Una patata caliente

Publicado en el Diari de Tarragona el 3 de julio de 2016


¡Tres hurras por las empresas demoscópicas! Hip, hip… Los colegios electorales cerraron sus puertas y las encuestas a pie de urna confirmaron lo que todos preveían: estancamiento del PP, retroceso de Ciudadanos, hundimiento del PSOE, y gran sorpasso de Unidos Podemos. Nada más lejos de la realidad. Ha sido necesaria toda una semana para asimilar lo que vivimos el pasado domingo.

Contra todo pronóstico, los populares conquistaron una victoria de tal calibre que ni siquiera el siempre fiel y optimista Paco Marhuenda pudo ser capaz de preverla (se quedó a dos escaños del resultado final). Es cierto que desde 2011 Mariano Rajoy ha perdido tres millones de votos moderados que le dieron entonces la mayoría absoluta, y que últimamente se han decantado por Ciudadanos para no tener que votar con la nariz tapada. Sin embargo, la estrategia del voto útil, inesperadamente realimentada con el Brexit, ha logrado en esta última convocatoria el retorno de suficientes sufragios para lograr un éxito popular indiscutible.

En cualquier caso, hemos asistido a un triunfo inusual. Primero por haber logrado un alcance completamente imprevisto que los expertos atribuyen a la enorme cantidad de votantes del PP que se avergonzaban de reconocerlo en las encuestas, un comprensible bochorno que sin embargo pudo ser vaticinado recordando a Soria, Mato, Fernández Díaz, Bárcenas, Granados, Barberá, Matas, Blesa, Fabra, Cotino, etc. Pero también ha sido un logro curioso por la actitud de algunos votantes populares retornados de Ciudadanos que insisten ahora en que no apostaron por Rajoy sino en contra de un eventual gobierno de Podemos, recordando a los británicos que respaldaron el Brexit y que ahora lo matizan afirmando que no querían salir de la UE sino sólo dar un toque de atención a Bruselas.

Lo que está claro es que el intento de regenerar el centro derecha con un partido liberal, joven, moderado y reformista sufrió el pasado domingo un revés de consecuencias imprevisibles. Puede que el retroceso de Ciudadanos sea el prólogo de su próxima defunción, siguiendo los pasos de su precedente UPyD. Pero puede también que sólo nos encontremos ante el fruto puntual de una concentración temporal de voto contra un posible gobierno de extrema izquierda.

Efectivamente, gran parte del éxito popular debe atribuirse a la torpe estrategia impuesta por Pablo Iglesias en Podemos. Primero se alió con un partido reconocidamente comunista, convirtiendo en papel mojado su propuesta de sustituir el choque izquierda/derecha por una dialéctica abajo/arriba. Y después mostró un triunfalismo tan atrevido durante la campaña que acabó desmovilizando a los suyos y provocando que los votantes situados entre el centro y la extrema derecha acudieran en masa a las urnas para evitar un ejecutivo podemita.

Lo que parece evidente es que el estrepitoso fracaso de esta nueva coalición será difícil de digerir. Como dice el refrán, donde no hay harina todo es mohína. Dos más dos no han sumado cuatro sino tres, y quienes observaron con desconfianza la alianza entre Podemos e IU (pensemos en Íñigo Errejón o Gaspar Llamazares, por ejemplo) no se están mordiendo la lengua. El secretario de organización Pablo Echenique acaba de publicar una fatwa donde amenaza con “extirpar las malas hierbas” si continúan las disensiones internas. The gulag is coming.

Los principales beneficiarios del pinchazo morado fueron los socialistas, quienes evitaron el sorpasso confirmando su granítico suelo electoral. Es cierto que sufrieron el peor resultado de su historia, pero teniendo en cuenta las circunstancias es lógico que lo recibieran como la madre de todas las victorias. El gran problema del PSOE no es cuántos escaños ha obtenido sino qué hacer con ellos. La aritmética parlamentaria les sitúa en una encrucijada con tres salidas posibles: la primera consiste en aceptar el abrazo del oso de los populares con una Große Koalition que los hundiría como alternativa de gobierno; la segunda implicaría facilitar la investidura de Rajoy con una abstención que Podemos les reprocharía cada vez que el PP tomase una medida impopular para la izquierda; la última opción consistiría en cerrarse en banda y provocar una segunda repetición electoral con la certeza de obtener aún peores resultados por ser responsables de la ingobernabilidad. Papelón.

Por su parte, los partidos vascos y catalanes apenas han variado sus resultados anteriores. La dinámica que se vive actualmente en Catalunya ha arrinconado a ERC y CDC en las quinielas de los pactos, aunque hay quien considera factible la entrada del PNV en un posible acuerdo con PP, Cs y CC. La formación pragmáticamente liderada por Andoni Ortuzar está acostumbrada a los acuerdos aparentemente imposibles si conllevan algún rédito contante y sonante, una estrategia que el electorado vasco ha premiado con un respaldo abrumador (el PNV controla actualmente el Gobierno Vasco, las tres diputaciones forales, y los ayuntamientos de las tres capitales). Sin embargo, las inminentes elecciones autonómicas convierten una alianza con el PP (y sobre todo con el obsesivamente homogeneizador Ciudadanos) en una posibilidad ciertamente remota. Escribo estas líneas precisamente desde Euskadi, donde es fácil comprobar el grado de incerteza e igualdad que se prevé en estos comicios, observando que ETB ya está emitiendo debates especiales para unas elecciones que no se celebrarán… ¡hasta octubre!

Nadie quiere cargar con el sambenito de haber hecho presidente a Rajoy. Unos y otros se pasan una patata caliente que quemará a quien la retenga. Si finalmente nadie la coge será el PSOE quien termine carbonizado con la enésima vuelta a las urnas. Precisamente por ello, sospecho que los socialistas se decantarán definitivamente por abstenerse en la investidura del líder popular, purgando después su pecado con una oposición tan feroz que nos devolverá a los colegios electorales en menos de dos años. Espero acertar más que Sigma Dos…

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