral del centro izquierda. Son habitualmente ciudadanos de clases trabajadoras, que aprecian de forma especialmente acusada los beneficios derivados del Estado del bienestar, y que no están tan complacidos con el statu quo como para votar candidaturas conservadoras, pero tampoco tienen una visión tan desgarrada de la realidad como para apostar por opciones extremistas. Este referente político ha sido durante décadas la pareja de baile de las formaciones conservadoras para la construcción conjunta de una Europa próspera, moderna y social, hasta tal punto que son pocos los grandes objetivos del centro izquierda que no forman parte ya del corpus sistémico de las democracias occidentales. Reforma sí, ruptura no.

Sin embargo, el triunfo del Brexit o el auge del independentismo en Escocia y Catalunya invitan a pensar que el hundimiento de los partidos socialistas no constituye el fenómeno propiamente dicho, sino una mera manifestación del mismo. Efectivamente, puede que nos encontremos ante la efervescencia caleidoscópica de una crisis política más profunda que podría resumirse con un mantra común, tan exitoso entre las masas como inquietante de cara al futuro: el sistema es irrecuperable (llámese la UE, el modelo capitalista, o la estructura territorial española), de modo que sólo cabe rendirse o romper la baraja. Reforma no, ruptura sí.

Ha habido algún intento de crear movimientos regeneradores al margen de los desnortados partidos socialistas, aunque su evolución reciente no invita al optimismo (Macron se ha hundido en las encuestas a los pocos meses de llegar al poder, y Ciudadanos parece conformarse con ser un mero restyling yuppie del carcomido PP). Tenemos mal pronóstico colectivo si las nuevas generaciones pierden la confianza en las capacidades adaptativas del sistema. La UE, la economía de mercado y la España constitucional sólo sobrevivirán a medio plazo si existe el convencimiento general de que estas estructuras pueden moldearse para responder a las necesidades de los tiempos. Lo flexible perdura, lo rígido se quiebra.

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