A San Fermín pedimos

Publicado en el Diari de Tarragona el 17 de julio de 2016


Las fiestas patronales de la capital navarra han tenido este año un inesperado y repugnante protagonista: el abuso sexual. Nada más iniciarse las multitudinarias celebraciones, todos conocimos la brutal violación sufrida por una turista madrileña en un portal del centro de la ciudad, presuntamente a manos de un grupo de jóvenes sevillanos, uno de los cuales ha resultado ser miembro de la Guardia Civil. Estos animales lanzaron violentamente a su víctima contra el suelo, taparon su boca para que no pudiera pedir ayuda, la forzaron sexualmente uno detrás de otro, y grabaron el ataque con un móvil para poder recordar su salvajada.

Pero no ha sido éste el único episodio similar que se ha vivido en Pamplona durante estas fechas. Desde el 7 de julio se han contabilizado cinco denuncias por agresión sexual, una de ellas en grado de tentativa, y once más por tocamientos. Aunque es cierto que la población de la capital navarra se multiplica por seis durante esta semana (pasa de los 190.000 habitantes censados a más de un millón de personas hacinadas en el mismo espacio durante las fiestas) las inquietantes cifras que han trascendido superan ampliamente todos los precedentes. Nos encontramos ante un problema muy serio, sin duda, y ya no es posible considerarlo la consecuencia inevitable de las circunstancias. Con el fin de analizar el reto al que se enfrenta esta maravillosa ciudad, en la que tuve el placer de residir durante seis años de mi juventud, propongo cuatro sencillas reflexiones.

Para empezar, conviene preguntarse por qué los sanfermines se convierten cada año en el escenario de actos terribles como los aquí descritos. Probablemente estamos comenzando a atisbar el precio que se paga cuando una ciudad termina viendo su nombre asociado al desenfreno y la irracionalidad. No es un fenómeno exclusivo de Pamplona: pensemos en la fama de Magaluf, o en el más cercano Saloufest. La peregrinación de descerebrados que acoge anualmente la capital navarra, procedentes del resto de España y del mundo, es una consecuencia directa de la consolidación internacional de una imagen de Pamplona como ciudad sin ley durante una semana al año. Convendría que los diferentes actores implicados (los hosteleros, los arrendadores de inmuebles, las autoridades, las agencias de viajes, etc.) hicieran una reflexión sobre su responsabilidad en la cuestión, aunque no se trate de un debate nuevo.

Efectivamente, en segundo lugar, defender que el abuso sexual durante los sanfermines es un fenómeno reciente denota una ingenuidad pasmosa. Jamás debe confundirse la aparición de un problema con su visibilización, especialmente en una sociedad como la nuestra que ha vivido durante décadas ocultando sus demonios sociales particulares, con la probable ayuda de una propaganda oficial que pretendía hacernos creer que vivíamos en el paraíso terrenal. ¿Cómo se explica que tradicionalmente se declararan muchísimos menos suicidios en España que en Centroeuropa? Aunque es probable que nuestra tasa fuera menor, la diferencia fundamental es que nuestros vecinos del norte no escondían estos casos bajo el paraguas del infarto o el patinazo en la ducha. ¿Acaso en nuestro pasado reciente no había maltrato machista? Por supuesto que sí, y probablemente mucho más que ahora, pero entonces las mujeres se chocaban sospechosamente contra las puertas mucho más que en la actualidad.

Por otro lado, aunque se trate de unos acontecimientos lamentables, debemos celebrar que las víctimas de los abusos sexuales se atrevan últimamente a denunciar a sus agresores, y que las autoridades estén demostrando una mayor sensibilización ante este fenómeno. El soterramiento de los problemas es siempre un muro infranqueable que frena cualquier intento de atajarlos. Probablemente, el verdadero cambio que se ha producido durante los últimos años no se refiere a la cantidad de asaltos producidos sino a la valoración social sobre los mismos. A diferencia de lo que ocurría hace unas décadas, muchas de las mujeres que actualmente son manoseadas en las aglomeraciones sanfermineras han dejado de asumirlo como un peaje que deben pagar por asistir a estos festejos, una nueva y necesaria perspectiva que afortunadamente es respaldada por las fuerzas de seguridad (es fácil imaginar el gesto de indiferencia de cualquier agente policial en los años ochenta cuando una chica denunciaba que le habían tocado el trasero durante el txupinazo).

Por último, en relación con el punto anterior, es radicalmente falso que hoy en día persista en Navarra una actitud permisiva ante este tipo de delitos, una maledicencia que algunos pretenden propagar quizás con el deseo de enfangar los cambios que vive la comunidad foral. Desde un punto de vista colectivo, las concentraciones de protesta que se han repetido estos días en Pamplona han sido los actos más multitudinarios de los sanfermines, por encima incluso del arranque y del cierre de las fiestas. Paralelamente, en la propia semana de los hechos se han registrado detenciones en el 87,5% de los casos denunciados, una ratio ciertamente espectacular contando además con las difíciles circunstancias demográficas en que se han producido.

Una vez analizados los aspectos más relevantes de la cuestión, parece razonable pensar que la resolución del problema avanza por el buen camino: se está visibilizando una vieja herida soterrada, las víctimas han decidido rebelarse frente a ella, y cuentan con el respaldo de la sociedad y sus autoridades. Pero en esta lucha nadie puede darse por satisfecho ni cejar en el combate. La determinación que han demostrado los navarros esta semana para desvincular la imagen de su capital y el vandalismo debe consolidarse y reforzarse durante los próximos años. Parafraseando a los mozos que cantan al santo cada mañana, a San Fermín pedimos por ser nuestro patrón que no haya más barbarie en su gran celebración. ¡Gora San Fermín!

Comentarios

Entradas populares de este blog

El beso

Una moto difícil de comprar

Bancarrota